EDUCACIÓN Y CALIDAD. SERGIO RUIZ


EDUCACIÓN Y CALIDAD
Tras unos días de reflexión y conocidos ya los resultados de la aceptación o rechazo de los profesores al programa de calidad ofrecido por la Consejería de Educación, creo necesario, desde mi humilde condición de maestro, primero, y profesor de secundaria después, hacer una valoración de los mismos, con el fin de aportar algo de luz a las tinieblas en las que este plan nos ha sumido a todos los educadores.

Realmente, desde fuera, puede parecer increíble que unos trabajadores, funcionarios, y según opiniones ilustradas, no muy bien pagados, hayan rechazado en tan alto porcentaje un “regalo” tan generoso como el que les ha ofrecido la Consejería, donde, por el mero hecho de firmarlo, sin hacer nada más, ya cobrarían 600 euros este verano y otros complementos en los próximos cursos.

En primer lugar creo que el programa se presentó como si de una venta de enciclopedias con regalos añadidos se tratase. Sólo le faltaba el viaje a Cancún. La oferta del inalcanzable “… hasta 7000 euros”, anunciado a bombo y platillo en precampaña electoral, despertaba todas las sospechas ante un colectivo acostumbrado a no ser escuchado por sus superiores y ni tan siquiera por los sindicatos que en teoría les representan, cuyos miembros parece que si cobrarán el pleno.

En mi opinión, el planteamiento realizado tiene graves errores. Conozco muchos profesores y profesoras que trabajan muchas más horas que las que el plan necesita para llevarse a cabo, entrenan equipos deportivos, organizan olimpiadas matemáticas, fomentan la lectura trabajando en la bibliotecas, coordinan y participan en proyectos europeos, realizan actividades extraescolares y viajes de estudios con los alumnos fuera de su horario regular, asisten a cursos por la tarde, llenan las escuelas de idiomas para mejorar su nivel de inglés y se integran en proyectos educativos en los que aportan, no solo muchas horas de trabajo sino su pasión por mejorar este mundo.

Todo esto lo hacen por amor al arte, sin retribuciones extraordinarias, ni dietas para pagarles el almuerzo o el desplazamiento. A la gran mayoría de estos profesores es evidente que les gustaría que les pagasen más por su esfuerzo. Pero, siguiendo el plan, muchos de ellos, aún queriendo que su trabajo sea recompensado, no lo será nunca porque están en centros donde no hay expectativas de que se apruebe dicho plan. Lo más probable es que a partir de ahora dejen de trabajar de forma altruista porque, ahora si, se ha puesto precio a esa labor.

En el lado opuesto, tenemos la paradoja de profesores que, sin afrontar responsabilidades y esfuerzos superiores a los que ya hacen, cobrarán estos complementos por estar en centros que se acogen al plan de calidad. Realmente discriminatorio e injusto.

Otro daño colateral del defectuoso diseño de este plan ha sido la división que ha provocado entre los compañeros. Si lo que se pretende es fomentar, en palabras de nuestro consejero, “el trabajo en equipo”, con la aplicación de esta medida se ha conseguido todo lo contrario. Me atrevo a pensar que su desarrollo la acentuará.

Tiene también el plan, la habilidad de que, sea aprobado o no, pone sobre nuestras cabezas la responsabilidad exclusiva de la mejora de la calidad de enseñanza. Si nos adherimos al mismo porque así lo asumiríamos y si no lo firmamos porque no queremos que mejore. Tan pesada carga solo puede traer una respuesta posible como es el rechazo frontal a la forma en que se ha propuesto, que no a la responsabilidad de hacer bien nuestro trabajo y que, como educadores, asumimos. Sabemos que jugamos un papel importantísimo dentro del sistema educativo pero también lo tienen nuestros gobernantes, los inspectores, el alumnado, las familias y los medios de comunicación.

Me atrevo a preguntar cuánto mejoraría la educación si las notas de los alumnos de secundaria influyesen en el bolsillo de estos colectivos. Si a nuestros superiores les interesa, me ofrezco para presentar propuestas novedosas en este sentido.

Pero pienso que nuestra Consejería de Educación cuenta con personas lo suficientemente inteligentes como para ser capaces de analizar los resultados con objetividad. Asumir que el camino iniciado no es el idóneo y corregirlo, es avanzar por el buen camino. De hecho, la mayoría de los profesores que conozco se replantearía sus objetivos o sus métodos si, como pasa en este caso, el 65% de los alumnos no les prestase atención. Más aún, si cada profesor dispusiese de 600 € para premiar a todos los alumnos que le siguiesen, tendría una cola detrás de él. Pero lo único que tenemos es nuestra entrega diaria y nuestra capacidad de persuasión para convencerles que tendrán una vida más feliz si siguen esforzándose y trabajando duro, mientras ven que el que vendía droga en el instituto el año pasado viene ahora a recoger a la novia en un beemeuve de 300 caballos o, para ser más suave, el que perdió de vista los verbos irregulares hace dos años y ahora trabaja en la construcción, supera ya el sueldo del profe.

Un director decía en su reunión que si este plan se hubiera ofertado sin gratificación monetaria alguna, se habría aprobado con toda seguridad. Parece que el dinero ofende a la labor docente. Es cierto que somos profesionales, trabajamos por un sueldo y no hay que avergonzarse por ello, pero es significativo cómo la forma de plantear la gratificación ha despertado la sospecha de este colectivo y la desconfianza hacia sus superiores. De todas formas se han destapado dos aspectos positivos con la presentación del plan. Uno, que finalmente se ha entendido que los profesores están mal pagados y debe mejorarse su retribución, lo cual no es muy difícil de averiguar observando otras comunidades autónomas y países europeos. Otro, que la Junta de Andalucía dispone de presupuesto para ello.

Sin embargo no creo que haya nadie más interesado que el colectivo de profesores de secundaria en mejorar la calidad de la enseñanza y los resultados, entre otras cosas, porque significaría mejorar nuestro ambiente de trabajo diario y nuestra propia calidad de vida. Si todos estamos de acuerdo, es obligado cuestionarse la forma en que se ha propuesto esta mejora, los posibles errores y soluciones.

En este sentido me atrevo a decir que un papel importante en este asunto lo han jugado los sindicatos que han apoyado el plan. Los resultados dejan en evidencia su representatividad. En mi opinión, hace muchos años que estaban lejos de las aulas y, más cerca del patrón que del profesorado, sin autoridad alguna para erigirse en nuestros portavoces. No nos representan. Si nos referimos a la enseñanza secundaria la distancia que nos separa es abismal.

Los problemas de este colectivo están totalmente desatendidos con los sindicatos actuales. Necesitamos, casi con urgencia, un sistema de representación para Primaria y otro diferente para Secundaria elegidos democráticamente, pero con una sola voz que podría cambiarse cada cuatro años.

En cualquier caso, pienso que la esencia del Plan de Calidad y muchos aspectos del mismo son positivos y necesarios. La Consejería puede aplicar su paso de elefante e imponerlo pese al rechazo mayoritario, pero no creo que de esta forma mejorase realmente la calidad. Si se quiere de verdad que los profesores intervengan en dicho plan, pregúntenles, primero a ellos, cuales son las dificultades que tienen que afrontar todos los días o, mejor aún, que entren en las clases los que deciden cómo tiene que ser su actividad. Las cosas han cambiado mucho desde los tiempos en que algunos dejaron la tiza.

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