MANHATTAN TRANSFER
Todos los admiradores de “La Colmena” (los que hemos releído el libro varias veces y hasta hemos remirado la película, pues son lenguajes diferentes, en este caso ambos geniales), hemos escuchado alguna vez en la vida aquello de “sí, está bien, pero eso de la estructura en arabesco ya lo inventó Dos Passos”. Evidentemente, la cosa iba por “Manhattan Transfer” y no les faltaba razón. Así que, igual que cuando uno tiene sed física lo mejor que puede hacer es ir a la fuente de la plaza del pueblo y beber, cuando uno tiene sed literaria lo mejor es ir a la fuente literaria a mamar de ella.
Nunca me había interesado demasiado la literatura norteamericana, cada uno tiene sus lagunas personales. Estados Unidos me había dado al Pato Donald, la novela negra (y su equivalente cinematográfico), la hamburguesa y la coca-cola, y yo le había dado a Estados Unidos a Pau Gasol, a Julio Iglesias y “La Macarena”. Como pose estética no está mal. Pero no se podía despachar el tema ahí, claro: EE.UU. tenía muchas otras cosas buenas y muchas otras cosas malas. Y la Literatura es muy útil para clarificarlo.
¿Cómo entender a un norteamericano si uno no ha leído a Arthur Miller, a Capote, a Scott Fitzgerald, al propio Dos Passos, a Faulkner, a Wolfe o incluso a Hemingway (a este menos, pues era un yanqui viajero que luego contaba lo que veía)? A Hammett y a Chandler les tenía ya muy asimilados, pero era un grave error obviar tantas y tantas otras letras. Y como soy dueño de mis lagunas y mi cultura literaria es de aluvión, decidí que debía desecar esta concreta laguna. Y me puse manos a la obra.
De todo ese material que utilicé para mi inmersión hoy me quedo con “Manhattan Transfer”, radiografía del NY de principios del XX. No me disloca NY, vaya eso por delante. Prisas, rascacielos, ejecutivos y minorías discriminadas, no me atrae esta película (lo siento por Muñoz Molina, limpia-cristales literario de Manhattan).
Para pertenecer de verdad a NY hay que tener un empleo allí, y NY es por sí sola un continente (“Años inolvidables”, 4). NY fue la ciudad donde Reinaldo Arenas cavó su fosa follando sin mirar con quién (escapó de Miami: la ciudad del exilio canónico no podía asumir a un exhibicionista como él; Miami, esa ciudad insoportable). Pero posiblemente llevara razón Dos Passos: cuando uno se cansa de un sitio, se va a otro y se acabó, pero eso no puede hacerse en NY. Aquí ya has llegado al último refugio posible. De NY al cielo, con perdón para Madrid (pretendida antesala divina).
La novela es excelente: caótica, precipitada (desbocada), redonda (perfecta), es sede física de sueños, pesadillas y frustraciones. La novela es, realmente, NY hecho renglones: italianos rondando los muelles, irlandeses regentando tiendas de ultramarinos, algún francés medio borracho, la sacralización del dinero como símbolo de poder, la meritocracia mal entendida (para ver la otra cara debe llegar Miller o Wolfe), y todo eso que, además, es NY (NY, esa metáfora de lo que es EE.UU.).
Luces y sombras, contradicciones de esta Unión: libertades, marines, derechos civiles, discriminación racial, Gatsbys de saldo, asesinatos a sangre fría, Quinta Enmienda, ¿menús del día en Tiffany’s?, Truman y McCarthy, luchas liberadoras en Europa y luchas opresoras en “América Letrina”, prisas en la Quinta Avenida, irlandeses un poco borrachos, italoamericanos paseando vírgenes en procesión por Little Italy, Chinatown oliendo a cerdo agridulce, ejecutivos comiendo un hamburguer en plena calle, vestidos de traje y con el maletín en la mano izquierda, putas en alguna esquina (no en todas), mendigos calentándose al fuego, actrices buscando trabajo...
“Manhattan Transfer”, una novela para leer. Eso sí: chicos, como decían en “Gilestrit”, tengan cuidado ahí afuera.
Queridos amigos, mil gracias por el eco que os hacéis de mi trabajillo literario,
ResponderEliminarun abrazo y a seguir con la "Utopía". Siempre