LA CRISIS DE LAS IDEAS
Crisis. La palabra corre de boca en boca por bares, sobremesas y corrillos varios. El miedo de la gente es estopa ante la hoguera que ha formado la crisis. La cascada de malas noticias se sucede sin descanso: la bolsa se hunde, el Euribor se dispara, el paro crece y crece, y en el horizonte, el más optimista sólo ve nubes grises. Está claro que de la crisis económica se saldrá y se hará por donde queramos, pero antes de solventarla hay que abordar otra gran crisis. La crisis ideológica.
Cuando cayó el comunismo, se sentenció el sistema para hundirlo en el fracaso o, al menos, esconderlo entre las sombras. Ahora, tras años de capitalismo salvaje, nadie busca culpables entre aquellos que han originado esta tormenta, los supuestos náufragos de esta catástrofe han sido salvados gracias a los salvavidas que el gobierno, con dinero público, les ha enviado. Y aquí no pasa nada.
Nadie se escandaliza. Nadie se pregunta por qué los especuladores, los que han originado la crisis, no pagan las consecuencias de sus actos camicaces. Y por supuesto, el sistema no se cuestiona. Liberalismo económico en época de buena ventura e intervencionismo del Estado cuando llegan las vacas flacas. Bush, Paulson y compañía nacionalizan bancos como los «malvados» Hugo Chávez y Evo Morales. Marx y Engels estarían orgullosos de ellos. La hipocresía de la banca y de la clase política es capital.
Hay crisis de liderazgo. Del crack del 29 surgieron dos grandes líderes, Hitler y Roosevelt. Ahora, el mundo necesita a alguien que dé un golpe de timón a la situación. En Europa, Ángela Merkel proclama el «sálvese quien pueda»; Gordon Brown resurge de sus cenizas y se tira a la izquierda, pero se encuentra solo; el otro gran líder de la izquierda, Zapatero, está perdido y titubeante, y Sarkozy, ambicioso, se disfraza de todos los colores, pero le falta credibilidad.
En la Unión Europea falta eso, unión, dejar a un lado las diferencias para actuar como una potencia. En EE.UU. surge la figura de Barack Obama, que ha despertado muchas expectativas y tiene la difícil misión de no defraudar. Un hombre que tiene como bandera «el cambio», tarea complicada en un país en el que el dinero manda y donde parece que un solo hombre no va a cambiar décadas y décadas de conservadurismo político. Ya lo dijo Quevedo: «poderoso caballero es Don Dinero».
Todas las crisis suponen un punto de inflexión, y en las de tal envergadura aún más. No podemos salir de la crisis sin haber aprovechado la oportunidad de cambiar algo, sin sacar nada positivo, sin abandonar la idea de volver a tropezar en la misma piedra. No podemos evitar el viento, pero si hacer molinos. Hay demanda de cambio, de frescura, de nuevos valores que den una vuelta de tuerca al sistema. La alternativa ideológica al capitalismo no existe y a la vez es necesaria. Hay crisis sí, pero crisis de ideas.
GONZALO BALLESTEROS MARTÍN
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