¿UN PRESIDENTE NEGRO?
Este 20 de enero todos asistimos a uno de esos momentos que inevitablemente se quedan grabados a fuego en nuestra retina colectiva. Fuimos conscientes, como pocas veces podemos serlo, de un momento histórico que puede significar el símbolo de una nueva era. Quizás los libros de historia del futuro recen que l siglo XXI, el real y no el cronológico, comenzó cuando las torres gemelas fueron tumbadas para pánico del mundo. Pero puede que otros textos, más optimistas, ilustren la portada del nuevo siglo con la imagen de un hombre negro dirigiendo el rumbo del país más poderoso del orbe, precisamente el país que había visto caer su orgullo en una zanja de Manhattan.
La imagen de Obama se ha erigido como una esperanza que aglutina un sinfín de dispares inquietudes y aspiraciones representativas de grupos también diversos. Casi de forma profética para algunos, en sus discursos, al igual que en muchos otros políticos norteamericanos a los que nuestros homólogos nacionales deberían emular, las palabras se elevan como un ave de Brancusi, dejando tras de sí lo concreto y terrenal. Son discursos de grandes ideas y altos valores, a veces diríamos que universales, discursos brillantes, ambiciosos, en los que, al mismo tiempo que se dirigen a una audiencia contemporánea, siempre se apela a la historia.
Pero la oratoria embriagadora y pulida puede ocultar ciertos riesgos, y el mayor de ellos es el vacío de contenidos que no han de transformarse luego en hechos, y terminan en decepción. Se ha querido ver en este político la encarnación de una lucha que le tiene a él como colofón. La cuestión afroamericana o lo que es igual, la supuesta división social americana en un sistema por algunos definido, quizás exageradamente, como de castas.
Ciertamente, la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca debe entenderse como un triunfo histórico, pero no como el fin de un largo proceso en el que los afroamericannos consiguen una igualdad plena, no ya en el plano jurídico, que la tienen, sino también en los ámbitos social y económico, frente a la secular preponderancia blanca y anglosajona.
No debe olvidarse que en esa larga lucha, y muy recientemente, con la administración republicana, dos afroamericanos, Colin Powell y Condoleezza Rice, sostenían vigorosamente un papel de liderazgo dentro del círculo del presidente. Ello no ha sido óbice para que las diferencias económicas y de clase hayan aumentado durante estos últimos años en los EEUU, con lo que el grupo humano más perjudicado ha sido, como siempre, aquel que ya partía en una más desventajosa posición: las minorías raciales.
Si la elección de un presidente negro corregirá esta situación, atendiendo a las necesidades de un grupo con el que supuestamente se le identifica, está por ver. En este sentido, no está de más recordar que una de las estrategias de Obama en la campaña electoral, fue evitar en todo momento ser visto como el “candidato negro” a la Casa Blanca, prefiriendo, como no podía ser de otro modo, aparecer como un candidato “de todos”. Es interesante pararse a reflexionar en esta cuestión y plantearse las diferentes interpretaciones que un mismo hecho puede suscitar en diversos grupos de individuos.
Existe todo un terreno movedizo entre lo que uno es, lo que uno pretende ser y lo que los otros quieren que seas. En el caso de Obama la pregunta que muchos nos hecemos es hasta que punto está identificado con su supuesta clase, o como dirían algunos, “casta” social. Evidentemente, Barak Obama, no pertenece a la masa de desfavorecidos que trata de sobrevivir en los guetos de las grandes urbes norteamericanas y que en la noche electoral se lanzaban a la calle para festejar “su” victoria. Proviene de una familia acomodada que facilitó la progresión de sus estudios hasta graduarse en las Universidades de Columbia y Harvard, una de las más elitistas del país. Bien es cierto que durante años trabajó en causas que llamaríamos sociales en la “muy negra” ciudad de Chicago, donde se curtió como militante defensor de los derechos de los afroamericanos.
Pero no es lo mismo pertenecer a un grupo que ayudarlo o representarlo. ¿A qué clase social pertenece Barak Obama? Creo que todos coincidimos en esa respuesta. Es más que probable que la identidad de clase termine por fagocitar la solidaridad racial, de manera que lamentablemente, al menos en las grandes cuestiones, la situación actual de debilidad social de las minorías no ha de cambiar, aunque en algunos aspectos (la seguridad social, por ejemplo), se prometan mejoras.
Interesante es también preguntarse si Obama es el pretendido candidato de “las minorías” o de “la minoría”. Los hispanos por ejemplo, que secularmente han tenido que forcejear con los negros un lugar en el complejo social americano, y que progresivamente acaparan más cuotas de poder en algunos estados del sur y grandes ciudades, se han debatido ante un candidato demócrata que parecía prometer mejoras sociales y que a la vez, como candidato negro, podía favorecer a aquellos con los que se habían disputado el estatus en las últimas décadas.
La figura de Obama y su elección como presidente ha venido a ilustrar diferentes realidades duales, planos de contrarios que encarnar la sociedad norteamericana. Mayoría frente a minoría racial; minoría negra frente a minoría hispana; unilateralismo frente a multilateralismo; conservadiruismo frente a liberalismo...En cada una de esas dicotomías podríamos señalar el lugar que ocupa Barak Obama, pero siempre con reservas. Se trata de un político negro, sí, pero demócrata y americano, y siendo esto último es difícil que se sustraiga de ciertas premisas que estrechan su capacidad de acción y aun su propia voluntad política, como la de cualquier otro ser humano que vive bajo los rígidas fronteras de su ideología nacional o cultural.
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