LA II GUERRA MUNDIAL. DANIEL QUIJANO


EL QUE SIEMBRA VIENTOS…
…recoge tempestades. También es válido aquello de “y de aquellos barros, estos lodos”. Ambos refranes sirven perfectamente para resumir el periodo de tiempo que va desde el Tratado de Versalles (1919) hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939). Durante esos veinte años se gestó el conflicto más global y mortífero de cuantos ha conocido el hombre. Y mira que nos hemos empeñado en tener conflictos. Nadie sabe cuándo fue la primera batalla, pero cualquiera de nosotros puede aventurar las causas:


- “Mira al pueblo de al lado. Todos los años recolecta más que nosotros en la época de siembra. ¿Por qué no les preguntamos cómo lo hacen?”
- “No. Mejor vamos en la recogida de la cosecha y se lo quitamos. Mira que lanza he fabricado…”
En enero de 1917 el presidente estadounidense Woodrow Wilson expuso sus célebres Catorce Puntos que sentaban las bases sobre las que debería negociarse la paz de la guerra que se estaba librando entre las viejas potencias europeas. Una vez que Alemania, exhausta, pidió el fin de las hostilidades, todas las buenas intenciones para establecer una paz duradera sobre bases firmes dieron al traste. Por un lado las potencias vencedoras (entre las que estaba EE. UU., que había entrado en la guerra en abril de 1917) estuvieron de acuerdo en culpar a Alemania de todos los males ocasionados y le pasaron la cuenta. Una factura que debía estar pagándose, con intereses, hasta ¡1988! La diplomacia secreta (tratados firmados bilateralmente entre las potencias para conseguir beneficios a la hora de entrar de uno u otro bando), tan aborrecida por Wilson, jugó un factor decisivo pues el famoso punto sobre el principio de las nacionalidades (toda nacionalidad tenía derecho a su espacio territorial) no se cumplió en numerosas partes (por ejemplo, en Próximo Oriente, donde los antiguos territorios del Imperio Otomano pasaron a estar controlados por Gran Bretaña y Francia, negando la independencia a los árabes de la zona.
Por otro lado, en Alemania nacía la leyenda de la puñalada por la espalda, según la cual el ejército imperial no había sido derrotado en el campo de batalla, sino traicionado por una confabulación de comunistas, judíos y pacifistas en el frente interior. Esta leyenda, inventada, corregida y aumentada por las ramas de ultranacionalistas alemanes, ignora por ejemplo que fue Erich Ludendorff, jefe del Estado Mayor General, quien expuso claramente al káiser la necesidad de parar la lucha. El ejército alemán estaba agotado y al borde del colapso.
Las condiciones de la paz quedaron recogidas en el famoso Tratado de Versalles. Este tratado no recogía precisamente los aspectos necesarios para un buen entendimiento internacional. Dejó insatisfechos a los vencidos e incluso a los vencedores. Alemania se quejó del hecho que la culpaba en la totalidad de la guerra, con lo que económica, militar y moralmente suponía eso para los alemanes. La monarquía dual de Austria-Hungría quedó dividida en múltiples estados que recogían las ansias nacionalistas esgrimidas durante decenios, pero no dio completa satisfacción al problema de las nacionalidades. Por ejemplo, en los Balcanes nació Yugoslavia, una amalgama de nacionalidades, etnias y credos bajo dominio serbio. Se hizo un remiendo en una zona que necesitaba un bordado nuevo, no en vano fue la chispa que inició la Gran Guerra. Italia, en el bando de los vencedores, vio como los acuerdos firmados con los Aliados como condición para entrar contra los imperios centrales quedaban en papel mojado. Muchos italianos, entre los cuales se encontraba un tal Mussolini, se sintieron engañados y pidieron vendetta contra unos políticos que habían traicionado el sacrificio de miles de italianos. Francia, con la intención de impedir el renacimiento germano, fue el país que más presionó para humillar a Alemania en Versalles. El káiser Guillermo abdicó, y Alemania estableció un sistema democrático sin tradición, enfrentado a tareas titánicas como el pago de compensaciones y la reconstrucción económica, sistema débil que no pudo soportar los envites que recibirá permanentemente desde la izquierda y la derecha. En cierto modo, la vida del sistema democrático de España durante la II República guarda muchas coincidencias con la República de Weimar, incluida su trágico final.
Muchos contemporáneos ya advirtieron que Versalles sólo era el comienzo de una tregua que duró veinte años. El viento y los barros estaban servidos. Era cuestión de tiempo el que nuevas tormentas (no todas relacionadas con el Tratado de Versalles) dieran lugar a las tempestades y los lodos de la Segunda Guerra Mundial.

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