Desaparición de lo público, “hipertensión” de lo individual:
I. El Tráfico
I. El Tráfico
En mi opinión, la actual sociedad occidental acumula una contradicción que se agudiza y que en nuestros días llega a un punto de inflexión: la existente entre el capitalismo y la democracia.
Esto que digo puede parecer una locura, de hecho constituye una blasfemia para el pensamiento imperante en las ciencias sociales.
Según dicha ortodoxia, la que impartimos en las clases, ambos conceptos, capitalismo y democracia, son dos de las tres plasmaciones de un mismo movimiento ideológico, el Liberalismo: Liberalismo Económico, Liberalismo Social, Liberalismo Político.
Pero en cuanto rascamos algo en la historia, en especial en la de los sistemas políticos y sus modelos, nos encontramos con que, llegado cierto punto de maduración, las pulsiones de ambas son disyuntivas: el libremercado, la progresiva concentración del capital, aumenta las diferencias socioeconómicas reales ─ generando dependencia económica ─ sobre las que “flota” la supuesta igualdad jurídica y la hipotética libertad política.
Dicho de otra manera: sin cierto nivel de igualdad e independencia económica de la mayoría de la población, la democracia se reduce a su aspecto “formal”, la soberanía popular, de existir, desaparece.
En dicha disyuntiva, el pensamiento y la práctica política de los últimos 35 años se ha decantado claramente por el capitalismo. El mejor ejemplo para ello sería la OMC que establece la potestad de tribunales para dirimir conflictos entre empresas trasnacionales y estados. De esta manera, las empresas pueden demandar el incumplimiento de un contrato a 100 años firmado por un gobierno, cuando este pierde el poder y es sustituido por otro partido que pretende rescindir dicho contrato… ¿dónde queda entonces la soberanía popular?
En dicha disyuntiva, el pensamiento y la práctica política de los últimos 35 años se ha decantado claramente por el capitalismo. El mejor ejemplo para ello sería la OMC que establece la potestad de tribunales para dirimir conflictos entre empresas trasnacionales y estados. De esta manera, las empresas pueden demandar el incumplimiento de un contrato a 100 años firmado por un gobierno, cuando este pierde el poder y es sustituido por otro partido que pretende rescindir dicho contrato… ¿dónde queda entonces la soberanía popular?
La ideología imperante actual propugna la desregulación total de la economía y las empresas, a la par que la regulación máxima de los individuos: al libremercado le acompaña la saturación de derechos y obligaciones sociales. Así, una nueva moralidad carga sobre el individuo el peso de las contradicciones y los cortocircuitos del sistema.
Un buen ejemplo lo representa la circulación viaria:
• Las empresas automovilísticas pueden fabricar coches que superen los límites de velocidad establecidos, dado que nadie debe menoscabar su libre iniciativa ni el derecho del consumidor de adquirir coches veloces.
• Parece legítimo, quizás lamentable pero en cualquier caso inevitable, que las empresas trasladen su actividad, adaptándola a la competencia, aunque para ello obliguen a sus trabajadores a desplazarse a mayores distancias desde su domicilio, con el consiguiente perjuicio en tiempo, costes y riesgos, bajo la amenaza de ser sustituidos por otros: de no hacerlo, la empresa no podría sobrevivir a la competencia, quebrando y eliminando sus puestos de trabajo.
• No es culpa de nadie, y por eso ningún poder político lo ha impedido, que la especulación inmobiliaria haya disparado el precio del suelo y la vivienda, tanto en propiedad como en alquiler, haciendo imposible la misma movilidad espacial que requiere nuestra movilidad laboral: cada cual puede vender o comprar al precio que desee.
• Todo el mundo entiende que en situación de desempleo una persona no puede esperar que la oferta de trabajo surja en su entorno geográfico cercano (¡vaya morro o pereza!) por lo que debería estar dispuesta a buscar empleo en un radio de 50, 70, 100 km. ¿Quién no conoce a alguien que vive en un extremo de la costa del sol y trabaja en el otro?
• Nadie controla, salvo en excepciones muy rentables, que el estado proyecte la red de carreteras y de transportes públicos garantizando tiempos y velocidades, de manera que no importa inaugurar tramos enteros de autovía (Málaga-Nerja) donde una gran parte del trazado limita la velocidad a 80 km/h o incluso menos.
• El sistema (políticos, administradores) cuentan con que ¡NO vamos a respetar los límites de velocidad! De hecho, en Euskadi, donde el sentimiento de lo público y social es aun más fuerte, se han convocado protestas por la creciente criminalización del tráfico (radares, puntos, penas de cárcel) en donde se insta a los conductores a conducir respetando TODOS los límites de velocidad a hora punta… el resultado: el colapso del Gran Bilbao, y la policía obligando a pitidos a los conductores a circular por encima de los mismos límites, con prácticas que el día antes multaban. La hipocresía del sistema se basa en que si fuésemos legales, se colapsarían nuestras redes de transporte y sobrevendría una catástrofe económica.
• No se puede ni debe conducir comiendo, hablando por teléfono, cambiando de emisora, mirando el GPS o la tele… pero si fatigado tras 8 o 10 horas de jornada laboral extenuante: si nos viéramos muy cansados, ¡ojo! ¡nos paramos fuera de la carretera y echamos un sueñecito!
En resumen: la empresa puede ser egoísta y buscar su lucro aunque perjudique, el estado puede escatimar gastos cuando proporciona servicios públicos e infraestructuras, pero el individuo ha de asumir las tensiones del sistema y dedicar 2 o 3 horas a sus desplazamientos, alargando su jornada laboral real hasta las 13 o 14 horas, a riesgo de ser criminalizado y rechazado socialmente si se salta los límites de velocidad.
Nadie concibe regulaciones de los otros elementos de la ecuación: garantizar puestos de trabajo en la proximidad de la residencia, fijar a las empresas en el sitio y la duración de sus contratos, obligar a las empresas a proporcionar medios de transporte (furgonetas o autobuses con chófer) a sus empleados, obligar al estado a proporcionar redes de transporte público efectivas y fiables… experiencias reales, nada utópicas de otros lugares y épocas.
Desaparece lo público, sustituido por la omnipresencia de lo individual, sustituimos la política por la ética, la reorganización de las actividades humanas (las económicas) por las exigencias morales, sociales y políticas a los individuos… y nos extraña que la gente ande estresada.
No sé que autor dijo aquello de "sino existe igualdad la libertad es una gran mentira".
ResponderEliminarChe Guevara