Antes de ayer leí en una página de internet estos dos párrafos:
“Los escritores que hablan de gente que no sabe leer nos faltan el respeto, porque los que sabemos leer no queremos leer sobre analfabetos, sino sobre nosotros mismos, que si hicimos el bup no fue para enterarnos de las desgracias de los demás, sino, precisamente, para no enterarnos, que para eso está la cultura, para dejar de lado la agricultura y los ambientes fabriles y la vida mísera de latas y mocosos. Steinbeck es un autor aprovechable para ponerse rojales, oh, los pobres de la tierra, oh los inmigrantes, oh, su puta madre. Aprovechen para ponerse rojales, que a mí me parece requetebién que haya pobres, que es de ahí de donde salen las putas, y ahora de Haití vienen baratas y con babi”.
Evidentemente el autor lo ha escrito con ganas de provocar y cada persona que lo lea decidirá si lo ha conseguido o no. Lo que sí es cierto es que nos hemos acostumbrado muy rápidamente a que haya gente llevando una vida de mierda o directamente viviendo en ella. Los pensamientos tipo "¿y qué puedo hacer yo?", los encogimientos de hombros, la melancolía que producen los esfuerzos inútiles, nos anestesian y nos matan un poco por dentro todos los días.
Yo tengo 30 años y por supuesto sabía que se podía apadrinar un niño del Tercer Mundo de una manera rápida y sencilla. ¿Por qué no lo he hecho antes? Pues no lo sé. Este año soy el Coordinador del Proyecto Escuela de Paz en mi instituto. Pensé en que se podría hacer algo más que soplapolleces como dibujar palomitas de la paz o murales sobre la Madre Teresa. Me interesé en estos temas y presenté un proyecto de apadrinamiento masivo que me echaron para atrás ipso facto. Así que sólo me queda esto, tareas de propaganda. Seguro que alguno de vosotros tenéis ya un niño apadrinado y sabéis que no se tarda nada en hacerlo; no he tardado ni un minuto en apadrinar a Dylan. En gastarme 21 euros, que es lo debo pagar mensualmente, tardo menos, depende de la cola que haya en la tienda que sea.
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