El ritmo de la vida
Una mujer me ayudó
a bajar del autobús,
otra mujer me decía
tenga cuidado señor.
Una mujer me ayudó
a bajar del autobús,
otra mujer me decía
tenga cuidado señor.
Y cuando ya estaba en tierra
así, como de repente,
pisando la cera fuerte,
una tromba de recuerdos
se posaron en mi mente:
“¡Ay qué bebé tan bonito
anda qué gracioso es!
su carita me cautiva,
que tengas suerte bebé”
seguramente decía
una dulcísima voz
que yo correspondería
con mi sonrisa, tal vez.
Y siguiendo el repertorio
de mis recuerdos pasados…
“¡Niño! no pises los charcos
vas a mancharte lo chancho”
“Nene déjame tranquila
y juegas con tu amiguita”
“Muchacho dime la hora
mira, no llevo reloj”
“Joven sujeta mi cesta
que voy a buscar la llave
que está cerrada la puerta”
“Caballero, por favor,
¿sabe usted por dónde queda
la tienda de los sombreros?”
“Oiga señor pase, pase
mire, que yo ya me espero”
“Abuelo tenga cuidado
no se me vaya a caer,
que el suelo está muy mojado,
lloviendo está desde ayer”
A bajar del autobús
me ha ayudado una mujer…
¡no me lo puedo creer!
Un bebé ¡ay que bonito!
Abuelo que está mojado
No se me vaya a caer…
Soñé con aquel bebé,
con el nene, con el niño
con el muchacho y el joven
el caballero, el señor
el abuelo y… la vejez.
Hoy recuerdo a la mujer
que me ayudó el otro día
y le ofrecí mi sonrisa,
sin saber la pobre mía
que esa sonrisa sería
como la de aquel bebé
que también agradecía
el cariño que sentía
cuando alguien le decía:
“¡mira qué bonito es!”
El teatro de esta historia
ve cayendo su telón:
débil está tocando ya
el cornetín de la vida
anunciando su final.
Nacer, crecer…
llegar, por fin,
a la esperada meta.
Ver volar tiempo y tiempo
mientras tanto
vuela también la vida,
que se lleva con ella,
cargada la mochila
de recuerdos.
Salvador Palma Daniel
No hay comentarios:
Publicar un comentario