El estado de la Nación JUAN BONILLA. ARTÍCULO PUBLICADO EN EL DIARIO SUR
Así las cosas, mirar al futuro da un poco de grima. Reina en el ambiente una sensación de suciedad contra la que la esperanza de que algo vaya a cambiar es un detergente incapaz
Me aburrí de lo lindo viendo el Debate sobre el estado de la Nación: si hay que colegir el estado de una nación por lo que se diga de ella en un debate, entonces me temo que no hay quien nos salve, y que nuestro estado en estos momentos y puede que vaya para largo, además de crítico sea de una vulgaridad preocupante.
No soy nada apocalíptico: incluso cuando llegue el Apocalipsis pensaré que la cosa tiene solución, que vendrán tiempos mejores. Pero después de ver el Debate sobre el estado de la Nación, me sacudió una tenaz modorra, como si todo lo que había oído fuera una potente anestesia que a cambio de difundir por mis circuitos neuronales pasividad, me dejara sin fuerzas para nada. Decir que el debate fue decepcionante es no decir nada, o decir sólo que tenía uno esperanzas de ver en ese intercambio de golpes baratos, cifras confusas y acusaciones olímpicas, la aparición de alguna voz nueva, potente, sensata. Pero no: nos hemos habituado ya al cansino espectáculo de ver a los hinchas de uno y otro partido hacer de mariachis de sus portavoces, y nos hemos habituado a la vulgaridad alarmante de esos portavoces, cantando cada cual su canción, todas idénticas en el tono y el estribillo: aquello no era el debate de la nación, era una edición más de Eurovisión o la OTI.
Luego salieron los resultados de las encuestas, que decían que Rajoy ganó por un pelo a Zapatero. Ese resultado -medido en cada casa según la simpatía de su inclinación ideológica- sólo tiene un evidente perdedor: Rajoy. Porque, en serio, si te enfrentas -da igual en qué, en un combate de boxeo o una partida de ajedrez- a alguien que sale al ring o al tablero con evidentes síntomas de incapacidad para afrontar la situación -un púgil con las manos atadas a la espalda, un ajedrecista que al comenzar la partida ya ha perdido la Reina y las dos torres y los dos caballos, y sólo juega con el Rey y los peones- y no le ganas en el primer asalto o en los primeros movimientos, está claro que el problema es tuyo. Es como si la paralización que parece reinar en el Gobierno (y que ha llegado después de una absurda cadena de improvisaciones) y que se ha contagiado a su partido, fuera lo suficientemente fuerte como para haber infectado también al partido de la oposición. Hasta ahora, lo normal era que cuando el partido en el poder, por las decisiones propias de quien cree que nunca va a abandonarlo y puede hacer lo que le dé la gana sin que le pase factura, se debilitaba, el contrario se fortalecía en la misma medida. Pero tener a los dos grandes debilitados, sólo podría llevar a la aparición de un tercero que, por mucho que oteemos en el horizonte, no tiene visos de materializarse. Ha sucedido en Inglaterra, debería sucedernos a nosotros.
Así las cosas, mirar al futuro da un poco de grima. Reina en el ambiente una sensación de suciedad contra la que la esperanza de que algo vaya a cambiar es un detergente incapaz. Ver el Debate sobre el estado de la Nación fue como entrar en una habitación cerrada donde han empezado a oler mal hasta los muebles. Lo primero que necesita hacer uno en una situación así es abrir la ventana, que entre el aire. Pero todos están tan posicionados que ninguno va a querer moverse hasta el 2012, y aún entonces, las cúpulas de los partidos parecen tan insensatas, que ni entonces se moverán mucho. Están todos muy cómodos en su digno papel de muebles viejos, acumulando polvo, termitas.
Me parece evidente que hacen falta voces nuevas. Este Debate sobre el estado de la Nación ha sido como un pomposo epitafio a una época donde la desilusión y la desgana han campado por sus respetos. Nadie dice que la política tenga que ser apasionante, pero en una época como la que atravesamos, donde precisamente debería haber mucha pasión en todo lo que concerniese a la política, esta estrategia de cansar a los ciudadanos cantando cada cual su coplilla, no consigue otra cosa que nos desconectemos y que triunfe el pasotismo. Que quizá es lo que quieren las autoridades, no digo que no, pero tarde o temprano el tiro les saldrá por la culata. Por supuesto que nuestra cámara de representantes, por serlo, de alguna manera miden el propio estado del país, y son un espejo de lo que somos: un país aburrido, dividido, en el que cada cual va a lo suyo, y tiene claro que tumbar al enemigo ideológico es más importante que limpiar y adecentar la propia casa, y la propia ideología. De todo esto, piensa uno, tendría que salir algo bueno y esperanzador, la certeza de que los púgiles principales, Zapatero y Rajoy, no deberían estar ahí para programar la próxima legislatura, que sus partidos deberían empezar a buscar a púgiles más ágiles, más enérgicos, más convincentes, si no quieren matarnos a todos de aburrimiento, porque los golpes que se lanzan los unos a los otros tienen una sola cosa en común: todos vienen a dar en nuestra cara, que por muy habituada que esté a los golpes, se cansará en algún momento de recibirlos.
JUAN BONILLA
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