ARTÍCULO PUBLICADO EN EL BLOG LA PUERTA ABIERTA. SERGIO RUIZ ANTORÁN
Brillan al sol del desierto las gafas doradas que luce el conductor del Humve. Bailando por el efecto de los baches de una arenosa senda al infierno, como un Elvis Presley traspasando las dunas hacia Las Vegas, el marine no para de hablar o cantar, anima el recorrido lento y pesado a sus cuatro acompañantes armados y que revisan su flanco en busca de un objetivo al que disparar. El dicharachero conductor esgrime su propia teoría para explicar qué hacen allí.
En Irak no hay McDonalds, no hay grasas saturadas, no hay sofás en los que hundirse ante una televisión hipnótica con una grasienta hamburguesa haciendo el trabajo de alienación. En Irak hay hambre y rabia, hay tiempo para pensar, para odiar, para la guerra. Sin soltar el volante idea la solución que les sacará de ese ataúd agujereado y sin blindar en el que ruedan hacia Bagdad. Poner un McDonalds en cada esquina del planeta sería la salida para todos los conflictos, el abrazo a la paz entre ketchup y mostaza.
La reflexión, entre el chiste ‘fast food’ y la descarnada crítica, es una escena de Generation Kill, la serie que HBO produjo entre 2007 y 2008 y que contó como guionista y coproductor con David Simon, del que últimamente parece que estamos realizando un monográfico en este blog. En siete capítulos, Generation Kill narra el trayecto bélico de un batallón de reconocimiento de Marines de Estados Unidos en su incursión en Irak para llevar la libertad y la democracia al pueblo sometido por Sadam Hussein.
El guión del creador de The Corner, The Wire y Treme, que vuelve a trabajar junto a Ed Burns, es una adaptación del libro biográfico de Evan Wright, periodista de la revista Rolling Stone que siguió ‘in situ’ los cuarenta primeros días de la invasión de Irak junto a este grupo de aguerridos soldados y que es un personaje más en la serie. Generation Kill está considerada como una de las visiones más desgarradoras y mordaces del paso de las tropas americanas por el país del Medio Oriente, ocupación que hoy por hoy continúa, conflicto que hoy por hoy continúa regando de sangre un estado destrozado por la codicia del petróleo y que ya no alcanza las primeras planas
Generation Kill es una crítica feroz y directa contra aquellos que organizan y ejecutan las guerras y es un alegato contra su sinrazón en defensa de las víctimas.
Generation Kill es una crítica feroz y directa contra aquellos que organizan y ejecutan las guerras y es un alegato contra su sinrazón en defensa de las víctimas.
El relato despliega sin cortarse un pelo la estupidez que gobernaba las operaciones de un ejército (desde el Presidente Geroge W. Bush a los descerebrados capitanes en el frente) que arrasó a inocentes en su paso liberador hacia Bagdad, asesinando a civiles como moscas y sin ningún tipo de represalia a los fallos, repetidos en el baño de sangre de niños y mujeres. Generation Kill entrega la razón a las víctimas sin palabra pero con balas entre los ojos y que piden disculpas cuando acribillan a su hija por ‘error’, y se la da también a los soldados rasos, que no son mostrados solo como manioretas o héroes que ejecutan órdenes y matan a los malos (“En Irak solo hay dos tipos de personas: los muy buenos y los muertos”, dice un personaje), sino como hombres entrenados para ser asesinos de un enemigo al que no encuentran con un uniforme al otro lado de la frontera, sino en el miedo de un coche que no para a una ráfaga de advertencia o en cadáveres mutilados de madres e hijos en la cuneta de una polvorosa carretera o yihadistas sin entrenar a los que aplastan regozijándose en el éxito de su acción de guerra.
Los marines, con diferentes tonalidades porque también los hay psicópatas y con poca sesera, reservistas que se consideran cowboys conn licencia para exterminar, son retratados como cabezas pensantes que se cuestionan el mando de unos superiores que parecen salidos de un concurso de idiotas, con una retórica militar hueca y patriotera que pretende tapar las vergüenzas de sus actos como confundir las luces de una aldea con un escuadrón de tanques enemigos o de mandar bombardear un casa con mujeres y niños.
Ellos son los únicos que parecen tener un mínimo de conciencia y remordimiento al apretar el gatillo para causar una baja innecesaria, juzgados por sus fallos colaterales, cuando sus mandos no dudan en ordenar un bombardeo preventivo o intentar clvar una bayoneta a un prisionero maniatado. Son ellos los que cuestionan la estupidez y el absurdo de la violencia para la que han sido instruidos.
A modo de documental (parece la precuela de Gunner Palace), Generation Kill cuenta una historia repetida, en la que el malo es el jefe y el obrero sufre las represalias. No hay que caer en la ligereza de esta ecuación pese a lo sustancial de su crítica, porque no creo que alguien al que le han enseñado a asesinar con sus propias manos no se entere de las consecuencias de sus futuros actos hasta que no pisa territorio comanche y mata a un par de inocentes y se da cuenta que todo eso no es un videojuego. El rechazo tiene que ser general hacia la guerra, la violencia, los ejércitos y el poder que utiliza el miedo para enfrentar al ser humano para conseguir sus intereses.
SERGIO RUIZ
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