HISTORIA LITERARIA. ABEL GAVIRA

Historia literaria
A Joaquín Sarabia nunca le gustó leer, no le gustaba oír por boca de otros, cosas que él sentía gracias a su desbordante imaginación.

Y fue esa cualidad lo que le llevó a escribir compulsivamente. Sus primeros escritos datan de los últimos libros que alguien (sus padres, seguramente) vio que leía. Eran libros de cuentos infantiles y Joaquín fue anotando en los márgenes de cada página ideas que se le ocurrían sobre los personajes, los espacios, la trama e, incluso, el tiempo de la narración. Estas anotaciones estaban escritas en un lenguaje infantil y primario que sólo Joaquín podía descifrar.

A partir de aquí, nunca más vieron a Joaquín con un libro en sus manos. En cambio, agotaba libretas, blocs, folios y todo aquello digno de ser usado como papel para escribir.

A los seis años, Joaquín enseñó sus primeros escritos a los maestros de su escuela. Estos se sorprendieron al ver que un niño que se aburría en clase mientras el resto aprendía a leer, había escrito una serie de cuentecillos fantasiosos de héroes antiguos y leyendas con seres y monstruos inventados. Pero fue solo eso, una sorpresa, lo consideraron un juego de niños.

Sin embargo, dos años después, llamaron a sus padres porque Joaquín les contaba a sus compañeros de clase una serie de cuentos didácticos para que supiesen como tenían que actuar en muchas circunstancias. Los compañeros le escuchaban boquiabiertos mientras sus maestros, ojipláticos, no osaban interrumpir a Joaquín.

La dirección del centro y los padres de Joaquín tuvieron una reunión para valorar si el niño era un superdotado o tenía algún tipo de problema. Sin embargo, tras pruebas realizadas por tres orientadores distintos y dos visitas al psicólogo, sólo se pudo llegar a la conclusión de que era un chaval con mucha imaginación, nada más.

Y así siguió Joaquín su vida, sin más pruebas ni más diagnósticos. A los doce años creó un personaje pícaro que sobrevivía en tiempos de crisis y escribió varios relatos con el mismo personaje. A los catorce se interesó por las chicas, el amor y la pasión y lo plasmó en una historia mucho más larga que las anteriores que hablaba de estos sentimientos a medio caballo entre el impulso de la juventud y la templanza de la madurez.

Joaquín seguía recitando sus escritos a sus compañeros, esta vez de instituto, pero también a vecinos, familiares y conocidos. Todos ya se habían habituado a él, no era ni buen ni mal estudiante, ni buen ni mal vecino, ni mejor o peor persona, se limitaba a entretenerlos a todos desde sus cuentos breves, sus poemas, sus novelitas o sus primeras obras de teatro.

Precisamente, su primera obra dramática la escribió a los quince años, trataba sobre diversos conflictos entre un pueblo y sus autoridades. Muchas personas que la leyeron quisieron convencer a Joaquín para representarla, pero a él solo le interesaba escribir. Una vez escrito, cogía su libreta o lo que fuera y comenzaba otra cosa.

A los dieciséis escribió su primera novelita, era una historia de dos personajes que vivían a medio caballo entre el día y la noche, la imaginación y la realidad, el alma y el cuerpo, lo que se siente y lo que se ve.

También por esta época comenzó a componer poemas sobre la existencia de Dios, sobre su mensaje y su consuelo, las dudas mútuas, la necesidad de ambos.

Pero Joaquín no se centraba en ningún aspecto, seguía avanzando como si quisiera librarse de su propia imaginación, decía que necesitaba liberar continuamente su mente, temas, personajes, situaciones se agolpaban en su cabeza y no le dejaban en paz hasta que los sacaba a la luz.

Cuando cumplió la mayoría de edad, se interesó por los escritos sobre la sociedad y la educación, pero a los veinticuatro cambió radicalmente de registro y sacó a la luz sus poemas más pasionales y sentidos, llenos de quejas, de emociones sencillas y cambios bruscos de humor.

Para esas fechas, ya Joaquín distraía a sus compañeros de trabajo, les hacía las horas más cortas mientras les contaba qué había escrito o qué tenía en su cabeza gestándose.
A los treinta se interesó por historias duras y realistas que trataban la condición humana y la vida en las ciudades. Dos años después, sin embargo, se enamoró de la musicalidad y el ritmo en la poesía y compuso varios poemas de una melodía maravillosa.

Antes de llegar a los cuarenta, Joaquín presentó a sus allegados sus escritos más extraños, muchos de ellos eran incomprensibles para la mayoría, aparecían escenas absurdas, personajes deformados, convertidos en animales grotescos, juegos de voces, etc. Esta nueva faceta fue la que menos gustaba a sus conocidos de toda la vida. Sin embargo, la gente joven acudía a su casa a pedir que le leyera algo de lo que había escrito.

Años después, de nuevo, cambio de golpe y ahora hablaba de guerras, de sufrimiento, de dolor y enfrentamientos, pero siempre había un atisbo de esperanza, un rayito de luz en la oscuridad que se apoderaba de todas sus palabras.

Pero poco le duró este interés, a los sesenta Joaquín volvió a dirigir su interés hacia la fantasía, pero esta vez la relacionaba siempre con situaciones y personajes reales. Comenzaba tratando temas y situaciones cercanas y verosímiles y, poco a poco, iba añadiendo aspectos fantásticos o mágicos que encajaban suavemente en la historia, y encajaban tan bien que acababan por parecer también reales.

Ya octogenario, Joaquín seguía entreteniedo a la gente, sobre todo a sus nietos que siendo bebés dejaban de llorar cuando su abuelo les contaba algo y cuando crecían apagaban la televisión o la Play Station si venía su abuelo a visitarlos.

A pesar de todo, Joaquín no pudo librarse del todo de la envidia y los comentarios maliciosos, que si era un plagiador, que si leía a escondidas y por eso sabía tantas historias, que si todo lo que escribió ya estaba inventado. Joaquín Sarabia nunca se defendió, era feliz con un bolígrafo y un papel.

Y así es como lo encontraron en su cama una noche de septiembre, con los ojos cerrados que ya no volvería a abrir y su mano abierta dejando caer su pluma favorita sobre el bloc que su hija le había regalado por su 87º cumpleaños. En el papel, Joaquín Sarabia había escrito una obra extraña, novedosa, rompedora en cuanto a contenido y forma. Inauguraba así un nuevo movimiento literario al que años después, un escritor pretendidamente polémico, academicista y con un gusto excesivo por los neocultismos daría nombre, pasando a la Historia de la Literatura como su creador y máximo exponente.
ABEL GAVIRA

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