VALORES EN CRISIS, TALENTOS DORMIDOS.
Mi nombre es Juana, tengo cuarenta y ocho años y quinientos euros en el bolsillo. En mil novecientos sesenta y ocho tenía cinco años y, no lo recuerdo pero, me han contado que en aquella prodigiosa década las personas se movilizaban si alguna circunstancia injusta, ilegal, denunciable de verdad golpeaba sus sentidos. Fue en mayo de ese año cuando se difundió una consigna entre los estudiantes universitarios parisinos: “debajo de los adoquines está la playa”.
En 1968 aún no existían los teléfonos móviles, pero bastó esa consigna para que al día siguiente decenas de miles de habitantes de París (más de nueve millones de personas según wikipedia) se lanzaran a la calle a arrancar los adoquines del suelo para arrojarlos a la policía represora. Había un motivo que justificaba tamaño acto vandálico… Aún hoy, algún político español presume de haber participado activamente en el mayo francés.
Una década después, muerto el general Franco, presencié como espectadora la movilización de una multitud de personas celebrando, como pocos habitantes del planeta saben hacerlo, la legalización del partido comunista. Quedó en mi retina una imagen: Un hombre conduciendo una mobilette y, de paquete, una mujer que alzaba con sus manos, sobre su cabeza La Hoz y el Martillo al tiempo que gritaba: “¡Viva el partido comunista!”. Hace tiempo que no veo estos símbolos exhibidos con tanto orgullo como aquella mujer los exhibía.
Y una década después de ésta, en los ochenta, asistí al estreno de la película de Pedro Almodóvar: La ley del Deseo. La proyectaron en el América multicines de la estación de trenes de Málaga y escuché con estupor como un hombre se levantaba de su butaca y se iba de la sala gritándole a Antonio Banderas: “maricón”.
Ya en los años noventa noté cierta crisis de valores y el adormecimiento de valiosos talentos. Empezaba el adocenamiento con la tele a todas horas, más cadenas de las que podíamos desear(¡cómo echo de menos la UHF!) y el regusto por la difamación y la aplicación más ruín y mezquina de la frase: “Es mejor pedir perdón que permiso”.
En la década última comprendida entre la hecatombe digital del año dos mil y el crítico año dos mil diez, he empezado a sentir alarma cuando en mi trabajo como orientadora he dado rienda suelta a mi creatividad y algún director me ha llamado a capítulo por mis rarezas…
Y ahora, en el inicio del año dos mil once, estoy asustada porque varios de mis compañeros y compañeras de instituto me han diagnosticado desequilibrio emocional que es una eufemística manera de llamarme loca, como hicieron en otras épocas de penumbra histórica con un par de mujeres singulares de homónimo nombre. ¿Tendré yo la suficiente categoría como para ser encerrada en el castillo medieval de Tordesillas o quemada en la hoguera por orden de la Santa Inquisición ?
Juana Godoy Aguilera
Soy Beatriz, nueva lectora de ésta revista digital, y ante todo he de dar las gracias a todos los que haceis posible un espacio como éste. Y concretamente a Juana, como autora de este maravilloso artículo, y que por azares de la vida he tenido la posibilidad y el placer de conocer personalmente, he de decirle que sus palabras han conseguido despertar en mí la inquietud por profundizar en este "adormecimiento de los talentos", y las ganas de alzar mi voz para, a través de mi profesión,denunciar la censura de los sentidos que en este siglo XXI se está produciendo.
ResponderEliminarMuchas gracias por darnos esta oportunidad para reflexionar.
Un saludo, Beatriz.