En época de (pre)campaña electoral los políticos sacan siempre lo mejor de sí mismos. Ensayan frente al espejo su mejor sonrisa, siempre tienen una palabra amable para cualquier ciudadano o periodista que les pregunte y llevan un ritmo frenético de viajes, inauguraciones y declaraciones públicas.
Sin embargo este ritual que se repite casi año tras año –dentro del carrusel sufragista que son las municipales, las autonómicas, las generales o las europeas- el político dice mucho sin decir nada. Con discursos vacíos, demagógicos, donde la falta de ideas puede verse para cualquier mente medianamente despierta y observadora, los políticos actuales viven de discursos antiguos cuando la realidad es que se necesita una renovación importante de ideas. No es de recibo que ciertas concepciones ideológicas que hace cincuenta años tenían su razón de ser sigan siendo válidas para explicar el devenir socio-económico de hoy día. El problema de fondo viene de que la renovación ideológica necesita una innovación que el estamento político no está en condiciones de presentar.
Nuestros dirigentes se han acostumbrado a vivir en un mundo paralelo, dentro de urnas de cristal donde no penetra el ruido de fuera. Difícilmente puede un político atender las necesidades de los vecinos cuando ignora cuáles son dichas necesidades. Sus hijos estudian en colegios de pago –con lo que no ven las deficiencias de la educación pública; sin embargo defienden el modelo educativo actual a capa y espada, aconsejados por una pléyade de pedagogos que elucubran en sus despachos sobre teorías súper-innovadoras que van a revolucionar la educación, cuando lo cierto es que en su vida han entrado en una clase con treinta chavales, cada uno con su propia historia y sus propias necesidades.
Nuestros dirigentes defienden los servicios de transporte públicos, pero no lo usan porque tienen chóferes privados que les hacen la compra, les recogen los niños a la salida del colegio y les abren la puerta cuando salen y entran del vehículo.
Nuestros dirigentes creen estar por encima del bien y del mal en situaciones que tienen que ver con el Derecho Penal. Al ser cogidos en maniobras corruptas, en casos de prevaricación y cohecho, siempre tienen en la recámara la bala del “los otros más” para justificar sus acciones. Defienden una ética que ellos mismos se niegan a cumplir. Estos son sólo algunos apuntes sobre las bondades de nuestra clase política. Totalmente alejados de una realidad que creen comprender pero que les es ajena en casi todo.
Otro aspecto a destacar es lo vacío de su discurso. Faltos de ideas, se dicen defensores de valores que estiman atemporales (la izquierda, la derecha, la familia, la religión) cuando dichos valores están en continuo cambio porque la sociedad es dinámica, si bien pesada y por lo tanto con movimientos lentos.
¿Qué hay sobre revisar los postulados políticos que defienden unos y otros? ¿Van a estar viviendo del cuento sobre lo fachas que son unos y lo rojos que son otros, un discurso vacuo que desgraciadamente tiene todavía sus fans, cuando lo realmente importante está sin tocar? ¿Hasta cuándo hay que aguantar caraduras como estos en puestos de tanta responsabilidad? Esto es la historia de nunca acabar, pero mientras tanto ellos a lo suyo: a discutir si viajan en primera o en turista, cuando la discusión que debían afrontar es si montar una línea ADSL para tener las conferencias on-line, desde casa o la oficina, y así sí que se ahorraría un pico. Pero claro, con soluciones así no podrían cobrar dietas, y pensarán que “yo con el pan de los demás juego lo que haga falta, pero el mío que no me lo toquen”.
DANIEL QUINAJO
Dani, tienes toda la razón del mundo, toda, pero la culpa es nuestra que les hemos dejado hacer y deshacer sin intervenir. La indiferencia del ciudadano español es tremanda. Y las elecciones del domingo 22 volverán a ser lo mismo. Un saludo y enhorabuena por el artículo. Jesús Martín Ostios
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