En un mundo tan sensato y correcto, salirse de la norma ha sido y es una locura. Ya en 1508 un holandés que había recorrido los Países Bajos, Francia, e Italia, vuelve por Alemania y llega a Inglaterra. Allí, en casa de Tomás Moro, escribe su obra satírica “El Elogio de la Locura”. Era un revulsivo, una crítica de la anodina vida cortesana, de la guerra, de los chanchullos, la falta de sinceridad, de tolerancia y autenticidad para con Dios y lo creado por él.
La influencia del erasmismo en España lo calificaba Menéndez y Pelayo como “un despertar de la conciencia religiosa, harto abotagada por la espantosa corrupción del siglo XV”.
Algo así puede haber sido, lo vivido en la ciudad de la alegría, Madrid. Puede ser un despertar de la conciencia religiosa y de los auténticos valores. Ha sido una fiesta de encantadores locos, que han desafiado la crisis mundial, las fronteras, y el miedo a lo desconocido. Puede decirse que lo sucedido estos días en Madrid ha sido la fiesta de los locos. No es normal, traer a casi dos millones de jóvenes de casi 200 países, de todas las latitudes y acogerlos en pleno mes de agosto, desafiando su resistencia física y la cercanía solar. Y es una paradoja ejemplar, que casi 30.000 voluntarios lo hayan preparado todo durante casi un año.
Que en un país en plena crisis, con un índice de paro juvenil que ronda el 45%, y en el que mucha gente, lejos de creer en los jóvenes, les tiene etiquetados como pasotas, parásitos o NINIS (Ni trabajan Ni estudian) o como “generación perdida” o de “indignados resentidos” que no saben ni lo que quieren, es de locura. Es de locura que alguien confíe y convoque a los jóvenes y a lo mejor de los jóvenes cuando se superan en España los 40 grados.
Pero, lo que aparentemente supera toda racionalidad, es que alguien intuya que esos jóvenes inquietos, buscan respuestas, creen, les importe el futuro (el suyo y el de la Humanidad) y que quieran escuchar el mensaje del Evangelio como base de sus valores éticos.
Es más, y como colmo de la aparente contradicción (si no quiere llamarse locura) que quien convoca y quiere reunir en torno a sí a esa juventud española y mundial sea una persona de 84 años. No se olvide. Aunque sea el representante de una religión (en este caso la católica).
Pensar que los jóvenes, simplemente con el reclamo de la fe y la espiritualidad, iban a responder masivamente, ordenadamente y de forma entusiasta, al Papa de Roma, en el páramo de la Meseta Castellana de Cuatro Vientos, o en Cibeles, era casi desafiar al sentido común. ¡Nadie había tenido tanto poder de convocatoria!
El silencio se puedo palpar. Después de varios días de viaje y de cansancio, mochila al hombro, a pleno sol, sin botellón, sin alcohol y sin drogas, quieren escuchar su voz. El Papa les habla al interior, directamente al alma. Benedicto XVI, lleno de bondad, conecta perfectamente con la multitud. Les habla de Cruz, de compromiso, de esfuerzo, de no volver los ojos de forma insolidaria ante el dolor, y ante la enfermedad, la discapacidad, ni ante el hambre o la marginación. Les dice que no pueden creerse dioses para nada, sino servidores. Deben ser responsables y comprometidos con la vida, con su entorno y con su mundo. Les recuerda que toda vida merece ser vivida. Para que no lo olviden, mientras simbólicamente algunos jóvenes cargan con la cruz, recorren y contemplan todo el VIA CRUCIS. Y ellos, entusiasmados, rompen en aplausos y gritos de admiración y de alegría.
Una ola de locura multicolor, de simpatía y juventud, de banderas y lenguas, también de oración, también de preguntas y silencio, ha recorrido el corazón de España. Ha sido un fenómeno social sin parangón, un acontecimiento espectacular e ilusionante, en algún momento sublime y estremecedor. Han dejado admirados incluso a los escépticos.
Ante los ojos de más de 600 millones de espectadores, se ha hecho visible la universalidad del cristianismo. Una fiesta de fe inolvidable. Diversos, distintos pero unidos por lo mismo en un mismo lugar. Un corazón alegre, joven y lleno de vitalidad. Conectados interiormente desde cualquier rincón del planeta. Son el fermento de futuro.
Posiblemente este viaje haya sido “un regalo de locura”. España lo necesitaba. ¡La juventud ha roto los moldes! Hay que creer en ellos y ofrecerles metas extraordinarias. Su generosidad no tiene límites. Los jóvenes y los adultos, de aquí y de otros países, tardarán en olvidar las vivencias de la JMJ de Madrid 2011. ¡Ha sido una maravillosa apuesta por la juventud y de la juventud, por las personas y por los valores humanos y la fuerza del espíritu! ¿Puede el futuro ser de otra manera? ¡Sería una locura!
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