AMANECE TEMPRANO. CARLOS MADRIDEJOS

AMANECE TEMPRANO
Amanece temprano en el altiplano cundiboyacense y los cerros, escarpadas montañas que abrazan la ciudad de Bogotá y que fueron dominio de numerosos asentamientos indígenas, reciben el día escondidos tras una cortina de niebla. Sus barrios, son un claro reflejo de la historia contemporánea de Colombia, han sido testigos de los periodos de violencia que ha sufrido la región y víctimas de un conflicto enquistado que ha encumbrado al país en los rankings sobre desplazamiento interno.

La mayoría son campesinos que escapando de un ámbito rural cada vez más deteriorado y aspirando a mejores condiciones de vida para sus familias, llegaron a la ciudad en busca de una dignidad y unas oportunidades que no formaban parte de los programas electorales. Desde hace décadas se establecieron en los cerros, cimentando sus comunidades con el trabajo solidario y conquistando sus derechos mediante reivindicaciones y luchas colectivas. Son hijos del abandono institucional y la exclusión social.

Los tiempos de indiferencia pasaron y la lógica del mercado ha revelado nuevos intereses en esas laderas, cuyas vistas de la cordillera oriental de los andes quitan el hipo a cualquier especulador de altos vuelos. Hay nuevos planes para esas barriadas de estratos de pobreza 1 y 2.

En esta época de palabras legitimadoras no se habla de repoblación o desarrollo económico sino de conservación del ecosistema, de prevención de riesgos y de reubicación selectiva...palabras vacías que camuflan el estrangulamiento social del que son víctimas. Mientras hace dos décadas se fomentaban las explotaciones de canteras de sus vertientes (que supusieron un insumo clave para el desarrollo industrial de la ciudad), ahora toda una retaila de leyes y normativas impiden arreglar una escuela construida y mantenida por los vecinos o acceder a prestaciones sociales, por estar más allá de la casa que pone fin a la legalidad. Es curioso que la línea se difumine por zonas en los mapas de la alcaldía, donde los prominentes Bussines Trade Centers y los complejos residenciales de caché escupen en la cara de las poblaciones más vulnerables.

Sería demagógico ignorar la rica biodiversidad del entorno y la importancia de los cerros no solo como referente paisajístico sino como posibilidad de sostenibilidad ambiental de la ciudad de Bogotá, por lo que es necesario dar cabida a modelos de desarrollo alternativo, reconfigurados mediante el debate social y que tengan en cuenta las iniciativas y propuestas de una población agraria, con un fuerte apego a la tierra.

En palabras de la fundación Macrobosque: “Es muy triste asumir que debemos abstenernos de vivir normalmente en nuestra naturaleza para poder conservarla, que donde vive el ser humano es para destruir y que para respetarla debemos irnos”.

En definitiva, ha llegado la hora de hacer frente a los retos que un legado de población maltratada y desarraigada ha puesto encima de la mesa. Es momento de revisar políticas y poner freno a una polarización creciente de las rentas, que garantiza beneficios a los intereses privados y que continúa mermando las oportunidades de aquellos que nunca las tuvieron.

Mientras los medios de comunicación reparten elogios hablando de restitución de tierras, fuera de sus Agenda Settings se continúa re-victimizando y despojando. Si se quiere reducir la injusticia social es necesario integrar las voces de los habitantes de los cerros, a través de procesos participativos en los que puedan transmitir sus demandas, aspiraciones y desafíos. Una Bogotá que respete su historia y reconozca sus identidades, y que permita la apropiación de las políticas públicas por parte de unos ciudadanos desencantados con sus gestores.

El recién elegido alcalde, Gustavo Petro, toma posesión del cargo bajo el lema “Una Bogotá más humana” y abanderando las políticas sociales. Expectantes pero escépticos, los educadores de la escuela comunitaria de Cerro Norte continúan su labor sin las garantías de un futuro digno. Un manifiesto reza en la puerta:

“Nuestra decisión es tejer las luchas de hoy y las de ayer, recordar lo que somos y lo que han sido nuestros padres y abuelos. Nuestros territorios son producto de la historia; significan décadas de trabajo comunitario, del ejercicio de nuestro derecho a la tierra, a la educación y al trabajo”.

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