CAPITALISMO Y DEMOCRACIA
El filósofo alemán Jürgen Habermas ha
escrito en su último libro y repite en varias declaraciones públicas que en
Europa se está desmantelando la democracia (Ver Georg Diez, A Philosopher's
Mission to Save the EU). Un juicio muy fuerte del que se hacía eco
compartiéndolo alguien nada sospechoso de radicalismo y que conoce bien el
continente como el ex canciller alemán Helmut Schmidt (L'Allemagne dans et avec
l'Europe, L'Economie politique n° 053 - janvier 2012).
No creo que se trate de palabras vacías
sino de un proceso real, ya innegable aunque desearía que no llegue a ser
imparable a corto y medio plazo.
Bastó con que el ex presidente Papandreu
amagara con la convocatoria de un referéndum para que se le hiciese dimitir, o
que Berlusconi sacara la cabeza frente a Bruselas para que igualmente saliera
por la puerta chica de donde le habían puesto, para mayor o menor fortuna, los
electores italianos.
Han sido dos auténticos golpes de estado
de los que nadie quiere hablar y que se ha conseguido hacer pasar como si nada
en los medios de comunicación y en los debates políticos. Y el reciente acuerdo
con Grecia (si es que se le puede llamar así) es el punto final al régimen
democrático en aquel país, toda vez que autoridades extranjeras se han hecho ya
definitivamente con el poder de facto para decidir lo que les conviene a ellas
y a los poderes financieros y económicos a los que representan, sean cuales
sean la opinión o las preferencias de los ciudadanos griegos. ¿Quién puede
decir hay democracia en aquel país?
No es la primera vez que hemos podido
comprobar que la democracia, por limitada que sea, es un escollo a veces
insalvable para poner en marcha las medidas que aseguren beneficios al capital.
Las políticas neoliberales que ahora sufrimos en todo su esplendor fueron
puestas por primera vez gracias a golpes de estado militares que sirvieron de
experiencias para ir validando el tempo de las medidas de represión social y
económica que iban a ser necesarias para consolidar el nuevo régimen de
competencia y beneficio en las economías capitalistas. Y eso se hizo para
frenar el poder creciente que el pleno empleo y el Estado de Bienestar habían
dado a los trabajadores del mundo occidental.
Desde entonces vivimos en un proceso de
continuado debilitamiento de la democracia formal que cada vez más se convierte
en un remedo del sistema político que garantiza que las decisiones sobre las
cosas sociales y los intereses generales se tomen en función de lo que piensa y
determina la mayoría de la población consultada a través de las urnas.
A ello han contribuido varias
circunstancias pero creo que algunas de ellas son especialmente importantes y
han tenido una particular incidencia en la crisis que estamos viviendo.
La primera es la consolidación de un
poder monetario privado, al margen efectivo del debate político, que condiciona
y encuadra al resto de las políticas económicas. La independencia de los bancos
centrales y el fortalecimiento de la capacidad de maniobra de los fondos y
entidades financieras han sido los factores que principalmente han contribuido
a este fenómeno contemporáneo que hace que, en la práctica, los gobiernos
tengan completamente atadas las manos frente a los mercados y los grandes propietarios
de capital.
La segunda es el incremento
voluntariamente planificado del desempleo y el empleo precario. De esa forma,
como ya advirtiera Michal Kalecki hace ochenta años, los grandes empresarios
obtienen menos beneficios (puesto que les sería económicamente más rentable el
pleno empleo) pero gracias a la sumisión y a la debilidad que esas condiciones
laborales generan en las masas trabajadoras, pueden disponer de más poder
político que a la postre es lo que les asegura su posición de dominio social. Y
a ello ha contribuido en los últimos años de modo decisivo el incremento del
negocio de la deuda que los bancos han impulsado imponiendo modelos de
crecimiento basados en el suministro de bienes de inversión y duraderos que
generan demanda de crédito (como la vivienda o los automóviles). El crecimiento
extraordinario del endeudamiento familiar no solo es una selecta fuente de
ganancias para la banca sino una auténtica esclavitud contemporánea: los
individuos viven para consumir y para pagar los créditos que les permiten salir
adelante.
La tercera es la mixtura también
creciente entre el poder económico y financiero y el mediático que el impulso
de las concentraciones de capital está llevando hasta extremos realmente
insospechados: uno o dos grupos empresariales, o uno, o incluso simplemente
alguna persona aislada, controlan la totalidad de la oferta de medios (sobre
todo audiovisuales) en muchos países, uniformando la opinión pública e
imponiendo, se quiera o no, el pensamiento único que domina las decisiones
económicas.
Otra circunstancia que me parece
decisiva como fuente de degeneración democrática en el ámbito económico es que
los partidos y las autoridades públicas están llegando a ser materialmente
irresponsables. Hoy día es prácticamente imposible pedirle cuentas, sobre todo,
de los incumplimientos constantes de la oferta electoral de naturaleza
económica con que se presentan a las elecciones. Y es tanto el poder que
ejercen sobre los medios de adoctrinamiento y tan estrechas las vías que se
abren para el debate social que no es posible que los electores tomen nota de
ello, lo que les impide acudir a las elecciones con la información que les
permitiera algo más que optar entre opciones políticas que terminan por hacer
lo mismo en materia económica.
Tan molesta está llegando a ser la
democracia para los grandes poderes económicos y financieros y tanto incordio
les supone la intermediación de las instituciones públicas que parece que han
decidido tomar ellos mismos las riendas de los poderes públicos. Y en esta
crisis se está produciendo con mucha mayor fuerza que nunca antes, la fusión
entre unos y otros, por la vía incluso de la participación directa en los
gobiernos que igual termina, como ya ha pasado en algún país, con la
entronización en la vida pública de empresarios populistas que permitan a la
clase empresarial más poderosa deshacerse de los políticos profesionales que, a
veces, incluso le salen demasiado caros.
Es gracias a todo ello que las medidas
que se están aplicando frente a la crisis no sean realmente las que podrían
permitir mejorar la situación económica y que apenas pase nada. Es es una
evidencia clamorosa: las economías europeas no están mejor que cuando se
empezaron a aplicar las políticas que dicen que solucionan la crisis sino mucho
peor. Crecen menos y tienen más deuda. Y es así porque estas políticas no se
destinan a mejorar las condiciones económicas en general sino a aumentar el
beneficio y el poder de decisión de los grandes propietarios de capital y de
los financieros. Por eso el debate social plural y transparente, la igualdad de
medios y condiciones para exponer opiniones, la democracia, se está
convirtiendo en una incómoda piedra en el zapato del capitalismo neoliberal de
nuestra época porque es lo único que podría poner en claro lo que está pasando.
Y por eso se la quieren quitar de encima cuanto antes.
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