Esta semana se ha celebrado el Día
Mundial de la Libertad de Prensa y, como es tradicional, los compañeros de los
medios de comunicación, sector en riesgo donde los haya, han aprovechado para
plantear sus reivindicaciones. Autocrítica, sin embargo, ha habido poca, pero
por un servidor que no quede. Uno de los problemas por los que más se lamentan
asociaciones de prensa y colectivos profesionales del gremio es el insistente
empeño por parte del poder político en intervenir directamente en el ejercicio
del periodismo, presiones incluidas, para garantizar la publicación de una
información que les sea favorable.
Y yo pregunto: ¿Es que no ha sido así
siempre? Es más, ¿no es precisamente ésa la razón de ser del periodismo? ¿No
deberían los periodistas responder a los intentos de control político con una
mayor eficacia en su trabajo? ¿De qué se quejan entonces? ¿No será que más de
uno echa demasiado de menos la felicitación del político, su alabanza, su
palmadita en la espalda? Albert Camus señalaba cuatro pilares esenciales para
el periodismo: desobediencia, lucidez, ironía y obstinación. Pero la nostalgia
del asiento en primera fila se ha visto reforzada en esta época en la que los
tuiteros se meten a periodistas y los periodistas se meten a tuiteros. El
periodismo digital, y especialmente el que pretende hacerse en las redes
sociales, es, digámoslo de una vez, además de feo, extremadamente servil y
cómplice de la mediocridad, cuando son funciones sagradas del periodismo
denunciar el abuso de poder y señalar lo que pretende hacerse pasar por cultura
cuando no lo es. Pero vivimos en una ciudad cuyo Ayuntamiento convoca un
concurso para periodistas que alaben en sus artículos su plan estratégico, y
volvemos a tener de presidente de la Junta de Andalucía a un señor conocido por
su afición a no aceptar preguntas en ruedas de prensa. Y no pasa nada. Todo es
muy cool. Importa más no ya tanto la foto del famoso, sino con el famoso. Y así
nos va.
PUBLICADO EN MÁLAGA HOY
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