PREFIEREN NO MIRAR
Hieren su sensibilidad. O sea, molestan
a los lectores. Los desconsiderados redactores que metieron en los periódicos
de papel o digitales unas fotos de niños escabechados en la última matanza de
la guerra civil siria, no tuvieron en cuenta que enseñar cadáveres es de mal
gusto. Incurrieron en el voyeurismo sórdido. Y claro, numerosos ciudadanos
irritados se han dirigido a los medios correspondientes, afeándoles la
conducta. Niños degollados y sangre. Qué espanto. Qué inapropiado. Me han
causado ustedes un problema de tipo emocional de aquí te espero. Hacen de la
muerte un espectáculo, de la tragedia un morbo. Mostrar carnaza es propio de
periódicos y revistas de baja categoría. Una falta de respeto para lectores y
víctimas. Etcétera.
Tiene gracia. Aunque sea puñetera
gracia. Esas quejas de lectores sensibles coinciden exactamente con lo que una
individua sectaria, desabrida y biliosa, hoy ideóloga ética en la telebasura y
entonces directora de Informativos de TVE, nos decía a principios de los 90
cuando mandábamos cada día carne fresca, recién descuartizada, desde los
Balcanes. Los combates de Vukovar. Los degollados de Petrinja. Los morterazos
del mercado de Sarajevo. La bomba de Dobrinja. El hospital Kosevo, con la gente
llegando reventada por la metralla y la morgue llena hasta la puerta, donde el
suelo rojo hacía chof, chof, cuando lo pisabas. Imágenes de la matanza
cotidiana, grabadas, jugándose la vida bajo las mismas bombas que mataban a esa
gente, por Márquez, por Miguel de la Fuente, por Paco Custodio. Por mis
compañeros y amigos. Profesionales que estaban allí para mostrar lo que
ocurría, la atrocidad y la barbarie; no para plantearse problemas éticos sobre
la sensibilidad de los espectadores. Pero la jefa -tener esa jefa era una
desgracia como otra cualquiera- se ponía como una fiera. No mandéis esas
imágenes, que son muy fuertes. Malvados. Si grabáis mucho niño muerto, os los
quitaremos de la crónica antes de emitirla en el telediario. Por suerte, entre
ella y nosotros estaba Miguel Ángel Sacaluga, el subdirector, que metía lo que
le enviábamos y nos cubría las espaldas -nunca se lo agradeceré lo suficiente-
porque estaba tan cabreado como nosotros de tanto paño caliente, tanta
diplomacia y tanta mierda: Javier Solana, el negociador simpático, morreándose
con los verdugos y repitiendo, con mucho plural de por medio, que todo iba a
solucionarse de un momento a otro. Así, día tras día, mes tras mes, año tras
año. Y mientras la cobarde Europa por él representada miraba hacia otro lado,
en Sarajevo faltaba tierra para enterrar a la gente, y hasta los campos de
fútbol había que convertirlos en cementerios.
Por eso me da tanta risa torcida cuando
al correo del lector de tal o cual periódico acude la peña con quejas. Si
aquella foto debió publicarse entera o cortada, en primera o en páginas
interiores. Si a la niña de catorce años violada y degollada deberían haberle
tapado ustedes la cara para cumplir con las leyes de protección a la tierna
infancia. Si la imagen de esa mujer destripada no lleva pie de foto con crítica
explícita a la violencia machista. Si difundir la imagen de treinta cuerpos
amontonados junto a una pared acribillada de impactos de bala supone una falta
de respeto al dolor de sus familias.
Y es que no se han enterado de nada,
rediós. Esos menguados olvidan que la función de las imágenes de guerra atroces
es precisamente ésa. Sacudir, atormentar, herir la sensibilidad del lector, del
espectador, lo más que se pueda. Decirle: mira, gilipollas, esto es real. Así
muere la gente cuando la matan. Y para que te enteres: en Siria y en todas las
Sirias repartidas por el puerco mundo, son precisamente los familiares de esas
víctimas los que desean que se fotografíen y graben las matanzas. Son ellos
quienes se juegan la piel para llevar a los periodistas hasta allí, y de ese
modo hacer al mundo testigo de un horror que, de otra manera, quedaría oculto y
con frecuencia impune. Dudo que ningún editorial de periódico, ninguna tertulia
televisiva, logre hacer con sus argumentos que alguien odie tanto a los nazis
como la brutal visión de las imágenes de Auschwitz o Dachau, a la hora de
comer. Por ejemplo. Pero es que la cuestión real no es ésa. Lo que ocurre es
que esta sociedad anestesiada, egoísta, que a pesar de la que está cayendo
fuera y dentro sigue sin querer enterarse de en qué peligroso mundo vive, está
empeñada en que nadie le altere el pulso. En que no la despierten de su imbécil
sueño suicida. Lo que pide, o exige, es vivir cómodamente sentada en el sofá,
zapeando entre anuncios con gente que baila y sonríe, Sálvame y el puto fútbol.
PUBLICADO EN XL SEMANAL
Ocultar la realidad de los hechos, como hizo el propio Reverte en Yugoslavai es mucho peor. Allí contó lo malos que eran los serbios y no habló sobre las atrocidades que se cometieron contra los serbios. Que por cierto fueron mayores y sufrieron la mayor limpieza étnica en Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
ResponderEliminarAdemás pedía la intervención exterior. Cuando está estuvo desde el inicio y antes, y provocó a través de la OTAN verdaderos crímenes de guerra.
En fin.
Creo que en el libro de Reverte sobre los Balcanes se mencionan los crímenes comentidos por todos los bandos y no veo yo al señor Reverte casándose con nadie. Y lo de la intervención exterior llegó tarde y con muchos peros.
ResponderEliminarDAVID GIL