NOS
ROBAN… Y APLAUDEN
Un 45% de los encuestados por un
reciente estudio de Metroscopia estima que con los recortes dentro de dos años
la situación económica habrá mejorado. Han hecho suyas las promesas de Cristóbal
Montoro y otros miembros del Gobierno. Lo que ya es tener fe, esa virtud
teologal que se define como creer lo que no se ve. Estas personas –como otras
muchas que aún se debaten en la duda– muestran un problema mecánico en el
cerebro para relacionar conceptos.
Ya no es únicamente que hasta un
aprendiz de economía conoce que las mermas económicas y los re-pagos retraen la
actividad y ocasionan más recesión y, por tanto, más paro y más podas, es que
basta con abrir los ojos y mirar cómo han funcionado los recortes en Grecia,
Portugal o Irlanda. Y cómo en Islandia, que está creciendo al 3% al tomar la
propia sociedad las riendas de su destino.
El plan de los gobernantes neoliberales
es otro. Si es que en el caso del PP hay alguno en su desconcierto. Lo que sí
saben es que ahora toca lo que siempre llaman “acometer un ambicioso plan de
privatizaciones” que van a perpetrar en su mayoría escudados en la agosticidad
del mes entrante.
No harían falta siquiera nuevos
subterfugios: un amplio sector de la sociedad no siente como suyo lo público,
ni siquiera el bien común. Si un extraño les sustrae una maceta en la puerta de
su casa, pueden montar un cirio sin precedentes, pero si les despojan de la
sanidad, educación, servicios públicos, cultura, ciencia e investigación, el
empleo y el desempleo, las pensiones, el futuro de los jóvenes o el nivel de
vida entre otras cosas, les parece lógico. No asimilan que también les
pertenecen.
Mucho más incluso admiten que les vendan
a empresarios privados todo lo público que aún queda de los festines
organizados por los gobiernos anteriores cuyo monto se ha volatilizado porque
no lo vemos por parte alguna. ¿No están las arcas públicas vacías?
Nadie entendería que un propietario
privado a quien se derriba su casa para construir una autovía, por ejemplo, no
recibiera dinero alguno por el daño. Pero es que, como dice el profesor Ugo
Mattei de la Universidad de California: “La tradición constitucional liberal
protege al propietario privado del Estado constructor, instituyendo la
indemnización por expropiación, mientras que ninguna disposición jurídica –y
menos aún constitucional– ofrece ninguna protección cuando el Estado neoliberal
traslada al sector privado los bienes de la colectividad”.
Impulsadas en Europa por Margaret Thatcher
en los 80, en España –y dentro del fervor neoliberal que desencadenaron los
Consensos de Washington y Bruselas– inicia las privatizaciones Felipe González,
conservando la mayoría pública. Luego encuentran su amparo legal en el llamado ”programa de modernización del sector público
empresarial del Estado”, de Aznar, para el que se empezarían a dictar leyes
sectoriales desde 1997. Entonces se emprende la enajenación total de empresas
públicas. Es decir, tienen un cierto respaldo legal –en absoluto por norma
constitucional–, pero claramente ilícito: venden lo que es nuestro y hemos
pagado y sostenemos con nuestros impuestos. El “contrato” del voto no lo
explicita.
Ahora estamos hablando ya de asuntos
vitales: hospitales, colegios, gestión de la salud o de la educación, el agua,
los transportes. Ya se ha anunciado la privatización de Renfe y escuchamos a la
ministra Ana Pastor lo modernos y europeos que vamos a ser con esa medida… que
ha ocasionado un deterioro del servicio y hasta graves accidentes en los países
que se anticiparon con idéntico resultado: el dinero de la venta voló. Y es que
esta “empresa” –a la que aún llaman país– que cierra las líneas y servicios
“deficitarios” (para el negocio de unos pocos), encuentra una enorme dificultad
en cuadrar las cuentas por más que utilice a los ciudadanos como variable
económica.
Los “ambiciosos planes de
privatizaciones” pueden calificarse en buena medida de robo y estafa a la
ciudadanía. En sí misma. Sin contar perversiones añadidas, como aquellas de
Aznar que “criticó” el Tribunal de Cuentas, sin consecuencia punible alguna.
Sí hay dinero, insisto. Mucho. Pero ése
no quiere ni tocarlo el poder neoliberal, mientras haya primos que se dejen
desvalijar. Lo que pasa es que en esta bendita democracia en la que un 30,2% de
los votantes ha otorgado al PP las llaves de la caja fuerte y de una
apisonadora de involución ideológica, hemos de pagarlo todos. “Es la
democracia, hija mía”, dicen.
Una democracia desinformada, poco
exigente en lo fundamental, con un decisorio grupo de personas crédulas por
naturaleza al parecer, algunas con deficiencias en los mecanismos neuronales de
la reflexión, o simplemente egoístas cuando no corruptas. Personas, porque ser
ciudadano es otra cosa: es pensar en el bien común. Y ése nos lo están robando
–con grave quebranto de nuestras condiciones de vida–, mientras un coro
aplaude, otro se desentiende… y otro no encuentra la fórmula para frenar tanto
desatino. Con el dinero que “sí hay”, bastaría apenas con “desprivatizar” las
redes inducidas de la ignorancia, la fe, la abulia y el miedo de esa sociedad
lastre con la que cargamos.
El problema de la fe dogmática, no es más que una de hipnosis colectiva. Esto parece una simple analogía, pero es la realidad que manejan los magos negros que están detrás de la casta política. Cuando alguien está bajo los efectos hipnóticos puede morder una cebolla y tener la sensación del sabor de una manzana. Así de simple como de efectivo es una hipnosis colectiva para creer en medidas por el bien común absolutamente insostenibles matemáticamente. Solo que esa inmensa masa dócilmente hipnotizable, por su número, está fastidiando seriamente a los que empezamos a despertar, y condenando a este planeta.
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