LA DIRECCIÓN DE LA ECONOMÍA
¿Debe revisar Rajoy su estrategia
económica? ¿Debe realizar cambios en su equipo económico? Apenas ha pasado
medio año desde su toma de posesión y es probable que el presidente piense,
como los buenos entrenadores de fútbol, que los cambios nunca se hacen, salvo
por causas de fuerza mayor, antes del descanso. La cuestión es si la temporada
veraniega se puede considerar tiempo de descanso y si las primeras
sustituciones pudieran aparecer en el mes de septiembre, pero lo más probable
es que a estas alturas del partido el presidente considere que sería una
decisión excesivamente precipitada. Puede que incluso lo sea una revisión de
calado en su estrategia económica, pero no podrá continuar ignorando durante
mucho tiempo las voces que, tanto desde dentro como desde fuera del país,
exigen aclaraciones sobre la dureza y la duración del proceso de recuperación y
sobre la forma en que el Gobierno pretende ayudar a conseguirlo, incluyendo
algunas definiciones sobre objetivos a largo plazo. En definitiva, introducir algo
de claridad en el contexto de incertidumbre y desconfianza que tanto reprochó a
su predecesor, pero que también están acompañando a sus vacilantes primeras
decisiones.
En uno de los cursos de verano que la
Universidad de Málaga ha celebrado en Ronda, el profesor Cuadrado Roura
manifestaba hace un par de semanas su comprensión ante el esfuerzo que están
realizando las diferentes administraciones por resolver sus acuciantes
problemas financieros y por sentar las bases para que situaciones parecidas no
vuelvan a presentarse en el futuro, pero también expresaba su preocupación por
la ausencia de objetivos a largo plazo. Se refería, sobre todo, a las
comunidades autónomas, pero su demanda de planteamientos estratégicos, es
decir, de ideas sobre lo que habrá que levantar cuando concluya este
vertiginoso periodo de demoliciones, es aplicable al conjunto de las
administraciones públicas. Lo que venía a señalar el profesor Cuadrado es que,
por poner un ejemplo andaluz, los recortes salariales en la universidad andaluza
pueden ayudar a resolver los problemas inmediatos, pero en modo alguno los de
su sostenibilidad financiera a largo plazo o los de la calidad de la enseñanza.
Esto es en cierta medida lo que se le
pide al Gobierno, cuyas primeras medidas reformadoras sólo parecen garantizar
un doloroso y prolongado periodo de recesión, dado el aparente olvido de los
estímulos al crecimiento que deberían acompañar a los ajustes para iniciar
cuanto antes la recuperación y la creación de empleo. Al menos es lo que transmitía
Rajoy cuando estaba en la oposición y durante la campaña electoral del pasado
otoño, aunque hay que reconocer que desde la toma de posesión del nuevo
Gobierno los mensajes han sido diáfanos al referirse a la dureza de la travesía
que tendría que realizar la economía española. Puede que éste fuese el primer
error, y no tanto por la valiente decisión de sacar a los ciudadanos de
cualquier ensoñación en la que pudieran estar instalados, sino por echar abajo
de un solo golpe el convencimiento de muchos votantes sobre la eficacia de las
recetas prometidas y, de paso, su confianza.
Las primeras decisiones incluyeron
algunas medidas similares a las que criticaron del anterior Gobierno, otras de
las que prometieron que nunca harían y también algunas en la dirección
exactamente opuesta a la esperada. Lo primero fue subir el IRPF y el IBI,
además de congelar el sueldo de los funcionarios, el salario mínimo y la
amnistía fiscal a los defraudadores, pero hubo otras cosas igualmente
significativas. De entrada, contradicciones y desmentidos de calado entre
ministros, pero sobre todo una utilización torticera de las palancas del poder
para ir impregnando de nuevos tintes ideológicos la conciencia colectiva.
En
primer lugar, la escenificación hasta el paroxismo del exceso de déficit real
sobre el anunciado por la Administración saliente. En segundo lugar, la
dilación injustificable del nuevo proyecto de Presupuestos Generales del
Estado. Ambas decisiones tuvieron un elevado coste para el país en términos de
reputación, contribuyendo decisivamente a encarecer y dificultar las
condiciones de financiación exterior, junto a la inmediata reacción de la
prensa internacional o la hipócrita pretensión de aprovechamiento electoral por
parte de Sarkozy. Posteriormente, las baterías se dirigieron hacia las
comunidades autónomas y los ayuntamientos, seguramente considerando que las
ventajas de una recomposición en profundidad de las sensibilidades ideológicas
justifican sobradamente los costes de reputación que puedan derivarse.
El problema
es que al Gobierno se le ha escapado de las manos el control de España y ahora
estamos, como apuntaba Krugman, en las de Europa y el BCE. El eslogan de
"más Europa", que tanto repite Rajoy en los últimos tiempos, más bien
parece una huida hacia adelante, dada la escasez de alternativas y la
aceptación por parte del Gobierno de verse obligado a tomar decisiones
impuestas por sus socios europeos. Entre ellas, el último paquete de medidas,
que no sólo incluye una subida del IVA como la que tanto se criticó al anterior
Gobierno, sino también la velada sospecha de divisiones internas en el equipo
económico. Si son ciertas, el presidente se verá obligado a hacer cambios y a
elegir entre el deseo de combinar las estrategias políticas con las económicas
y la capacidad para moverse con comodidad por el circo financiero
internacional.
MÁLAGA HOY
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