EL MIEDO AL FRACASO. IGNACIO MARTÍNEZ


EL MIEDO AL FRACASO
Veo en la televisión a un grupo de jóvenes españoles, entre los 22 y los 32, que festejan su último triunfo en loor de multitud. Son los mejores del mundo en su especialidad. Practican un oficio muy extendido, con enorme competencia, y más seguidores en el mundo que ninguna religión. Y además de los mejores técnicamente son innovadores en lo suyo, en la estrategia, en la táctica. Sería fantástico conseguir lo mismo que en el fútbol en cualquier iniciativa mercantil. La pregunta es cómo.


Leo en un diario una entrevista con Guadalupe Sabio, joven de Badajoz nacida tres años antes de Xavi Hernández, que investiga en la Universidad Carlos III sobre los mecanismos por los cuales la obesidad ocasiona otras enfermedades, diabetes, trastornos cardiovasculares o cáncer. Le han dado un premio científico de la Fundación Príncipe de Gerona. Aconseja a los jóvenes que busquen su sueño, sin miedo al fracaso.

Oigo en unas jornadas sobre Empleo, organizadas por este diario, que responsables de organizaciones de autónomos, economía social y escuelas de negocios claman por lo mismo, animar a los jóvenes a correr riesgos, sin miedo al fracaso. La salida de la crisis está en emprender aventuras empresariales. A las organizaciones patronales no les gusta la palabra emprendedor. Dicen que hay emprendedores que no son empresarios y que no hay que confundir. Vale. Pero hay que ser emprendedores en todos los campos, científicos, artísticos, deportivos. Y empezar desde chiquitito. Como en el fútbol. Tengo una amiga cuyo nieto empezó a ir a nadar con siete meses. Hay que inculcar la ambición por innovar, por emprender aventuras empresariales desde el colegio. En caso contrario nos encontramos con algunos chascos. Un consejero de Educación de la Junta me contó a finales de los 90 que había ido a la graduación de la primera promoción de Administración y Dirección de Empresas en la Universidad de Jaén. Ninguno quería ser empresario. Se dividían entre trabajar por cuenta ajena y el funcionariado.

Uno de los pocos beneficios colaterales de la crisis es la convicción de que hay que tener más iniciativa. Y eso es revolucionario en un país cuya principal ilusión colectiva era ser funcionario de por vida. Varios empresarios de pequeñas localidades andaluzas me explicaron que sus padres, modestos empresarios locales, se llevaron un disgusto cuando el hijo decidía seguir el negocio familiar en vez de aspirar con su título de ingeniero a entrar en los altos cuerpos de un ministerio.

No hay tradición, ni ambición. Y nos sobra soberbia. Rajoy ha dicho que lo mejor de nuestra selección de fútbol es que son gente muy normal, que no dice cosas extrañas y tienen un entrenador muy sensato. Lo compro. Sería muy bueno para los negocios. Y para la política, ya que estamos innovando.




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