LA
ALTERNATIVA
Si hay alguien que todavía tenga dudas
sobre las causas de lo que nos está ocurriendo, le recomiendo que haga este
experimento: que se asome al balcón de su casa y empiece a contar el número de
vecinos que viven de un salario público -en sus tres niveles: nacional,
autonómico o municipal-, y que luego cuente los vecinos que viven de un salario
que provenga del sector privado. El recuento no debe olvidar las pensiones de
jubilación o las prestaciones de desempleo, claro está, e incluirlas en el
sector público. Y me atrevo a asegurar que el resultado de ese experimento será
abrumador: al menos una victoria contundente por tres a cero a favor del sector
público en contra del privado (y en algunos lugares, el resultado sería de
nueve a cero). Es así de simple. Y así de terrorífico.
Nos guste o no, vivimos en un país que
no dispone de una economía productiva que sea capaz de sostener su altísimo
nivel de gasto público. Muchos jubilados viven -por fortuna- hasta los 80 años
o incluso más, lo que supone cobrar su pensión durante al menos quince años (en
algunos casos, el cobro de una pensión se prolonga durante veinte o incluso
treinta años). Y además tenemos un sistema público de salud y una red de
educación pública de muy buena calidad -pese a sus defectos de funcionamiento-,
pero que también son costosísimos. Y ya no hablo de los delirantes proyectos
urbanísticos que se han emprendido durante estos últimos años. Todo esto se ha
financiado con cargo a la deuda, ya fuera pública o privada. Nadie nos lo había
dicho, pero vivíamos a crédito. Y justo ahora nos ha llegado la hora de pagar.
Si no viviéramos en una economía
integrada en el euro, podríamos devaluar la moneda y trampear la situación.
Pero vivimos en una economía que ya no es autónoma ni depende sólo de nosotros.
Y en estas circunstancias sólo tenemos dos opciones: o nos negamos a pagar la
deuda y nos salimos del euro, o la pagamos y procuramos encontrar un plan de
ajuste que sea equitativo para toda la población (algo, por cierto, que no ha
hecho el PP). No hay otra opción. Por eso es ridículo echarle la culpa de los
recortes a Rajoy o al PP o a los mercados. Si estamos a merced de los mercados,
es porque llevamos veinte años malgastando un dinero que no teníamos y que
habíamos pedido prestado. Es cierto que una gran parte de la ciudadanía no
tiene la culpa de nada de esto, pero nunca he oído quejarse a nadie cuando se
inauguraban los circuitos de alta velocidad o los grandes edificios
"emblemáticos" o los alcaldes se comprometían a hacerse cargo de las
deudas altísimas de los clubs de fútbol locales. O sea, que esto es lo que hay.
O pagamos o no pagamos. Y la oposición al PP debe hablar claro: si se opone a
los recortes brutales, ¿qué alternativas propone?
MÁLAGA HOY
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