TRANSICIONES
DEL SUR
Hace casi tres décadas algunos países
sureños (Grecia, Portugal y España) estuvieron unidos por su vuelta a la
democracia y su ingreso en la Unión Europea (UE). Los “socialismos del Sur”
vivieron una experiencia muy ilusionante. Lo analiza Samuel Huntington al
describir la tercera oleada democratizadora del mundo, que benefició sobre todo
a Europa del sur y a América Latina (La tercera ola. Paidós). A pesar de tanta
sangre derramada, el XX fue un siglo democratizador: comenzó con 25 países con
libertades y terminó con unos 120, de los 190 Estados soberanos registrados.
Ahora esos mismos tres países están
unidos de nuevo, pero en este caso por una larga recesión, cuya extensión en el
tiempo convierte en buena parte aquella ilusión en desafección con el sistema y
en un creciente sentimiento antieuropeísta. Es una buena idea la lanzada por
Van Rompuy y Monti de convocar una cumbre para revertir estas tendencias, pero
ello solo se logrará con soluciones inclusivas que devuelvan el empleo y los
grados de bienestar a los ciudadanos de los países en cuestión.
Grecia es el país más sufriente y las
medidas tomadas a cambio de la ayuda europea han pasado por una devaluación
interna espectacular. Permanentemente monitorizada por los hombres de negro, ha
perdido muchos escalones en su bienestar colectivo y en estos momentos discute
la vuelta a la jornada semanal de seis días. En Portugal, el Gobierno
conservador acaba de adoptar la reducción generalizada de los salarios por el procedimiento
de aumentar la contribución del trabajador a la Seguridad Social. Y en España,
después del rescate financiero —que todavía no ha llegado a plasmarse en dinero
fresco— se prevé la intervención del país, cargados ambos de condicionantes
macroeconómicos muy limitativos de la acción de cualquier Gobierno. En los tres
casos, el nivel de paro ha batido los récords históricos.
Las consecuencias sociales están a la
vista de todos: cada día se vive peor, se pierde poder adquisitivo, aumenta el
desempleo de larga duración entre los jóvenes, las mujeres y los principales
sustentadores del hogar, el Estado del bienestar adelgaza y los servicios
sociales dejan de ser universales, se encarecen y son más escasos en cuanto a
lo que proporcionan. Pero lo paradójico es que tampoco logran lo que justifica
esta política económica de recortes a ultranza: un calendario fijado de
reducción del déficit y la deuda pública a corto plazo, y el equilibrio
presupuestario, pues conforme avanza la recesión los ingresos públicos se
debilitan (aumenta el paro y baja el consumo).
Quien se sorprenda de ello no mira hacia
la historia. La austeridad del presidente Hoover transformó el crash de la
Bolsa de Nueva York en la Gran Depresión, que duró una década. Las políticas
tradicionales del FMI en América Latina y Asia oriental convirtieron sus
desequilibrios en sistemáticas caídas del crecimiento. El periodista Alan
Riding acaba de relatar lo sucedido en Francia a finales de la década de los
veinte y los treinta: “La gestión de todos esos Gobiernos no hizo más que
exacerbar la parálisis (…) La economía francesa había salido bien parada de la
década de los veinte (…) Sin embargo, en 1931 la depresión alcanzó a Francia.
Los líderes insistieron en negarse a devaluar el franco y a combatir la
deflación con déficit público; en lugar de ello se obsesionaron en mantener un
presupuesto equilibrado y en recortar los gastos gubernamentales. Las
consecuencias de esas políticas fueron desastrosas: la depresión duró más en
Francia que en muchos otros países” (Y siguió la fiesta: la vida cultural en el
París ocupado por los nazis. Galaxia Gutenberg).
El economista Joseph Stiglitz, uno de
los que más se han caracterizado por combatir una visión equivocada de la
política económica actual en Europa, hace una analogía muy acertada (El precio
de la desigualdad. Taurus): al igual que los médicos en la Edad Media que
creían en las sangrías y cuando el paciente no mejoraba argumentaban que lo que
necesitaba era otra sesión de las mismas, los sangradores de la austeridad de
hoy encuentran todo tipo de excusas sobre por qué las primeras dosis no han
dado el resultado que ellos predecían. Y es que las creencias son
autoafirmantes
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