VÍCTIMAS DE TODOS. GERVASIO SÁNCHEZ


VÍCTIMAS DE TODOS
El 17,5% de las mujeres de Colombia, incluidas las menores de edad, han sido víctimas de la violencia sexual; 400.000 la han sufrido en la última década, como consecuencia del conflicto armado, tanto por parte de los guerrilleros como de militares y paramilitares. Una campaña que da voz a las víctimas pretende acabar con la impunidad de estos delitos


Me llamo Jineth Bedoya. Soy periodista colombiana. Fui secuestrada, torturada y violada por tres paramilitares cuando trabajaba en un reportaje de investigación. Como yo, más de 400.000 mujeres han sido objeto de abusos sexuales en mi país durante la última década como consecuencia del conflicto armado”. La periodista, subdirectora del diario El Tiempo, ha prestado su testimonio para respaldar una encuesta estremecedora: un 17,5% de las mujeres, incluidas menores de edad, han sido víctimas de algún tipo de violencia sexual en Colombia.

Diez organizaciones humanitarias, lideradas por Intermón-Oxfam, realizan una campaña titulada “Saquen mi cuerpo de la guerra”, con el fin de denunciar la violación sexual como arma de guerra utilizada por soldados, policías, paramilitares y guerrilleros en el país.

“El 82% de las mujeres violadas no denuncian las agresiones por temor a sus agresores o desconfianza total en el aparato de justicia”, afirma Diana Montealegre, coordinadora de la campaña, financiada con fondos de Intermón-Oxfam y apoyada económicamente por el Ayuntamiento de Tarragona.

Las mujeres que viven en zonas de fuerte presencia militar sufren violaciones, prostitución forzosa, acoso sexual, y son sometidas a abortos y esterilizaciones. Son también reclutadas para realizar servicios domésticos en los campamentos paramilitares y guerrilleros en condiciones que recuerdan la esclavitud.

Los soldados seducen a las adolescentes y luego las violan. “Necesitaba estar con una mujer y por eso abusé de ella”, es la excusa esgrimida por los agresores. Las víctimas son niñas a partir de 10 y 11 años que, muchas veces, quedan embarazadas o sufren enfermedades de transmisión sexual.

De los 57.000 crímenes que han admitido los paramilitares desmovilizados en aplicación de la ley de Justicia y Paz, sólo 86 tienen que ver con la violencia sexual. Es como si los hombres armados consideraran que no es un crimen abusar de las mujeres. Nunca se ha dictado una sentencia por violación en Colombia contra un integrante de un grupo armado.

Aida Quilcue, indígena nasa, afirma que “la violación como arma de guerra es una constante histórica en Colombia”. Para la abogada Diana Carolina Cano, “las menores de 14 años se convierten en las víctimas favoritas de los combatientes. Los soldados se aprovechan de la vulnerabilidad de las pequeñas y de la inexistencia de denuncias por miedo a las represalias”, afirma. Aunque existen mecanismos de prevención en zonas de alto riesgo, las denuncias no son atendidas por las instituciones del Estado. “El papel del Estado se reduce a la bota militar”, sentencia la abogada.

Óscar Ospina, director del hospital de Popayán, afirma que entre el 65% y el 70% de las mujeres que solicitan un aborto por violación son menores de 15 años. “Es como una epidemia. Algunas llegan sangrando al provocarse el aborto. Nosotros les pedimos que vayan a la fiscalía a hacer la denuncia antes de intervenirlas”, explica.

La oficina del Defensor del Pueblo intenta que el ejército aplique la tolerancia cero con los delitos sexuales. “Algunos militares argumentan que las jóvenes se pueden casar después de la primera menstruación en las comunidades campesinas e indígenas. Puede ser normal que se casen, pero no por ello se les pueden explotar sexualmente. Es un uso abusivo de un hecho cultural”, reflexiona Pilar Rueda, una de las responsables de la institución.

El estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional incluye el abuso sexual como delito de lesa humanidad, pero Colombia no lo ha adaptado a la legislación nacional.

La impunidad ha provocado hechos difíciles de imaginar. Hernán Giraldo, un jefe paramilitar al que llamaban el Taladro porque le gustaba que sus hombres le trajeran niñas para desvirgarlas, reconoció cuando fue arrestado que había tenido 24 hijos con menores de 14 años y aceptó que a nueve de ellas las violó. Pero este depredador sexual negó que se tratase de delitos al no existir denuncia alguna contra él.

Otro paramilitar, Marcos Tulio Pérez, alias el Oso, obligó a realizar un concurso de belleza en los colegios rurales de San Onofre (Sucre) y violó a las 17 niñas y adolescentes entre 13 y 17 años seleccionadas.

Los grupos guerrilleros actúan con la misma prepotencia. Las niñas son reclutadas forzosamente a partir de los 11 años. La inmensa mayoría cuenta que no fueron conscientes de que sufrían abusos sexuales. Sus primeras relaciones fueron con los comandantes, y sentían que esos hombres las protegían del resto de la tropa.

Osana Medina Bonilla, trabajadora social de la Casa de la Mujer que ha tratado decenas de casos de violencia sexual, asegura que “las mujeres se sienten sucias y humilladas, culpables por haber aceptado una cita o ir vestidas de determinada manera; queda afectada su autoestima y se vuelven muy dependientes. Casi todas son abandonadas por sus maridos”. En 10 años no ha conocido un solo marido que haya ayudado a su mujer a recuperarse después de haber sido violada.

Luna (nombre ficticio) fue violada por tres paramilitares delante de su marido. Cuando los agresores se marcharon, el hombre la insultó y la abandonó. Cuando consiguió otra mujer, la llamó para decirle que “estaba con una chica pura en vez de una puta”. Hace unos meses, una activista de derechos humanos fue secuestrada por paramilitares junto a su hijo de 12 años. Ambos fueron violados y ahora tienen que vivir en una casa de acogida de Medellín.

La socióloga Claudia Acevedo acusa al Estado de encubrir la violencia sexual y de utilizar la doble moral. Su conclusión: “La violación como arma de guerra se ha convertido en un quiste social, y la sociedad colombiana ha naturalizado este tipo de violencia. La costumbre lo pervierte todo, y deja de importar el sufrimiento de las víctimas”. Algunas han relatado sus historias, para concienciar del problema.

Jineth Salazar fue reclutada y violada por la guerrilla, pero logró escapar
 “Fui secuestrada, torturada y violada cuando estaba investigando un caso de tráfico de armas y secuestros en el que participaban paramilitares con la connivencia de miembros del ejército y la policía. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos obligó al Estado colombiano a que me pusiera bajo el programa de protección de periodistas. Los últimos meses han sido muy duros al tener que enfrentarme en el juicio a uno de los responsables. Nada más escuchar su voz supe que él fue el segundo que me violó. Fue como morirme. Dijo que tenía la orden de dispararme a la cabeza. Me sentí vacía y volví a pensar en el suicidio, como cuando sufrí la violación. Caí en una profunda depresión, mi relación de pareja concluyó, apenas comía, y llegué a pesar 42 kilos. Una agresión sexual es el peor castigo, ya que se asesina la autoestima. Es difícil volver a recuperar la parte sexual, admitir que un hombre te vuelva a abrazar”.

ESMERALDA ROMO, 33 AÑOS. Fue violada por varios hombres armados. Pudieron ser paramilitares o militares.
“Un día acompañé a una amiga a la base militar porque quería despedir a su novio, que era soldado. En el camino de regreso se detuvo un coche, los que estaban dentro nos apuntaron con armas y nos obligaron a subir. Nos taparon los ojos, nos llevaron a una casa y allí nos violaron varios hombres. No me atreví a contárselo a mi marido ni tampoco fui lo suficiente valiente para denunciarlo. Me dijeron que los que hacían ese tipo de cosas eran paramilitares, pero en la zona también había militares. Cogí miedo a los hombres. Sólo tengo relaciones con mi marido por obligación; nunca he vuelto a disfrutar con mi pareja, el sexo se convierte en un tormento. Cuando tenía nueve años mi papá me intento violar. Se lo conté a mi mamá, pero nunca me creyó”.

NANCY YANIRA GALARRAGA, 37 AÑOS. Sus cuatro hermanas, de entre 13 y 22 años, fueron asesinadas por paramilitares. Sus restos fueron encontrados en el 2010 después de estar diez años enterrados en una fosa.

“Mónica y Nelsy eran gemelas, tenían 18 años. Yenny era la mayor, con 22 años, y la pequeña de 13 años se llamaba María Nelly. Las cuatro fueron detenidas por paramilitares, trasladadas a un descampado, violadas y asesinadas. Los restos fueron encontrados años después. Los forenses nos informaron de que estaban semidesnudas y con las ropas rasgadas; tres de ellas habían sido descuartizadas, y la cuarta había muerto a golpes. En el 2006 entregué la información a la Fiscalía de Justicia y Paz. Los paramilitares y el ejército tenían relaciones muy estrechas en esta zona. Mi familia recibió amenazas de muerte, pero yo decidí buscar los cuerpos de mis hermanas. Encontré varias fosas y señalé los lugares exactos, pero no quise estar presente en la exhumación. No fui capaz de ver los restos. Sigue siendo difícil soportar tanto dolor. Creo que algún día se hará justicia y los culpables serán encarcelados”.

JINETH SALAZAR, 26 AÑOS. Fue reclutada forzosamente por la guerrilla a los 13 años.
“A los 13 años me llevaron a un campamento de adiestramiento y me enseñaron a usar un arma. Uno de los responsables empezó con tocamientos que yo rechacé. Un hermano de mi madre era el jefe del grupo y me protegía. A su muerte en un enfrentamiento empezaron los golpes y las violaciones. Un día llegó un médico; las embarazadas tuvieron que abortar; a las demás nos pusieron unos dispositivos intrauterinos. Poco después, conocí a un muchacho en un pueblo cercano; me cayó bien y conversamos. Unos días después lo acusaron de ser un espía paramilitar. El consejo de guerra decidió que debía ser ejecutado y aunque todavía tenía menos de 14 años no me quedó más remedio que dispararle. Era su vida o la mía. Meses después conseguí escaparme y llegué a una aldea. Me corté el pelo, me pinté y me cambié de ropa. Estaba esperando un autobús cuando llegaron varios guerrilleros a buscarme. Me escondí en el cuarto de baño y me subí encima de la taza del váter. Miraban por debajo de las puertas mientras yo pedía a Dios que me convirtiese en una mariposa. Conseguí tomar el autobús, y el conductor me hizo pasar por su hija enferma. Nos topamos con un retén guerrillero, reconocí a algunos de los milicianos. Iba deshidratada por culpa de la malaria; temblaba de miedo, pero llevaba una pistola y estaba dispuesta a usarla. Uno de los pasajeros era un soldado con permiso que venía de visitar a su abuela enferma. Lo bajaron y allí mismo lo ejecutaron”.

YOLANDA PEREA, 27 AÑOS. Fue violada por un guerrillero cuando tenía 13 años.
“A los 13 años llegó un hombre a la finca, me colocó un revólver en la cabeza y me violó. Al día siguiente, mi mamá fue a ver al comandante de la guerrilla para contárselo, pero este se negó a castigarlo. Dos meses después, llegaron siete hombres armados. ‘Usted, hijita, se tendrá que encargar a partir de ahora de sus hermanos pequeños’, me dijo uno a modo de despedida. Sacaron de casa a mi madre y minutos después escuché unos disparos. Mi abuelito pudo ver cómo la mataban; la acusaron de colaborar con los paramilitares. Algunos me recriminaron que le contase la violación. Meses después reconocí a uno de los que dispararon contra mi mamá. Pensé presentarme voluntaria a la guerrilla para tener la oportunidad de matarlo”.

VIVIANA MALDONADO, 17 AÑOS. Reclutada forzosamente por un grupo guerrillero. Consiguió escapar, pero cayó en manos de los paramilitares.
“Mi padrastro intentó violarme cuando tenía 13 años. Decidí escaparme de casa con una amiga hasta que nos topamos con un grupo guerrillero. Los comandantes nos obligaron a acostarnos con ellos. Estuvimos nueve meses en su campamento. Otros hombres abusaron de mí. Un día me negué a hacerlo, me amarraron a un árbol y me golpearon hasta que perdí el conocimiento. Le dije a mi amiga: ‘Prefiero que me metan un tiro a convertirme en un monigote’. Nos descubrieron al escaparnos; conseguí esconderme y vi como mataban a sangre fría a mi amiga. En la huida, me encontré con los paramilitares. Pasé dos semanas en un cuarto viviendo como un perro y comiendo las sobras. ‘La única alternativa que tienes es que seas mi amante’, me dijo el comandante. Le dije que prefería una bala. Me puso la pistola en la cabeza. Pero yo no quería morir. Me violó muchas veces. Era un salvaje; un día mató a un muchacho, lo decapitó y chupó la sangre del cuchillo. ‘Esto quita el miedo’, me dijo. Los guerrilleros usaban preservativos; los paramilitares nos ponían una inyección cada tres meses. Las adolescentes que se quedaban embarazadas eran obligadas a abortar”.

MÓNICA DUQUE, 39 AÑOS. Fue violada por un grupo paramilitar mientras asesinaban a su marido.
“En una esquina había cuatro tipos que empezaron a decirme vulgaridades. Uno de ellos se acercó y me agarró con fuerza. Mi marido intervino y lo golpearon. Comencé a correr; dos de los tipos me persiguieron, me tiraron al suelo y me quitaron la ropa mientras pedía ayuda. Algunos vecinos se asomaron a la ventana, pero no intervinieron. ‘Esta hija de puta está muy buena’, dijo uno de ellos antes de violarme. Perdí el conocimiento. Cuando me desperté fui desnuda a casa de un familiar, insistió en que fuésemos a un médico; entonces me enteré de que mi marido había sido asesinado. Lo mataron mientras me estaban violando. La policía me interrogó antes de que me pudiese lavar; el fiscal me acusó de estar involucrada en el asesinato. Los violadores eran paramilitares. Las violadas no dormimos pensando en cómo vengarnos. Es un odio escondido. Pensé en comprar un arma; sería muy fácil matar a alguno de los culpables. Pero sería ponerme en el mismo nivel que los asesinos; no quiero ensuciar mi conciencia. Lo que necesito ahora es sanar mi mente”.

BLANCA NUBIA DíAZ, 58 AÑOS. Madre de Irina del Carmen Villero, de 15 años, secuestrada, violada por una decena de paramilitares y asesinada.
“Mi hija Irina del Carmen tenía 15 años cuando un día salió de casa para vender artesanía. No nos enteramos de su muerte hasta una semana después. Supimos que fue violada por una decena de paramilitares. Unos aldeanos encontraron su cadáver semidesnudo con señales de tortura y las manos rotas. La enterraron como NN (sin nombre); la desenterramos un mes más tarde. En aquellos días mataron a varias menores, decían que por ir con ropas ligeras; alguna apareció con los pechos rociados de ácido. He sido amenazada de muerte y perseguida. He venido a la capital, pero me siguen atemorizando porque quiero que se haga justicia”.

FREDIS CHAPAL, 41 AÑOS. Fue violada en varias ocasiones por paramilitares. Su padre también lo hizo cuando era una niña.
“Un día, tres hombres me abordaron. Uno de ellos me preguntó: ‘¿Usted quiere vivir o morir?’. Me llevaron a un descampado y me violaron. ‘No se queje, al menos está viva’, me dijeron al irse. Un año después, un jefe paramilitar me obligó a tener relaciones sexuales cuando mi marido estaba ausente. ‘Cada vez que venga a su casa usted estará obligada a acostarse conmigo’, me dijo. No me atreví a contárselo a mi marido por miedo a que lo mataran. Mi álbum de los malos recuerdos empezó cuando yo tenía siete años. Mi papá aprovechaba la siesta para acercarse y acariciarme. A los 10 años me violó; durante dos años lo hizo muchas veces. A los 19, un primo me violó y me dejó embarazada. Poco después apareció muerto; alguien lo mató por abusar de varias niñas. Mi papá violó a una adolescente y la dejó embarazada; no reconoció al bebé, y la joven tuvo que abandonar la aldea”

María Eugenia Urrutia, junto a los dos escoltas que la protegen, ya que han intentado matarla MARíA EUGENIA URRUTIA MORENO, 38 AÑOS. Fue violada por paramilitares delante de su marido.
“Los paramilitares violaron a varias mujeres. En nuestra zona era normal ir con los pechos al aire. Empecé a tener influencia entre mis vecinas, a convencerlas que nadie tenía derecho a abusar de nosotras por nuestras costumbres en la forma de vestir. Una noche entraron en mi casa, golpearon a mi pareja y sujetaron a mi hija de cuatro años. Dos me violaron delante de mi familia. Desde entonces, la pequeña tiene un tic nervioso. Mi marido se sintió humillado; me dijo que hubiera preferido que le pegasen un tiro. Me marché de aquel lugar con mis hijos y no me quiso acompañar. Sentía más odio contra mí que contra los violadores. Organicé un movimiento de mujeres afroamericanas y soy su representante legal. La Corte Interamericana de Justicia ordenó medidas cautelares por el alto riesgo de vulnerabilidad. Llevo protección armada por las continuas amenazas de muerte. Hace dos años me secuestraron con una amiga, nos llevaron a un descampado, nos introdujeron los cañones de sus armas en las vaginas, nos obligaron a hacer sexo oral y nos quemaron con cigarrillos. Todavía siento miedo y tengo pesadillas. Recientemente estaba en mi trabajo junto a mis dos escoltas cuando un hombre se acercó a pocos metros con una pistola. Uno de los escoltas se abalanzó sobre mí y me tiró al suelo; estuvieron repeliendo el fuego durante 20 minutos. Si no es por ellos, estaría muerta. Sé que el día que me calle habrán ganado la partida”.

REGINA POSADA, 61 AÑOS. Su nieta de 11 años fue violada.
“Mi nieta de 11 años empezó a tener relación con una mujercita de 13 años, enamorada de un hombre que era el líder de un combo, un grupo juvenil armado. Un día llegó a casa y encontró a mi nieta allí. Hizo que su mujercita preparase un baño para las dos. ‘Yo me la voy a comer’, le dijo a mi nieta. Las dos niñas se metieron en la bañera, y el hombre le sacó fotos desnuda y después la violó. Ella no me contó nada. Después empezó a correr el rumor en el colegio de que estaba embarazada y durante un examen médico confesó lo ocurrido. Él era conocido por violar a niñas. Un miembro de un combo rival se ofreció para matarlo, pero presentamos denuncia en la fiscalía e intervinieron los servicios sociales. La visito cada 15 días. El violador huyó a España”.

MELANIA GURRETE, 43 AÑOS. Su hija, Viviana Solarte, de 14 años, fue reclutada a la fuerza por la guerrilla.
“Una noche aparecieron tres guerrilleros en mi tienda de abastos y me pidieron que les preparara comida. A la mañana siguiente, descubrí que mi hija se había ido con ellos. Durante dos días los perseguí hasta que llegué a su campamento. ‘Mi hija es menor de edad, y ustedes no pueden llevarse a las niñas”, dije a los comandantes. Una hora después me la entregaron. Le pregunté por qué se había ido con ellos. ‘Me dijeron que si no lo hacía matarían a mi familia. La primera noche me pusieron una inyección y uno de los comandantes me violó. Otro oficial también abusó de mí’, me contó. Ese mismo día decidí irme a vivir a Popayán. Unos vecinos me dijeron que los guerrilleros me buscan para matarme. La niña nunca ha vuelto a ser como antes”

PUBLICADO EN LA  VANGUARDIA

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