DISCURSO PRONUNCIADO EL 18 DE SETIEMBRE DE 2012 DURANTE LA ENTREGA DEL PREMIO SAVE THE CHILDREN. GERVASIO SÁNCHEZ


PREMIO SAVE THE CHILDREN

Compañeras y compañeros, amigas y amigos, señoras y señores.

Quiero dar las gracias a la organización humanitaria Save the Children por haberme otorgado uno de sus premios anuales.

Me siento abrumado al ver mi nombre al lado de tan ilustres personalidades.

También quiero felicitar a la organización por haber apostado por unos premiados con los que me siento unido por diferentes razones. A veces me he tenido que sentar con personas con las que no me reconocía. Incluso he tenido que escuchar discursos pueriles que me han sonrojado.


Era un niño de corta edad cuando decidí ser periodista. A los 10 años coleccionaba sellos y viajaba con la mente. Pensaba que el periodismo era el mejor oficio para viajar de verdad.

Con 14 años compraba todos los días el periódico. Perdonen que les diga que era el Mundo Deportivo, pero también les aseguro que era el único alumno de la escuela secundaria que se gastaba su dotación semanal en la prensa.

Pero nunca pensé ni soñé que podría compartir distinciones con mujeres y hombres como la yemení Tawakkul Karman, también periodista y la más joven galardonada con el Premio Nobel de la Paz de toda su historia.

Como miembro de la ejecutiva de Reporteros sin Fronteras puedo asegurar que el trabajo de los periodistas locales en países como Yemen, Siria, Iraq, Afganistán, México, Colombia, Somalia es imprescindible para acceder a la información esencial en zonas oscurecidas por el olvido de la mayoría de los grandes medios de comunicación.

Nunca pensé ni soñé que compartiría distinción con la embajadora de la Unesco Khim Phuc, cuya imagen envuelta en fuego y odio nunca olvidaremos, el argentino Ricardo Darín, uno de los pocos actores cuyos personajes cinematográficos todavía me cautivan y el seleccionador español Vicente del Bosque, que representa la esencia de la humildad en el deporte más egocéntrico del mundo.

A pocas horas de regresar de nuevo a Afganistán y ser testigo del sufrimiento de la población infantil de un país al borde del precipicio, sólo puedo decir que hoy es uno de esos días inolvidables que te permiten resistir las duras situaciones a las que uno se tiene que enfrentar cuando traspasa la indecente frontera entre nuestro Primer Mundo que, incluso en tiempos de crisis y silencios, está a años luz de ese otro mundo olvidado y golpeado por la violencia y la guerra en el que habitualmente se mueve un fotoperiodista especializado en conflictos armados como yo.

Siempre que voy a Afganistán visito el hospital infantil de Kabul. Lo hice en 1996, también en 1997, en 2002, 2006, 2009, 2010 y 2011.

Voy allí y entro en la unidad de emergencia donde yacen moribundos los niños y bebés golpeados por la malnutrición infantil severa.

Esas salas siempre repletas de historias catastróficas me ilustran más sobre el conflicto armado que todos los aparatosos informes realizados por expertos de medio pelo que buscan justificar la debacle en la que vive un país golpeado por la corrupción y la violencia generalizadas.

Sé que Afganistán comenzará su camino hacia la normalidad el día que esas salas comiencen a vaciarse.

Porque, ¿cómo se puede ayudar a un país si se es incapaz de salvar la vida de un bebé o un niño menor de cinco años?

¿Cómo se puede ayudar a un país cuando se gasta más en bombas inteligentes que en equipos de diálisis?

¿Cómo se puede ayudar a un país cuando se invierte en la muerte y se condena la vida?

Quienes trabajamos en contacto con el sufrimiento sabemos que la guerra es un gran negocio en cuya trastienda trasnochan comisionistas sin escrúpulos, gobernantes que sepultan ideas que han resistido décadas de un solo plumazo, gerentes de multinacionales obsesionados por conseguir el mayor dividendo al mejor precio aunque esta actitud entierre el futuro de algunos países, periodistas que han dejado de ejercer el oficio más sagrado del mundo para convertirse en tristes copistas de frases hechas.

Hace unos meses Tawakkul Karman dijo en una entrevista que “Europa es cómplice de la represión yemení”. Estimada colega, Europa es cómplice de muchas represiones. Seguramente, es cómplice de todas las represiones.

Europa multiplica sus negocios cuanto más confusión y corrupción hay. Europa, la Comunidad Europea, es la principal exportadora de armas ligeras del mundo, esos engendros que utilizan los combatientes, tantas veces niños, para matar por razones que desconocen.

Este empobrecido y endeudado país llamado España que yace en una UVI económica desde hace tiempo sin que los especialistas sepan qué hacer se ha convertido en la sexta potencia mundial en venta de armas.

Aunque sorprenda estas cifras de record hay que recordar que las hemos conseguido con los gobiernos encabezados por el ex presidente José Luis Rodriguez Zapatero, el político que más han instrumentalizado la palabra paz y que más han vendido la idea de que el mundo puede mejorar con una alianza de civilizaciones.

En ocho años de gobiernos denominados progresistas hemos sextuplicado nuestros negocios bélicos ante la pasividad generalizada de un electorado ensimismado por la propaganda política y por esa idea exquisitamente cínica de que los otros lo harían peor.

El gran director de cine Claude Chabrol ha dicho recientemente que “el horror no es el crimen que se comete sino todo lo que sucede antes y que lleva a ese crimen”.

Nosotros podemos decir que la guerra no es solo lo que ocurre en el campo de batalla sino resultado de lo que mujeres y hombres inmorales deciden en despachos asépticos situados a miles de kilómetros de los escenarios de la muerte.

Muchas gracias.

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