PRÁCTICAS
POLÍTICAS O PRÁCTICAS MAFIOSAS
Desde que comenzó la crisis es creciente un
sentimiento que se ha convenido en etiquetar como «antipolítico» y que se basa
en culpabilizar de casi todos los males a las personas con cargos
institucionales. Desde luego partimos de un hecho obvio: muchos políticos han
tenido responsabilidad en la gestación de la crisis. Ahora bien, lo han sido en
tanto que han actuado como corruptos, caciques y sujetos irresponsables que no
advertían los riesgos y consecuencias de un determinado modelo de crecimiento
económico, pero no en tanto que políticos. Ahí reside la diferencia crucial que
nos lleva a una necesaria defensa de la política en su sentido clásico.
Muchas personas consideran que la mayoría de los
políticos actúan sin ética colectiva alguna, únicamente pensando en sus propios
beneficios. Y, desgraciadamente, es cierto. No obstante, conviene hacer algunas
precisiones. La ética, como cualquier otra institución, no es universal y
atemporal. Es decir, no existe el comportamiento moralmente aceptable que es
válido para cualquier tiempo histórico sino que, por el contrario, dependerá de
una serie de condiciones históricas que varían en el tiempo.
Gramsci nos ayuda a establecer una compartimentación
analítica entre la ética privada y la ética pública, es decir, entre la ética
individual y la ética de lo colectivo. Para el autor italiano es importante
recalcar que la política pública, como forma de organizarnos en tanto que
sociedad humana, está separada de la ética individual. Es decir, no nos debe
interesar el comportamiento ético del político en su vida privada sino el
comportamiento ético del político en su vida pública.
Durante este año una concejal de un pequeño pueblo
español sufrió la filtración por internet de un vídeo privado de índole sexual,
lo cual levantó un enorme escándalo político y mediático. Incluso algunas
personalidades de la alta política, como la exministra de vivienda del Partido
Socialista, pidieron su dimisión por «no saber gestionar su vida privada». Sin
embargo, es obvio que todas aquellas críticas no iban dirigidas a la persona en
tanto que política –y en consecuencia a su visión de la ética de lo colectivo–
sino a su vida personal y privada y su visión de la ética privada. Desde el
punto de vista de Gramsci, que se comparte, aquel incidente no nos debe
importar lo más absoluto ya que «el hombre político no puede ser juzgado
prioritariamente por lo que éste haga o deje de hacer en su vida privada, sino
teniendo en cuenta si mantiene o no, y hasta qué punto lo hace, sus compromisos
públicos».
Lo que sí debemos asegurar, por el contrario, es que
los políticos tengan una ética de lo colectivo, es decir, que utilicen la
política institucional para hacer política, esto es, como medio para alcanzar
determinados fines ideológicos. Así, es necesario denunciar al político
profesional «que vive en y de las políticas con mala fe, sin convicciones
éticas, haciendo de las actuaciones y decisiones públicas un asunto de interés
privado».
Para Gramsci, hay que lograr que la política se
separe de la ética individual con objeto de evitar que el comportamiento propio
de las sectas y las mafias, donde la asociación es un fin en si mismo y donde
la ética y la política se confunden al elevar a universal el interés privado,
sea asociado a la política en su sentido puro.
Desgraciadamente en este país abundan más las
prácticas mafiosas y sectarias que la política en sí misma. Por todo ello es
importante insistir en la necesidad de defender la política en su sentido noble
frente a aquellos que, aprovechándose de ella, la violan continuamente en
beneficio privado.
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