CRISTIANISMO Y JUSTICIA
Perdón por el taco titular, pero las citas deben ser
literales. Y así lo dijo en pleno Parlamento la diputada Fabra, de esa inefable
“fábr(ic)a” castellonense. Por el contexto parecía referirse a obreros y
sindicalistas. Pero cuando quiso arreglarlo explicó que se refería al PSOE. En
este sentido sirve de material para nuestra reflexión.
Puedo entender que la señora Fabra esté harta de los
psocialistas: que los considere enemigos, malvados, embusteros… Pero lo que
ahora quisiera discutir no es cómo son las gentes del PSOE, sino cómo debe ser
nuestro modo de reaccionar ante el que nos hace daño. Todos tenemos una
tendencia imparable a alegrarnos viendo sufrir al que nos ha hecho sufrir (de
ahí nace muchas veces la violencia física). Y además tendemos a creer que la
justicia consiste en ese placer que nos proporciona el dolor del verdugo:
(“¡que la pague!”). La pregunta es si entonces no estaremos confundiendo el
hambre de justicia con la sed de venganza.
Así llegamos a nuestro tema: un criminal etarra
llamado Uribetxebarria, enfermo terminal de un cáncer con varias metástasis;
más la decisión judicial de liberarlo por razones humanitarias y las protestas
desatadas por ello. Quede claro que aquí no se discute el inmenso dolor de las
víctimas y de tantas vidas rotas, que merecen un cariño y un respeto inmensos.
Ni se discute el carácter asesino de ETA, su bochornosa incapacidad para pedir
perdón, y la ceguera de sus adláteres. Todo eso es indiscutible. La pregunta
que queda es cuál debe ser nuestra reacción ante tamaña maldad y con toda la
razón que tenemos. Y en concreto: si la reacción correcta es desear verles
sufrir el máximo hasta el final, porque sólo así se hace justicia.
Me duele tener que gritar que esa no es la reacción
correcta. Más aún: ese modo de reaccionar nos contagia de la misma inhumanidad
de ETA y, en este sentido, es más bien un triunfo etarra y una derrota nuestra.
El criminal no deja de ser un ser humano por criminal que sea; ni deja de tener
una dignidad humana por mucho que él la haya pisoteado, ni deja de merecer la
compasión que reclama todo dolor, por mucho que no se la merezca. A esto se
llama “razones humanitarias”; y en estas razones se fundamentó la supresión de
la pena de muerte que ha sido un paso importante de progreso en humanidad, y
que estamos poniendo en peligro si consideramos que la justicia consiste en el
placer de ver sufrir al verdugo.
Debo felicitar, por consiguiente, tanto al ministro
del interior, como a la mayoría del PP, como a Mari Mar Blanco (hermana de
Miguel Ángel, a quien no conozco, pero mandaría un abrazo muy sincero con estas
líneas) por haber reconocido que la sentencia de excarcelación “tiene
fundamento jurídico” y que “la superioridad de la democracia reside en el
respeto a la ley”, también a la hora de hacer justicia. No en erigir el propio
dolor (por comprensible y sagrado que sea), en criterio de justicia.
Por eso debo confesar también mi tristeza por estas
palabras del señor Basagoiti que, además, parecían bien meditadas: “nos importa
un bledo la situación de esos presos. Nos importa un bledo como estén”.
Personalmente, a mí no me importa un bledo: como tampoco me importa un bledo
que esos criminales sigan impenitentes y no se rediman a sí mismos.
No sé si el lector conoce estas viejísimas palabras:
“amad a vuestros enemigos, rogad por los que os maltratan; tratad a los demás
como os gustaría que os traten a vosotros. Porque si amáis a los que os aman
¿qué bondad cabe ahí? Y si hacéis bien a los que os tratan bien ¿qué bondad
cabe ahí? También los malos hacen eso. Amad a vuestros enemigos y así seréis
hijos del Altísimo que es bueno con los ingratos y perversos. Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.
Son palabras de Jesús de Nazaret, en el evangelio de
Lucas. [Una aclaración necesaria: amar no significa aquí sentir atracción como
tendemos a pensar nosotros falsificando el amor, sino “desear el bien”. Y el
mayor bien que se le puede desear a una persona mala es que cambie y se vuelva
buena].
Comprendo que muchos no cristianos rechacen esas
palabras. Pero a quienes se consideran cristianos (como puede ser el señor
Mayor Oreja) me gustaría pedirles que las relean, las consideren y las recen. Y
a los no creyentes me gustaría decirles que aunque de entrada no lo parezca
(como ocurre tantas veces en la vida), esos consejos de Jesús contienen el
mejor bálsamo para muchas heridas y el mejor camino para que cicatricen sin
dejar huella en nosotros. Oigamos si no a Ana Arregui (mujer del ertzaina Jon
Ruiz Sagarna asesinado por la barbarie etarra): «me juré que nunca construiría
mi vida en función del resentimiento. Me di cuenta de que el odio se podía
interponer entre nosotros y los demás, y decidí vivir sin él». Eskerrik asko
Ana.
Repito: es así, aunque de entrada nos asuste y nos
provoque rechazo. Pero es como cuando alguien no se decide a echarse a la
piscina porque teme la sensación inicial de frío, y luego, cuando sale y ha
entrado en reacción, se dice: ¡qué bien me ha ido!
PUBLICADO EN REDES CRISTIANAS
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