CARTA A ANTONIO MUÑOZ MOLINA
Estimado Sr.
Muñoz Molina:
He leído sus
declaraciones en las que confirma su intención de asistir a Jerusalén para
recibir el premio que lleva el nombre de la ciudad . Por supuesto, es libre de
obrar como mejor le parezca y de considerar que su participación en la
ceremonia de entrega redundará en el entendimiento entre los pueblos y que, por
lo mismo, no se puede boicotear a un pueblo ni una sociedad, plural y con voces
discordantes en un sentido u otro, en su conjunto.
Le daría plenamente la razón
si no fuera porque el permio Jerusalén no es un galardón concedido por la
sociedad civil, un grupo de particulares sin implicación en la labor de
representatividad del estado de Israel o una asociación cívica u organización
no gubernamental; este premio, como usted bien sabe, tiene carácter oficial,
está financiado con fondos públicos (del estado de Israel) y representa, quiera
usted o no, el punto de vista de la municipalidad de Jersualén, la cual, como
usted bien sabe, promueve una política de asentamientos y expansión que
conculca, de manera evidente, los derechos de los ciudadanos palestinos,
habitantes originarios de buena parte del área metropolitana de Jerusalén y sus
alrededores, por mucho que un porcentaje muy elevado haya sido expulsado de sus
hogares y que la propaganda sionista ponga en duda la condición de propietarios
primeros de muchos de ellos o disfrace la política sistemática de confiscación
y expulsión con eufemismos y fábulas de todo signo. Este premio, pues, no
contribuye al entendimiento entre los pueblos ni favorece un debate sosegado y
plural sobre la política de discriminación articulada por el estado de Israel
hacia la población palestina. Tampoco representa siquiera la pluralidad de
voces y opiniones existentes en el seno de la sociedad israelí; más bien,
refleja el posicionamiento de unas autoridades que no han demostrado, usted
bien lo sabe, predisposición ninguna a dialogar sobre la flagrante situación de
injusticia que padece Palestina.
De hecho, no conocemos a ningún intelectual
occidental, de los que han mantenido una actitud abiertamente crítica hacia el
estado de Israel, que haya sido distinguido con el premio; y algunos, como su
antecesor, el británico Ian McEwan, el cual criticó de forma explícita la
política de asentamientos y la discriminación ejercida sobre los palestinos, al
tiempo que lamentaba el “nihilismo” de las dos partes, poniendo de este modo al
ocupado y el ocupante en el mismo nivel de “responsabilidad”, hubieron de ver
cómo su presencia era utilizada por el alcalde de Jerusalén para comparar la
pulsión de respeto y fomento de las libertades individuales apreciables en los
libros de McEwan, virtud que, según parece, valora en sumo grado la comisión
que falla el premio, para encomiar “la tolerancia que nosotros practicamos en
Jerusalén”.
No lo
olvide: se fotografiará usted con personas que representan a las instituciones
de un estado, incluido el presidente, que no respeta los derechos humanos ni la
legalidad internacional. Y no se equivoque: yendo allí no ayudará a colocar en
un contexto de crítica y debate saludables la situación de millones de
palestinos privados de sus derechos básicos; al contrario, contribuirá a
reforzar las tesis de un régimen, el de Tel Aviv, que disfruta de un poder de
acción y decisión en la región de Oriente Medio que difícilmente justifica su
supuesta condición de estado cercado o sometido a amenazas permanentes. Más bien
habría que hablar de la vulnerabilidad de palestinos y árabes ante la
formidable maquinaria militar de Israel y el apoyo incondicional de las
potencias occidentales.
Y lo que más
nos duele a nosotros como gente que tratamos de leer, pensar y reflexionar
sobre lo que nos rodea, sobre nosotros mismos, sobre valores tan humanos como
la libertad y el respeto mutuo: ver a intelectuales como usted, cuyas palabras
y actuaciones no dejan de tener eco mediático, utilizar argumentos inconexos e
irreales para justificar lo que, si se tiene una visión de solidaridad y
compromiso con los débiles, los oprimidos y los vilipendidados, difícilmente
puede justificarse.
Una última
petición, dando por hecho que no ceja en su intención de acudir a Jerusalén: no
abuse de los recursos retóricos y las matizaciones terminológicas. Los
particulares y organizaciones que le hemos solicitado que reconsidere su
decisión distinguimos perfectamente entre judíos, Israel y sionismo. Estamos
ante un caso de violación de los derechos humanos, no disquisiciones
confesionales o étnicas que, al cabo, únicamente sirven para que algunos
desvíen la atención de lo que verdaderamente debería importar con sutiles y
capciosas cortinas de humo.
No deberían
ser tiempos de sutilezas sino de obrar con consecuencia y honradez. Si usted es
partidario del sionismo o cree que, pese a todo, hay que “comprender” lo que
hace Israel porque, queramos o no, representa un manantial de libertad y
conciencia creativa, dígalo. Mas déjenos de retruécanos. Desprecie u obvie los
escritos que, como este, le piden que reflexione pero absténgase de decirnos
cosas extrañas y un tanto pintorescas.
Buen viaje a
Palestina. Millones de personas que nacieron allí no pueden hacerlo. Acuérdese
de ellos al menos, un instante nomás, cuando el Sr. Nir Barkat le estreche con
ardor sus manos y proclame al mundo libre que las calles de Jerusalén componen
un hermoso ejemplo de tolerancia, igualdad y amor por la humanidad.
Suyo
atentamente.
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