CORRUPCIÓN
Bueno,
parece que comienzan a despejarse las cosas. Creo que en alguna de las últimas
entradas –no suelo releer lo que escribo- hablaba en términos apocalípticos
sobre la llegada de los demócratas del PP y cómo iban a instaurar su régimen
del terror en un intento de recuperar el poder perdido durante décadas. Si no
lo hice, no importa, a veces el recuerdo es sólo una autojustificación. Además,
no había que ser ningún figura para predecir que los demócratas de toda la vida
nos proporcionarían un empacho de democracia. El repaso a la doctrina
democrática que nos están dando es de libro, y siguen a pies juntillas la primera
ley del representante: agárrate bien a la silla y olvídate de tus propuestas.
Se trataba de seducir al electorado, ¡no de cumplir promesas! Pero bueno, no es
ahora momento de analizar esos desmanes.
Ahora nos
despertamos día a día con “escándalos de corrupción”. Puesto que la prensa
tradicional es parte del régimen, además de mantenernos en vilo, tiene que
hablar de “escándalo” para diferenciarlo de la condición normal del
funcionamiento institucional democrático. En realidad, hablar de representantes
corruptos es como hacerlo sobre ciclistas dopados, se trata casi de una
tautología: la representación se fundamenta en la corrupción del sujeto que se
apropia de la opinión y la voluntad de los ciudadanos.
Y, por
supuesto, es difícil no sucumbir a los aires de grandeza que supone el saberse
depositario de las voluntades de tan gran número de gente. Aunque no se le haya
votado, el representante democrático, el elegido, no puede deshacerse de su
lastre mesiánico. Además, es lo que busca desde un primer momento, monopolizar
la voluntad de los demás. Una posible y nada descabellada definición de
democracia representativa sería: sistema político en el que se asigna el poder
mediante la transferencia del voto. Así que, los representantes buscan poder
por encima de todo, porque es la condición necesaria para llevar a cabo
cualquier actuación política en sus términos, algo que resulta una verdad de
Pero Grullo, pero que merece la pena recordar. Esa búsqueda de la acumulación
del poder la comparten los demócratas con los comunistas autoritarios y es algo
que el pueblo debe prevenir siempre. Entre ambos se repartieron el mundo
durante el siglo pasado. Rechazar el poder es un acto de valentía política y
controlarlo una obligación para todo aquel que quiera mantener cierta libertad.
Si existen
tantas tramas y tantos excesos, es debido a la naturaleza de la democracia
moderna, no a asuntos puntuales. Es curioso que tantos analistas nieguen la
existencia de un mal sistémico y consideren la constante corrupción producto de
casos aislados. Para este tipo de analista, aquel que considera la corrupción
como una clara consecuencia del funcionamiento de un sistema injusto es un
simple conspiranoico, es decir, un loco que cree que el mundo entero está
confabulado. Pues bien, sí, las democracias occidentales están en guerra contra
la clase trabajadora. A ver cuándo nos caemos del guindo. No se trata de una
conspiración, sino del funcionamiento ordinario de las instituciones de
cualquier democracia parlamentaria, que ineludiblemente tienden a la
acumulación constante de poder. Estamos en guerra, amigos, compañeros,
camaradas, o como nos queramos llamar de aquí en adelante para comenzar ya a
resucitar nuestra identidad. Y estamos en guerra contra la élite política,
económica y financiera, que son lo mismo. Lo que pasa es que en la batalla
ibérica de esta tercera guerra mundial vamos perdiendo con el resultado de más
de 6.000.000 a cero. Seis millones de víctimas del conflicto de clase, sin
saber siquiera que están en guerra.
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