EL TONTO DEL PUEBLO
Hum, de
nuevo el deporte nos brinda un argumento ético de primer orden. Va a haber que
pensarse lo apuntarse a algún canal de pago para seguir todas las ligas del
universo, ahora que los filósofos andan tan callados. Ayer, mientras los
chistes sobre los áticos en Marbella y el grosor de algunos sobres se
convertían en la comidilla del Twitter, y mientras TheNew York Times amenazaba
con publicar un reportaje sobre la corrupción en España, los televisores se
incendiaban con la entrevistita que Oprah Winfrey le hacía al contrito Lance
Armstrong. Y, entre otras perlas, el tipo afirmó que nunca tuvo la sensación de
haber cometido una tropelía porque se limitó a hacer lo que hacía todo el
mundo.
Trasladada
esa frase al mapa ibérico, el resultado es una síntesis perfecta de lo que los
últimos 500 años han dado de sí en España. Más que la envidia (que es mucha),
la ambición (no menor), el desprecio a la democracia (ídem) y el escaso respeto
al Estado de derecho (más bien, nulo), el verdadero motor de la corrupción en
este bendito país es el miedo a parecer el tonto de pueblo: si todo el mundo
mete la mano, maldita sea, ¿por qué no la voy a meter yo? Busquen en hemeroteca
y a ver si son capaces de encontrar una sola información sobre alguna operación
policial puesta en marcha a tenor de un caso de corrupción política en los
últimos diez años en la que algún detenido no haya amenazado con tirar de la
manta, con éstas u otras palabras. El estamos contigo y el te quiero mucho,
presidente funcionan bien como el catalán, en la intimidad, pero cuando todo se
destapa faltan cuellos para tanta mandíbula: aquí está pringado hasta el
párroco y yo soy un cabeza de turco. Ya Shakespeare bordó el asunto al ponerle
a Macbeth una Lady Macbeth delante, no detrás, pero conviene dedicar las líneas
que quedan a una última consideración: nuestra democracia parlamentaria heredó
un sistema corrupto, el franquismo, donde nadie se ocultaba si metía la mano. Y
se limitó a cambiar los nombres, no su infraestructura: prueba de ello es que
España arrastra aún un brutal déficit de trasparencia, impropio de Europa. Tal
vez eso explique que todos los partidos se pusieran tan de acuerdo en la
Transición. Ninguno quiso parecer el tonto del pueblo.
FUENTE: MÁLAGA HOY
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