LAS TRAMPAS
DEL TIEMPO
Sentada de
cuclillas en la cama, ella lo miró largamente, le recorrió el cuerpo desnudo de
la cabeza a los pies, como estudiándole las pecas y los poros, y dijo:
–Lo único que
te cambiaría es el domicilio.
Y desde
entonces vivieron juntos, fueron juntos, y se divertían peleando por el diario
a la hora del desayuno, y cocinaban inventando y dormían anudados.
Ahora este
hombre, mutilado de ella, quisiera recordarla como era.
Como era
cualquiera de las que ella era, cada una con su propia gracia y poderío, porque
esa mujer tenía la asombrosa costumbre de nacer con frecuencia.
Pero no. La
memoria se niega. La memoria no quiere devolverle nada más que ese cuerpo
helado donde ella no estaba, ese cuerpo vacío de las muchas mujeres que fue.
Bocas del
Tiempo
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