NIÑOS BONITOS. JAVIER NAVAS


NIÑOS BONITOS
Es tiempo de amor, de buenos deseos; de paz y de ilusión. Es tiempo para los niños y para quienes quieren volver a serlo; una estación de propósitos puros, de fantasía y de magia. En este plan, ¿qué tal si hablamos de la República? En el cementerio de San Rafael han hincado la primera piedra de un monumento a los muertos de la guerra y de su periferia: allí se blandían banderas tricolores, se pronunciaba (con inquietante ligereza) la palabra "genocidio", se pedía la anulación de los juicios franquistas (la dictadura ya está considerada ilegítima, ¿de qué modo anulamos lo nulo?, ¿legitimándolo antes?) y se identificaba a las víctimas del homenaje como "los nuestros", lo que implica que también eran "nuestros" la mitad de los asesinos. Si, según Nietzsche, solo se recuerda lo que no deja de doler, la única cataplasma que devuelve la serenidad es el olvido. Otro pinganillo en el cementerio va a ayudar poco.


El PP nunca podrá -nunca le dejarán- sentirse cómodo en estas galas necrofílicas. De la Torre se mantuvo circunspecto pero una mención suya a los "fallos" de la República causó que en Twitter soltaran los perros: jóvenes socialistas, que no han conocido otra república que la de "La guerra de las galaxias", lo llamaron "hp". Tras el abucheo eliminaron los mensajes y luego, con paroxístico ingenio, aclararon que eso significaba "Hijo Predilecto del franquismo". Yo llegué tarde a la gresca, ya habían borrado las enormidades, pero quedaban las reacciones, tal y como el hueco que una pezuña deja en el barro delata al bicho. Arturo Pérez-Reverte, antes o después de soltar una salvajada, dice que el tuiteo no es más que cháchara de barra de bar. Aquí se brama ¡hp! o ¡franquista! como se escupen las cáscaras de las gambas.

No se llama "hp" a una persona. Mucho menos por escrito y en un foro público. No se retira la ofensa para después rematarla con una gracia que empeora el clima, a estas alturas bastante viscoso. No se acude con semejante alegría a la muy seria acusación de franquista, un término ya tan adulterado como el de republicano. Sobre todo, no se trata así a un representante de una democracia elegido con la limpieza que ya hubieran querido los fanáticos con escaño del engendro institucional que fue la Segunda República Española. Por lo pronto, nadie ha ido a llamar a la puerta de nadie para zanjar el debate con el método consuetudinario de la época: la Star amartillada al cinto y la boca llena de libertad, revolución, valores eternos y babas. Eso le llevamos de ventaja a la niña bonita, cuya belleza cuestiono y a la que, como a cualquier niña o niño con teclado caliente, no debemos concederle más encanto que el de su puerilidad.
FUENTE: MÁLAGA HOY

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