ACERCA DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE DE
1917
Traducción:
Red Roja
Jean Salem
intervendrá el próximo sábado día 2 de marzo, a las 17h , en el CSO La Traba en
el acto organizado por Red Roja "De la Muerte y de la vida,
Stalingrado".
En su libro
publicado en 1994, ’Âge des extrêmes. Le Court XXe siècle, 1914-1991, [La Era
de las catástrofes. El corto siglo XX] Eric Hobsbawm evoca el ejemplo de una
pareja de jóvenes alemanes, amantes durante un tiempo, a los que la revolución
bávara de los Soviets cambió la vida: Olga Benario, hija de un próspero abogado
de Munich, y Otto Braun, maestro. Olga llegó a consagrar su vida a la
organización de la revolución en… el hemisferio occidental. Nada menos. Estuvo
ligada, y después casada, con Luis Carlos Prestes, que había encabezado una
larga marcha insurreccional a través de las selvas del interior de Brasil. En
1935, la tentativa de insurrección fracasó y las autoridades brasileñas
entregaron a Olga a la Alemania hitleriana, donde encontró la muerte en un
campo de concentración. Otto, con más suerte, se propuso por aquel mismo tiempo
participar en la Revolución al otro lado del mundo, en calidad de experto
militar del Komintern en China; fue el único extranjero en tomar parte en la
“Larga Marcha” de los comunistas chinos, antes de volver a Moscú y, finalmente,
a la ex RDA. “¿Cuándo – se pregunta Hobsbawm – si no es en la primera mitad del
siglo XX, estas dos vidas entremezcladas hubieran podido seguir una trayectoria
así?”2.
El siglo,
que prácticamente había comenzado con las masacres de la primera guerra mundial
y con la buena nueva de la Revolución en Rusia, había efectivamente repartido
las cartas de una manera realmente muy simple: ser revolucionario era cada vez
más ser un partidario de Lenin y de la Revolución de Octubre 1917, es decir, un
miembro (o un “compañero de ruta”) de algún partido comunista en el seno de un
movimiento mundial cuyo centro se encontraba en Moscú. Los mejores de entre
ellos, los « profesionales » de este movimiento revolucionario internacional,
como decía Bertolt Brecht en un poema que les dedicó, “cambiaban de país como
de zapatos”.
Un poco de
historia
En el siglo
XIX el Estado ruso (gosudarstvo) aún estaba representado como asunto del
soberano (gosudar’), y todo ruso tenía que prestar juramento de fidelidad al
zar desde el momento de su llegada. El emperador no era un simple césar civil;
era además el ”defensor y guardián”, una especie de “papa” de la religión
ortodoxa. Es verdad que el 19 de febrero (3 de marzo) de 1861 fue promulgado al
fin por el zar Alejandro II el “Estatuto general para los campesinos liberados
de la servidumbre”. Pero en los años siguientes, sobre todo a partir de la
llegada de Alejandro III en 1881, la política interior rusa estuvo casi
exclusivamente marcada por el “triunfo de la reacción”3.
Se puede
observar a este propósito, una constante en la historia de las revoluciones: la
víspera misma de su estallido, todo ocurre como si los privilegiados, en vez de
acceder a algunas concesiones, incluso las más pequeñas, lo que podría al menos
retrasar el desenlace inevitable, se ponen cada vez más intransigentes ante la
idea de que les sea mermado el menor de sus privilegios. ¡Desde este punto de
vista, la época en que estamos viviendo pareciera rica en promesas! Porque si
olvidamos, aunque sea por un instante, las pitufadas caritativas y las
payasadas del pretendido “comercio justo”, mal se ve quién, de entre los señores
de la guerra económica mundializada, se va a preocupar seriamente hoy de
limitar los colosales beneficios de las grandes firmas multinacionales o de
redistribuir menos desigualmente los fabulosos beneficios que almacenan. Y es
curioso ver con qué encarnizamiento la nobleza rusa, bajo el reino de Alejandro
III (1881-1894) e incluso bajo el de Nicolás II (1894-1917), intentó
restablecer su situación material e insistir en aquello que sus ideólogos
denunciaban, después de la abolición de la servidumbre, como una intolerable
“fusión de castas”. Igualmente en la Francia del siglo XVIII, la capitación
(del latín, caput - impuesto “por cabeza/persona”, impuesto establecido desde
1701 y que teóricamente gravaba a todos los franceses) fue muy pronto eludido
por el clero y los nobles, que quedaron exentos. Como la talla (otro impuesto
directo) que terminó por recaer únicamente sobre los plebeyos. Y en 1786,
cuando la deuda agobiaba las finanzas reales, y Calonne, ministro de Luis XVI,
intentó yugular la crisis haciendo el impuesto menos injusto, chocó, también
él, con una verdadera revuelta nobiliaria, con una reacción aristócrata que
anunciaba y dio impulso a la Revolución Francesa.
1905-1907 :
el « estreno general »
¡En nuestros
días hay quienes hablan de buen grado de una “modernización inacabada”, de una
“transición perdida”, de una Rusia que habría estado en plena mutación desde
principios del siglo XX y cuyo curso histórico habría sido revertido, o casi,
por la revolución bolchevique! De un zar que hubiese bien querido, pero que,
por falta de tiempo, no pudo; de las promesas de una ampliación del papel
otorgado a una asamblea (la Duma) hasta entonces condenada a ser o bien el
trasero, o bien… disuelta; la eclosión, desde finales del siglo XIX, de una
burguesía que abarcaba desde los simples comerciantes a los nuevos “reyes del
ferrocarril”, pasando por la intelligentsia urbana; el esbozo de un auténtico
proletariado (más de 3 millones de obreros desde 1900); y, simplemente, el
largo río tranquilo de la historia: todo eso, se afirma, habría bastado para
hacer entrar a Rusia sin demasiados sobresaltos en una modernidad comparable a
la de las otras naciones europeas del oeste. Hablando claro, que el poder
comunista habría matado en el huevo las mejores intenciones que, como se sabe,
sólo piden ser llevadas a cabo… Después de todo, nosotros estamos viviendo una
época de contra-revolución, una época de Restauración, y este tipo de
contra-verdades no debe apenas sorprendernos. Pero son difíciles de creer
cuando leemos, por ejemplo, el Diario del príncipe Metchtcherski, confidente
del zar Alejandro III: “Lo que más teme el pueblo es el vergajo”, escribía este
gran liberal. “Donde hay látigo, reina el orden, recula el alcoholismo, el hijo
respeta al padre y se nota gran prosperidad”. En cuanto a los fusilamientos y
otras ejecuciones en masa practicadas corrientemente bajo el ministerio de
Stolypin (1906-1911), no parece que eso sea típico de lo que comúnmente se
entiende por “democracia”.
Un país
esencialmente rural
En vísperas
de la primera guerra mundial, la civilización urbana era aún un artículo de
importación. Las reformas de Pedro el Grande (que reinó de 1682 a 1725) la
habían impuesto; después se fue perfeccionando con una Rusia oficial
europeizada, concentrada en Moscú y en Petersburgo que dominaban desde lejos un
país masivamente rural. Tres cuartos de la población del Imperio ruso se
dedicaban directamente a la agricultura. Tradicionalmente, la propiedad
individual de la tierra no existía más que para los nobles y algunos
comerciantes. El suelo cultivable pertenecía a las comunas campesinas (en
Occidente se habla del mir [comunidad agrícola en la Rusia zarista], los rusos
prefieren llamamrla obchtchina, “la comuna”). Cada familia poseía a perpetuidad
su casa así como el recinto donde se levantaba el establo, el granero y un
pequeño huerto; pero los campos y los prados eran comunales. Con tal de que
proveyeran de recursos al ejército, que pagaran sus tasas y suministraran los
servicios que se les requerían, los campesinos se administraban y se juzgaban
entre ellos. Nuestra espalda, decía un viejo proverbio ruso, pertenece al
señor, pero la tierra es nuestra. Las comunas se repartían las parcelas arables
entre las familias proporcionalmente a las necesidades y a la capacidad de
trabajo de cada una de ellas. Las re-distribuían regularmente con el fin de
mantener la igualdad constantemente amenazada por el aumento o la disminución
del número de bocas a alimentar en cada hogar. Marx se interesó muy de cerca
por este sistema tan peculiar. Para Herzem y, más tarde, para los populistas
rusos del siglo XIX, había ahí incluso todas las posibilidades de un socialismo
ruso original. Pero la penetración del capitalismo en el campo tuvo como primer
efecto descomponer el mir igualitario y permitió a un pequeño grupo de
campesinos más favorecidos, los kulaks, escapar a la pauperización de la
mayoría. Por eso Lenin, como marxista, consideraba que, en un país como Rusia,
a pesar de este predominio del elemento campesino, la alianza de los obreros y
los campesinos debía hacerse bajo la dirección del proletariado. De un
proletariado, por cierto, notablemente menos numeroso, pero más organizado y
menos inerme frente al poder del dinero, el cual acababa de caer con todo su
peso sobre un “mujik todavía medio siervo.
24 octubre -
2 noviembre 1917 : diez días que estremecieron el mundo
Diez años
después del « ensayo general » de 1905-1907 (en 1905, intento de insurrección
ahogada en sangre y metralla, en Moscú, en diciembre del mismo año, etc.), diez
años después de esta primera revolución rusa que había surgido cuando el
ejército imperial sufría derrota tras derrota en la guerra que el gobierno de
Nicolás II había desencadenado contra los “macaos” japoneses (el mote se lo
puso el mismo zar), – diez años más tarde solamente, la Revolución de octubre
del 17 tuvo también como marco y como causa inmediata la guerra, la guerra –
esta vez, mundial –, la guerra, ese incomparable “acelerador de la historia”,
según la fórmula de Lenin.
Por dos veces
el ejército ruso se lanzó prematuramente a la ofensiva para aliviar al ejército
francés, primero en su retirada de Bélgica y después cuando la batalla del
Marne. Aquello fue un doble desastre. La campaña de 1915 no fue menos
desastrosa: después de la caída de Varsovia, los alemanes penetraron en la
Rusia Blanca, así como en los países bálticos. Petrogrado mismo se veía
amenazado. Bloqueada por el Báltico y por el Mar Negro, obligada a abastecerse
por Vladivostok y Murmansk, Rusia estaba sometida a un verdadero bloqueo. A
finales de 1916, el alza de precios alcanzaba, según los sectores, de un 300% a
un 600%. Y los soldados “votaban con sus pies”: los últimos meses de la guerra,
¡un millón de ellos había desertado! Para mejor apoyar la idea de que había que
firmar, fuera como fuera, una paz, aunque fuera humillante, con Alemania
(Brest-Litovsk, 3 de marzo de 1918), para convencer, dicho de otra manera, de
que, si se quería salvar la incipiente revolución, era vital perder
provisionalmente espacio con el fin de ganar tiempo, Lenin recalcará
insistentemente esta fórmula-choque: la sangre ahoga a los soldados4. Había que
terminar lo más rápido posible.
Entre tanto
tuvieron lugar una serie de acontecimientos absolutamente extraordinarios. El
régimen del zar se hundió cuando una manifestación de obreros (el 23 de febrero
[8 de marzo], con ocasión de la jornada internacional de la mujer), y un paro
masivo del trabajo en las fábricas Putilov, desembocaron en una huelga general,
seguida por un 90% de los 400.000 obreros con que contaba Petrogrado. La tropa
se negó a disparar contra la gente y acabó por amotinarse. Nicolás II tuvo que
abdicar el 3 de marzo y dejar sitio a “un gobierno provisional”. Este gobierno
(o mejor, esta sucesión de gobiernos), dominado primero por la figura del
príncipe Lvov, después , a partir de julio de 1917, por la de Kerenski, se verá
obligado, de hecho, a compartir el poder hasta su propia caída con una multitud
de consejos (soviets), surgidos espontáneamente. Los bolcheviques no obtuvieron
en ellos la mayoría de inmediato. La timidez de la política social puesta en
marcha por el gobierno provisional, los llamamientos de Kerenski a una «
ofensiva revolucionaria » contra… los Alemanes y el desmembramiento
absolutamente ficticio de los grandes latifundios en beneficio de hombres de
paja y otros testaferros, no tardaron en hacer inmensamente popular el eslogan
de los bolcheviques que pedía: “¡Pan, Paz y Tierra!”. En el campo, los
incendios, los pillajes y las apropiaciones de los grandes latifundios se
multiplicaron: los campesinos se pusieron a cultivar, a sembrar, a segar con la
aprobación de los comités agrarios locales. Después, el fracaso el 2 de
septiembre del golpe de Kornilov, un general faccioso, aceleró las cosas. El 23
de octubre el gobierno intentó poner fin por la fuerza a la agitación
bolchevique. El lugar de eso, lo que consiguió fue una insurrección que llevó a
la toma del Palacio de Invierno (26 de octubre) y a los primeros decretos
promulgados por el nuevo poder soviético: el decreto sobre la paz y el decreto
sobre la tierra (“la gran propiedad fue inmediatamente abolida sin
indemnización alguna…”).
Mientras que
Stalin, al igual que los mencheviques, consideraba que la situación aún no
estaba madura, la “posición leninista”, como escribió Slavoj Zizek, fue la “de
lanzarse, de arrojarse sobre la paradoja de la situación, de aprovechar la
oportunidad e intervenir, incluso si la situación era ‘prematura’”5. “Esperar
para actuar, es la muerte”, “hay que solucionar a toda costa este asunto esta
misma tarde o esta misma noche”: es lo que Lenin había dicho y repetido en la
noche del 24 al 25 de octubre de 1917, cuando, desde el Instituto Smolny, lanzó
la consigna de la insurrección contra un gobierno provisional que colgaba ya
sobre el vacío6. A los que le reprochaban su “aventurerismo”, podría haberles
contestado remitiéndoles a Marx: “Sería evidentemente muy cómodo hacer la
historia si sólo se tuviera que emprender la lucha con la suerte infaliblemente
a favor”7.
En cuanto a
la idea de revolución, yo intenté formular, a partir de un examen sistemático
de las Obras completas de V.I. Lenin, seis tesis fundamentales que, durante el
último cuarto de siglo, muchas izquierdas ‘respetables’ apagaron con el
matacandelas, incluso desautorizaron con virulencia o, sencillamente,
censuraron:
1º/ La
revolución es una guerra; y la política es, de manera general, comparable al
arte militar.
2º/ Una
revolución política es también y sobre todo una revolución social, un cambio en
la situación de las clases en las que se divide una sociedad.
3º/ Una
revolución está hecha de una serie de batallas; es al partido de vanguardia a
quien le corresponde aportar en cada etapa una consigna adaptada a la situación
objetiva; a él le toca reconocer el momento oportuno de la insurrección.
4º/ Los
grandes problemas de la vida de los pueblos nunca son resueltos más que por la
fuerza.
5º/ Los
revolucionarios no deben renunciar a la lucha en favor de las reformas.
6º/ En la
era de las masas, la política empieza allí donde se encuentran millones de
hombres, incluso decenas de millones. Hay que señalar además, el desplazamiento
tendencial de los focos de la revolución hacia los países dominados.
Defensa y
consolidación de la Revolución
1917 : no se
trata de un trono que trivialmente se desmorona; no es un régimen monárquico
que va a ser remplazado por un régimen parlamentario; no son tales o cuales
reformas las que se van a llevar a cabo. Para el pueblo ruso, como escribió
Pierre Pascal, fue “una inmensa revuelta contra todas las iniquidades, las
opresiones, las crueldades, las hipocresías, contra el gran escándalo de la
guerra, una inmensa aspiración a la felicidad de todos los hombres. ¡Los
poderosos serán arrancados de sus sedes y los pobres serán exaltados!”8 ¡Paz para
todo el universo! ¡”Alegraos!”, escribía ya en abril de 1917 el poeta Sergey
Esenin. “¡La tierra se prepara para un nuevo bautismo!”9.
El nuevo
régimen se mantuvo gracias a la existencia de un partido comunista centralizado
y disciplinado, integrado por 600.000 miembros. Era además, el único que podía
evitar la desintegración de una Rusia amenazada – como otros viejos imperios
multinacionales (el Austro-húngaro, Turquía) – de perder lo esencial de su
cohesión. Por otra parte, la revolución había permitido al campesinado tomar
posesión de la tierra. ¿Y las intervenciones exteriores (británica, americana,
japonesa, polaca, etc.) y la contra-revolución blanca? Pudo hacerles
resistencia victoriosamente, no sin la ayuda de la formidable ola
revolucionaria que por entonces barría el planeta (en Berlín, en Hungría, pero
también en México y, en menor grado, en Argentina, en Indonesia…). Fue
suficientemente sólido para poder rechazar y finalmente aplastar, 25 años más
tarde, la invasión de los ejércitos nazis - que cometieron espantosas masacres
y causaron la muerte a 30 millones de ciudadanos soviéticos.
Alcance de
la Revolución soviética
Este 90
aniversario lo confirma : vivimos en un periodo de doble impostura. La primera
consiste en presentar el anticomunismo como un análisis de la URSS. “El
problema del experto en cuestiones soviéticas”, Alain Besançon (antiguo
comunista, “sovietólogo”, como tantos otros) planteaba: “no se trata
principalmente, como sucede en otros dominios, de actualizar los conocimientos.
La gran dificultad estriba en tener por verdadero lo que algunos tienen por
inverosímil, en creer lo increíble” 10. La segunda de estas imposturas
consiste, en expresión de Moshe Lewin, en “estalinizar” el conjunto del
fenómeno, el cual, de principio a fin, no habría sido más que un inmenso gulag,
uniforme y recomenzado11. Un paso más y se llega a asimilar comunismo y
nazismo, empleando la muy grosera noción de “totalitarismo”, - lo que da como
resultado, en las cabezas de chorlito norteamericanas, que el 40% de los
jóvenes esté convencido, se dice, de que la segunda guerra mundial opuso a
Estados Unidos contra… ¡la URSS! En nombre de esta noción manida, de este
espantajo chapucero, un antiguo comunista me advirtió, todo serio, que había
que desconfiar del Movimiento de los Sin Tierra… Criminalización del ideal
comunista, autofobia de antiguos comunistas que no tienen inconveniente en
creerse actores de una historia de la que lo menos que se puede sentir es...
vergüenza: tales son entre otras, las consecuencias de la desaparición del
campo socialista y de la arrogancia inaudita de los vencedores del momento.
Esta farsa siniestra ha consistido en hacer colar por la misma trampa los más
generosos sueños de decenas y decenas de millones de hombres y de mujeres a
través del planeta, sueños que, durante decenios, han acompañado la existencia
del ‘socialismo real’. En reducirlos al mismo nivel que las obscenas pasiones
de aquellas multitudes que los fascistas nunca galvanizaron más que a base de
llamadas al odio e incitaciones a carnicerías. Y en hacernos admitir que la
vulgaridad neoliberal es un mal menor; que, en consecuencia, este debe ser
nuestro único horizonte.
¿Quiere
decirse que no pasó nada? ¿que no se cometió ningún crimen? ¿que Evguenia
Guinzbourg no ha descrito en páginas punzantes la locura de una vida en régimen
de concentración que no le hizo cambiar de ideal?12 ¿que el terror no pesó
sobre el país, durante largos años al menos, como una aplastante chapa de
plomo? De ninguna manera. Yo solamente pregunto si, a fuerza de pretender que
es indecente dedicarse a hacer las cuentas del Gran Capitán en el orden del
horror, se tiene fundamento para proferir acusaciones más desmedidas que
cualquier cifra asignable. Y a banalizar por ello los montones de dientes de
oro almacenados en los campos de exterminio nazis, las cabezas reducidas de
prisioneros utilizadas de pisapapeles por los señores de las SS, las pantallas
de piel humana, las experiencias diabólicas de médicos venidos del infierno,
etc. Yo exijo, antes de entregarme sin más como muchos a la autoflagelación de
los vencidos, exigimos quienes del comunismo hemos conocido sobre todo la
rectitud, las luminosas esperanzas y el heroísmo que caracterizaba a nuestros
mayores, que se nos diga algo más precisamente de qué nos están hablando, cuál
fue la escala de los crímenes en cuestión. Porque cuando yo tenía 15 años, en
1968, es decir 45 años después de los hechos, los historiadores hablaban de 3 o
4 millones de muertos en las dos grandes oleadas de represión de los años 30
(en los años 1930-33 y 1935-38), mientras que las cifras más demenciales (¡100,
incluso 140 millones de víctimas!) empezaron a circular a partir de 1975.
Un mundo sin
Unión Soviética
En el plano
internacional, los Estados socialistas, tal como escribe A.Badiou, provocaron
el suficiente miedo a los Estados imperialistas como “para obligarles, tanto
fuera como dentro, a cautelas que tanto añoramos hoy”13. Evidencia cada día más
palmaria: la sola existencia de ese campo de enfrente, de eso que un presidente
norteamericano no tuvo empacho en llamar ”Imperio del mal”, impidió durante más
de 70 años al “mundo libre” revelar tan abiertamente como lo hace hoy sus
verdaderas normas: guerras, miseria, paro masivo, prostitución, tráfico de
droga y armamento, empobrecimiento absoluto y lobotomización generalizada de
las grandes masas, etc. El dominio absoluto del capitalismo viene acarreando
grandes sufrimientos a centenares de millones de personas, tanto en el interior
como en el exterior de los países ex socialistas. ¡Cuán lejos nos parecen ya
aquellas increíbles declaraciones de los años 1991-1992, según las cuales la
desaparición de la Unión soviética constituía una oportunidad para los
revolucionarios del mundo entero! Una hipoteca menos para los “puros”, para
aquellas almas nobles que, después de todo, habían deseado la revolución pero…
sin hacer daño ni ofender a nadie, el progreso social pero sin esa Unión
soviética, siempre demasiado “blanda” o demasiado “dura” a sus ojos altaneros,
- para todos aquellos que clamaban y aún claman hoy por una revolución… sin
revolución.
De hecho, al
contrario de lo que se piensa, la URSS, en 1991, por muy “estancada” o jadeante
que estuviera, ¡no “cayó sola”! El principio de la ‘guerra fría’ y su desplome
final, después del intermedio de la tregua de la ‘distensión’ de los años
72-80, ¿acaso no habían estado señalados por dos advertencias militares de lo
más explícito?. Fueron amenazas no sólo de guerra, sino de guerra total o de
aniquilamiento: la destrucción de Hiroshima y Nagasaki decidida por Harry
Truman y el programa de ‘guerra de las estrellas’ lanzado por Ronald Reagan14.
¿Nadie, o casi nadie, de aquellos que han descrito el fin de la URSS como una
simple “desintegración”, como un simple breakdown, como una avería mecánica, se
habrá dado cuenta de que uno de los objetivos explícitos de la Iniciativa de
Defensa Estratégica (IDS), lanzada en 1983 por el equipo de Reagan, era “poner
de rodillas a la potencia soviética”, quebrantarla para después arruinarla por
medio de un relanzamiento desenfrenado de la carrera armamentística?. Por eso
nos parece absolutamente evidente el carácter mistificador de categorías que
pretenden definir como un proceso puramente espontáneo e interno una crisis que
no se puede separar de la formidable presión ejercida por el campo contrario. Y
la categoría de ‘implosión’ o de ‘colapso’, así como todos sus sucedáneos
enumerados más arriba, podría por tanto participar perfectamente de una
mitología apologética del capitalismo y del imperialismo. Como escribe Losurdo,
ya no sirve más que para “coronar a los vencedores”15
***
Concluyamos.
Nada hemos dicho hasta ahora, tal vez se habrá notado, de una población cada
vez más empobrecida, humillada, forzada a recurrir al sistema B para
sobrevivir. Ni del descenso de la esperanza de vida en Rusia. Ni del hecho de
que la pequeña pantalla haya llegado a ser ocio predominante, en ese país que
cubría, hasta en los más apartados pueblos, una vasta red de teatros y cines,
asociaciones artísticas y deportivas, conjuntos musicales y bibliotecas.
La
explotación del hombre por el hombre, el paro, el pillaje capitalista de las
enormes riquezas de la Unión soviética (nada se supo de todo esto durante siete
decenios) son los signos más tangibles de la situación que siguió a la
contra-revolución y hundimiento de la URSS. Nada hemos dicho de esa innegable
nostalgia (ost-algia, dicen los alemanes refiriéndose a la Alemania del Este)
que sienten muchos de entre los menos jóvenes por los tiempos pasados. El
derecho a un trabajo fijo, la jornada de siete horas, incluso de seis horas
(instaurada en 1956), así como la semana de cinco días, el derecho a la
gratuidad de la enseñanza, a los cuidados sanitarios y a la ayuda social, a
alquileres de bajo costo; la jubilación fijada a los 55 años para las mujeres y
60 para los hombres: todo esto a cuenta de la revolución de Octubre. El régimen
que salió de Octubre 1917 puso además los fundamentos de la abolición de la
discriminación y de la opresión de las mujeres. Las alivió de numerosas
responsabilidades familiares creando un sistema gratuito de servicios sociales
gestionados por el Estado. Desde el primer momento de su creación, intentó
hacer recular prejuicios, algunos milenarios. El poder soviético supo gestionar
su inmenso territorio practicando una especie de “internacionalismo interno”
como nunca lo hiciera ninguna otra potencia con sus colonias, levantar un
sistema industrial por medio de los primeros planes quinquenales de antes de la
guerra y, llegado el caso, reformarse. Son otros tantos factores que
testimonian avances muy espectaculares en relación con la antigua Rusia.
***
Es tanto
como decir que la cuestión del balance del periodo histórico iniciado con la
revolución soviética y con la llegada de Lenin al poder sigue estando
manifiestamente abierta. Es tanto como decir que una rehabilitación más que
parcial de Octubre de 1917 y del “socialismo real” volverá dentro de poco con
la renovación de las luchas y la restauración de la esperanza.
1Parafraseando
al término nostalgia, “ost-algia”, dicen los alemanes refiriéndose a la
Alemania del Este.
2 E. J.
Hobsbawm, L’Âge des extrêmes. Le Court XXe siècle, 1914-1991, ???, Éditions
Complexe / Le Monde diplomatique, p. 109.
3 Tomo esta
expresión de un libro, muy antiguo ya, de B. Mouravieff : La Monarchie russe,
Paris, Payot, 1962, p. 186.
4 V. I.
Lenin, Informe a la sesión del Comité ejecutivo central de Rusia del 23de
febrero de 1918.
5 S. Zizek, Vous avez dit totalitarisme ?, Paris,
Éditions Amsterdam, 2005 ; rééd. 2007 : p. 120.
6 V. I.
Lenin, « Carta a los miembros del Comité central « , octubre (6 de nov.) de
1917.
7 Cf. V. I.
Lenin, Prólogo a la traducción l ruso de las cartas de K. Marx a L. Kugelmann
[1907], igualmente la carta de Marx a Kugelmann fechada el 17 abril de 1871
8 P. Pascal, Civilisation paysanne en Russie,
Lausanne, L’Âge d’homme, 1969, p. 121.
9 S.
Essenin, Llamamiento cantand :
Радуйтесь !
Земля
предстала
Новой купели
!
10 A.
Besançon, Court traité de soviétologie à l’usage des autorités civiles,
militaires et religieuses (Préface de R. Aron), Paris, Hachette, 1976, p. 19.
11 Cf. M.
Lewin, « Dix ans après la fin du communisme. La Russie face à son passé
soviétique », in Le Monde diplomatique, décembre 2001.
12 Cf.
GINZBURG, E.S., El vértigo, Barcelona. Galaxia Gutenberg, 2005 y El Cielo de
Siberia, Barcelona, Argos Vergara, 1980
13 BADIOU
(A.), De quoi Sarkozy est-il le nom ?, Paris, Lignes, 2007, p. 125.
14 Cf.
LOSURDO (D.), Fuir l’histoire ?, Paris, Le Temps des cerises, 2000 ; rééd. Paris,
Delga, 2007 : p. 31.
15 Ibid., p.
32.
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