MÁLAGA EN BUSCA DE SU IDENTIDAD. SALVADOR JIMÉNEZ


MÁLAGA EN BUSCA DE SU IDENTIDAD
Mientras las ciudades de nuestra “Piel de toro” se encuentran sumidas en el temporal del frío y viento, en la Costa Sur, disfrutamos de soleados días. Un claro sol amanece al despertar la mañana como deslumbrante protagonista que durante todo el invierno compartimos con propios y extraños.

Málaga, excelente por su clima, sus gentes, sus costumbres, gastronomía, monumentos, etc., fue en el pasado morada de fenicios en el año mil a. C, cuyo asentamiento aún perdura en la desembocadura del río Guadalhorce y que debido a las crecidas motivaron su desalojo, abandonando aquel enclave para buscar otro más idóneo donde establecerse.

Justo en la colina de la actual Alcazaba fundaron la sorprendente ciudad llamada “Malache o Malaka”, nombre procedente de la Diosa que presidía el templo dedicado a su culto, erigido en la ladera de dicha colina. Mas tarde, fue invadida por numerosas civilizaciones, hoy perdidas que nos dejaron los restos para su estudio. Busquemos más allá de estos vestigios, por ejemplo en el Paleolítico, ¿por qué aquellos hombres de hace 15.000 años a.C., eligieron nuestra costa? Por la misma razón que los posteriores, su generoso clima que proveía de alimentos durante todo el año, sin apenas para frío, cuando las glaciaciones azotaban el globo y en otros puntos de la tierra morían por enfriamiento e inanición.

Cuando Roma ejercía su Imperio, el más apreciado “garum” procedía de estas cosas, así como el aceite de olvida, de cuya Diosa minerva se conserva el nombre en botellas actuales del río néctar, y no digamos del famoso “Vino de málaga”., elaborado con uvas moscatel tan dulces como la mil y únicas en el mundo.

Tras breve paso de los visigodos, fue invadida por los musulmanes en el 711 de nuestra era. Fue ciudad árabe durante la friolera de 800 años, en las que estuvo rodeada por una gran muralla, cuyas salidas al mar y a los arrabales se cerraban por las noches para evitar robos y sorpresas. Pocas reminiscencias llegaron hasta nuestros días, puesto que las tropas castellanas desalojaron las viviendas, expulsando a sus habitantes o vendiéndolos como esclavos. Los artesanos árabes desaparecieron y con ellos la magistral preparación de la llamada “cerámica dorada”, que al ser procedente y exclusiva de esta capital, nunca más se pudo fabricar (quizás la de Manises sea la más perecida, pero nunca con la perfección y finura de las malacitanas).

En muchas ocasiones la ciudad evolucionó favorablemente gracias a su gran riqueza, tanto del mar como del terreno, que debido a las montañas protectoras que rodean la “hoya” permiten proliferar los mejores productos horto-frutículas, ya que se encuentran abrigados por un especial micro-clima.

Desarrolló una fuerte “Revolución Industrial” en el siglo XIX cono sus altos hornos y energía obtenida del mar. Actualmente la urbe expande sus brazos hacia ambos lados de la costa con excelentes paseos marítimos. El centro histórico recrea sus monumentos y museos con un recorrido a través de calles estrechas y con solera, respirándose el aroma salino y percibiendo el frescor, ventilado por el Parque y la calle Larios, donde nos envuelven las culturas milenarias que llenan de carácter alegre y desenfadado a sus habitantes.
Los tres mil años de su fundación piden a gritos ser oídos. Con tan sólo escuchar el sonido de sus elocuentes voces comprendemos que esta “capital cultural” merece ser engalanada con tal preciado título.
Salvador Jiménez Morales

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