EDUCACIÓN Y JUVENTUD. JESÚS MARTÍN OSTIOS


SOBRE EDUCACIÓN Y JUVENTUD
Quisiera en este artículo profundizar sobre dos temas íntimamente relacionados y sobre los cuales suelen tenerse visiones bastante críticas. Me referiré a la educación y a la juventud. Soy profesor de Historia desde el año 2005, por lo que creo poder opinar al respecto.

Existen muchos aspectos y agentes del sistema educativo con los cuales estoy profundamente contrariado. Pero ello no significa que no me guste mi trabajo. Personalmente, creo en lo que hago y pienso que nuestra labor docente es imprescindible para formar al alumnado en una serie de valores de tolerancia, respeto, diálogo o empatía.

Intentando no extenderme en generalidades, me referiré a un caso concreto del sistema educativo que no entiendo. No entiendo el porqué de tener una clase con 29 alumnos en primero de la E.S.O., de los cuales hay 4 alumnos que no hacen absolutamente nada. Cuando digo que no hacen nada me refiero a que nunca traen el libro o si lo traen no quieren sacarlo, molestan constantemente al resto de compañeros, se levantan sin permiso o se dedican a lanzar papeles al resto del alumnado. De las tres horas semanales con este grupo, tengo que prestar mayor atención a este grupo minoritario de cuatro alumnos, que no hace nada, que del resto que en mayor o menor medida sí trabajan.

Me parece injusta la desatención del resto del grupo (creo también que estos alumnos que no tienen ganas de estudiar también están desatendidos y perdiendo el tiempo y por lo tanto también es injusto para ellos). Y no digo que el resto de alumnos de ese grupo sean maravillosos estudiantes, porque no. Los hay de todos: alumnos con problemas de base, alumnos inmigrantes con importantes lagunas en el idioma, alumnos con grandes ganas de aprender, alumnos con notas buenísimas, etc. Estos alumnos merecerían más la atención mía que los otros cuatro que no hacen nada. Y lo explico a continuación.

Es el caso, por ejemplo, de dos alumnas marroquíes con una ilusión tremenda por aprender y a las cuales no puedo dedicar el tiempo que me gustaría. Pues si presto atención a ellas se manifiesta rápidamente en el aula un incremento notable del ruido. Y por lo tanto creo que quien sale perdiendo en el proceso de enseñanza son esos alumnos, los que tienen que aguantar a un grupo de alumnos que se dedican a impedir el correcto desarrollo de la clase. Lo mismo ocurre en las sesiones de evaluación sobre este grupo. La mayoría del tiempo dedicado a este grupo hace referencia a estos cuatro alumnos.

Conociendo algo los cuatro casos personales, entiendo que la situación de esos niños tiene mucho que ver con su contexto socio-económico. Pero lo considero injusto, y no sólo para el resto de compañeros, también para ellos mismos. Pues deben permanecer en clase hasta los 14 años en que podrían integrarse en un programa de PCPI, o hasta los 16 años, en que podrían acceder a un módulo o a una escuela taller y aprender así una formación. Mientras tanto, están 6 horas al día (30 horas semanales, 120 horas mensuales) sentados en sus pupitres aburridos y, lógicamente, intentando entretenerse de alguna manera, cosa que yo también creo que haría en su situación. Esos alumnos deberían recibir otro tipo de atención que les reportara algún beneficio para un futuro no muy lejano.

A pesar de eso, a pesar de esos alumnos que tratan constantemente de impedir el desarrollo de la clase, sigo creyendo en la educación y en la juventud. Y lo sigo creyendo por muchos motivos. En primer lugar, porque la única manera de transformar el mundo en el que vivimos es a través de la educación. Segundo, porque llevo ya unos cuantos años trabajando con ellos y los conozco y, si existe alguna esperanza de cambio en el mundo actual, ese cambio pasa por ellos. Son ellos los que tienen todavía la ilusión y la fuerza suficiente para levantarse y luchar por ello.

Al respecto siempre se objetará que la juventud ha cambiado mucho en los últimos años, que se está perdiendo la fuerza que suponía el ser joven hace unos años,. Lo que hoy en día cambian son los intereses, las vestimentas, la aparición de nuevas tecnologías, los peinados, etc. Ahora por ejemplo se llevan pantalones caídos o también llamados vulgarmente «cagaos», que a muchos adultos, incluida mi madre, no le gustan. Tampoco le gustaban antes a mi madre cuando yo era más joven las camisetas que me ponía o los peinados que llevaba. Pero la ilusión y la fuerza siguen estando en ellos y ellas. No recuerdo de quién es la cita, pero se trata de una premisa que siempre repito a mis alumnos y compañeros de profesión: «la juventud es el futuro, los maestros y profesores son la esperanza de ese futuro».

 

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