LA FRAGILIDAD DE LA EVIDENCIA
El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define el término «evidencia» de la siguiente manera: «Certeza clara, manifiesta y tan perceptible de una cosa, que nadie puede racionalmente dudar de ella».
El concepto que con este término se define aparece en las diferentes parcelas de la vida con distintas denominaciones; así, desde la perspectiva de la Ciencia, las proposiciones tan claras y evidentes por sí mismas que no necesitan demostración y constituyen los principios de toda Ciencia, principios indemostrables de forma que cualquier demostración se realiza a partir de ellos, son denominados axiomas.
En la vida cotidiana, cuando se pretende transmitir la idea de que todos los datos, todas las variables, todos los razonamientos conducen a un determinado resultado, a una conclusión que no admite lugar a dudas, se usan expresiones coloquiales del tipo «Blanco y en botella».
Parece que en la vida del ser humano, llena de tanta incertidumbre, ocupa un lugar importante la necesidad de certeza, de aceptar aquello que es claro, manifiesto, perceptible, de lo que es difícil disentir siguiendo unos parámetros racionales. Algo sencillo, dos más dos suman cuatro, la leche es blanca y el cielo azul. Pero, cada vez con más frecuencia, los objetos y los hechos no importan por lo que son, sino por lo que uno dice que son, por lo que se dice a partir de ellos, por las imágenes, relatos, historias y opiniones que de ellos surgen a través de las interpretaciones, que de ellos, hacen los sabios, los expertos, los críticos, los famosos, los famosillos, los…, o cualquiera que ocupe, por cualquier motivo, una posición considerada socialmente preeminente, para los observadores o sujetos menos versados. Todo ello en un contexto externo o más allá de los propios objetos o hechos.
Por ejemplo, una obra de arte, una pintura, una joya, etc., termina convirtiéndose, más allá de ella misma, de sus dimensiones, colores, estilo, materiales, motivo, etc., en lo que de ella dicen, en la intencionalidad que ese grupo de expertos, críticos y otros le suponen al autor. Es algo parecido al efecto Dopler en el ámbito de la comunicación, según el cual, siempre existen divergencias entre lo que el hablante dice y la intencionalidad que le atribuye el oyente. La evidencia se oscurece, se vuelve borrosa, no es tan clara, manifiesta y perceptible, al menos eso dicen los «expertos». La leche ya no viene en botella y el cielo a veces es gris.
Esta situación de debilidad lleva a adoptar formas de expresión que disimulen, cuando no camuflen u oculten, ideas, cuando consideramos que son inoportunas, políticamente incorrectas, que van a tener poca aceptación en el foro en el que se hacen, que pueden molestar u ofender, o por miedo a las repercusiones que pensamos puedan tener para nosotros en función del grado de su aceptación.
Siempre se ha recurrido a estrategias de este tipo cuando se han querido evitar expresiones o palabras de mal gusto o malsonantes, pero habitualmente se restringían a determinadas parcelas de las relaciones sociales como las que podríamos llamar de «etiqueta» y de «mentiras piadosas», pero no estaban omnipresentes, como lo están hoy en día, en que la era del eufemismo ha llegado, invadiendo todo campo de actividad y pensamiento, liderada por ese equipo de «expertos» guardianes de todos los valores moral, ética y políticamente aceptables, fuera de los cuales todo es arcaico y reprobable, aun cuando pueda ser evidente.
Expediente de regulación de empleo, concurso de acreedores, suspensión del derecho de asistencia a clase, segmento de ocio, alumnos con necesidades educativas especiales, interrupción voluntaria del embarazo, centro de día para personas mayores, persona de color, afroamericano, etc., son ejemplos del triunfo del eufemismo, que a veces emplea la definición por lo definido, en el mejor de los casos; otras dulcifica este último, y en el peor nos intenta transmitir una idea contraria a la que las palabras sustituidas significan.
El efecto más perverso de este triunfo del eufemismo es que el miedo a ser etiquetado, rechazado, ridiculizado, aislado, por no aceptar su discurso, impone autocensura de opinión, autocensura intelectual y de pensamiento, y lleva con la aceptación de lo dictado a una posición segura y confortable que allana el camino
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