CRÓNICA DE UN PUEBLO DEL INTERIOR ANDALUZ. ANTONIO DUARTE

CRÓNICA DE UN PUEBLO DEL INTERIOR ANDALUZ
Los días de Rubén Peña transcurren en un pueblo del interior de Andalucía de cuyo nombre no quiero acordarme. Sus padres, de extracción humilde, llevan toda la vida esforzándose por sacar adelante a su único vástago. Rubén nació el 4 de marzo de 1984, en un descuido progenitor.
En su casa, ni nunca sobró de nada, ni nunca faltó la Larousse ni las becas por estudios.

Llega septiembre, y empieza a otear su futuro con desgano. Su estado se resume en la célebre cita de Antonio Gramsci, “optimismo de la voluntad, pesimismo de la mente” Después de terminar Económicas, Master de rigor y año en Brighton (Reino Unido) para perfeccionar su inglés, se encuentra con un panorama muy chungo. Precisamente ayer se acercó por la oficina del INEM para oficializar su condición de desempleado de largo recorrido.
Rubén y su padre frecuentan el bar Reconquista. Donde tertulias y partidas de dominó se alternan con cerveza fresquita, altramuces y avellanas peladas.

En las últimas fechas el pueblo agroganadero, el barrio obrero y el bar quitapenas han experimentado una explosión de júbilo merced a la selección española de fútbol. España, campeona del mundo de fútbol. Sí, sí, oyen bien. ¡Campeona del mundo!

En un pueblo tan castigado por el paro, que antes de su fundación ya tenía oficina del INEM, este hecho sirvió para adornarlo con los colores de la roja. Balcón consistorial, edificios públicos y casas particulares exhibieron con una mezcla de profusión y orgullo la bandera patria.
Los más atrevidos del pueblo serán recordados por tatuarse la Copa del Mundo en las partes más inverosímiles de la epidermis. Aunque lo que más llamó la atención de Rubén fue escuchar de boca de muchos de sus vecinos que esta gesta representaba el día más feliz de sus vidas. Se sentían realizados.

Poco importó en aquel momento los problemas cotidianos de sus vecinos. Escasez de oportunidades, ausencia de un presente digo para los mayores y de un horizonte prometedor para los jóvenes.

Rubén tenía el corazón “partío”. Dichoso por ser campeón del mundo, incómodo porque habían pasado dos meses desde el triunfo nacional y su suerte no había cambiado. Bueno sí, en su curriculum vitae había añadido otro título, el de campeón del mundo de fútbol.
El bar Reconquista había izado una bandera roja y gualda de tamaño XL, que ondeaba a capricho del viento intermitente. Su visión hacía alucinar a Rubén, junto con el conjunto que ofrecían tantas telas españolas expuestas en el museo al aire libre de calles, plazas y avenidas que llegaban al éxtasis colectivo.

Entre bandera y bandera, el bar recibió la visita de tres compañeros que venían a explicar la convocatoria de huelga general del 29 de septiembre. Para justificar la huelga, éstos destriparon las medidas tomadas por el gobierno ZP para salir de la crisis. El recorte de prestaciones (pensiones, ley dependencia, cheque bebé…), la reducción-congelación de los sueldos de los funcionarios, la reforma laboral, el porvenir de las pensiones…

En el bar, muchos no compartían los argumentos de los oradores. Algunos perdieron la calma o guardaron silencio. Otros sencillamente no creían que la huelga fuera la solución a los problemas que tiene España. Defendían que lo que necesitaba nuestro país era unos empresarios que creen empleo, un Estado que baje los impuestos y unos sindicatos que no metan la pata en una coyuntura tan difícil como la actual.

Lo peor vino después, cuando los tres extraños plantearon como gesto de solidaridad con la clase obrera la sustitución el 29-S de su bandera tamaño XL por el logotipo de la bandera de la huelga general. Dicho esto, tuvieron que apresurarse a salir por patas del bar, a fin de evitar alguna agresión. Las lenguas de la gente del bar se pudieron oír a leguas.

Rubén salió del bar inmediatamente. Estaba ruborizado por este triste incidente. Había visto en primera fila, una imagen que refrenda cómo es la lucha de clases del siglo XXI. Trabajadores fieros con sus hermanos, trabajadores sumisos con sus patronos. Mientras iba camino de casa con cara de Gioconda, se lamentaba por no encontrar su sitio entre los dos bandos. El discurso obrero o la propaganda patronal. Entonces exclamó, ¡ya lo tengo, nos hemos encontrado con el enemigo, somos nosotros!

Rubén se aproximaba a casa, sin abandonar sus meditaciones en silencio. Unos pasos más tarde, dobló la última esquina y divisó una banderola de Iniesta recién colocada, que emergía reluciente del asfalto bacheado de su calle. Su efecto fue balsámico. Rubén olvidó el amargo episodio del bar y volvió a recordar que era campeón del mundo. Otra vez pareció feliz.
ANTONIO DUARTE LÓPEZ

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