LOS REBELDES LIBIOS
En las múltiples noticias que nos llegan de la actual guerra en Libia hay una ausencia especialmente llamativa: la desinformación acerca de todo lo que rodea a las tropas rebeldes.
La guerra parece desplegarse básicamente a lo largo del eje que impone la carretera entre Trípoli y Bengasi. Sobre ella se disponen milicias, coches civiles y unidades de artillería varias. Entre estas milicias, individuos desprovistos de uniforme van y vienen, armados, a veces con simples pistolas, en un aparente caos que ocasionalmente atraviesa una veloz ambulancia. Ante la cámara occidental, hombres poseídos por una extraña mezcla de ira y tranquilidad, gesticulan exigiendo la intervención extranjera, disparan al aire ante cualquier éxito puntual o retroceden en sus camionetas atestadas ante el avance enemigo.
En el fondo se trata de una imagen mil veces repetida en Oriente Medio, resaltada ahora por el encuadre cerrado que ejerce la actualidad, pero confundida en el entramado de nuestra memoria con otras imágenes de conflictos aparentemente similares en la forma.
La cuestión inquietante es quién dirige a este ejército tumultuoso. Es difícil imaginar una masa compuesta por miles de hombres sin la presencia de una autoridad central que controle y organice las operaciones, que ordene avanzar o retroceder, y que en definitiva, esté en condiciones de negociar tanto con el gobierno de Gadafi como con los líderes internacionales. Una autoridad de la que sabemos muy poco o casi nada, apenas unos nombres, como el del portavoz revolucionario Ahmad Omar Bany o el exministro de Interior ahora jefe del Estado Mayor Abdelfatah Yunes. 7
Más allá de algunos nombres, las cuestiones relevantes son conocer los planteamientos rebeldes una vez expulsado al dictador. ¿Qué les mueve? ¿Cuál es su ideología predominante? ¿Cómo se financian? Ante el eventual derrocamiento de Gadafi, ¿Veremos una Libia libre con un parlamento democrático o la imposición de un régimen diferente, acaso islamista? ¿Sustituiremos a un dictador por otro?
Sabemos que todas las revoluciones son impulsadas por causas profundas, cimentadas en la injusticia, la pobreza y el irrefrenable deseo humano de mejorar, pero no es menos cierto que la mayoría de ellas son luego instrumentalizadas por determinadas minorías que acaban con las etapas populares de los movimientos para convertirlos en instrumentos de objetivos concretos, a veces muy alejados de las pretensiones mayoritarias del pueblo, al servicio de oligarquías ideológicamente contrarias al régimen anterior, o más pragmáticamente (lo que no ocurre en pocas ocasiones) al servicio de intereses económicos incompatibles.
La intervención en un país extranjero bajo la premisa de que se está produciendo un ataque a la población civil debería ser loable. Es justa y humanitaria, y debería ser la única causa legítima de guerra, si es que alguna puede haberla. Pero para que esta razón esté revestida de fuerza moral es necesario que se entienda universal, y no particularizada a momentos y lugares concretos.
¿Es que escapa a alguien que la población libia ha sido oprimida en todos estos años de dictadura sin que se haya adoptado ninguna medida para evitarlo? ¿Cuántos conflictos locales se ceban sobre los civiles de decenas de países africanos en conflicto? Cuando esto ocurre y en las Naciones Unidas se asiste sólo a las consabidas condenas o a los menos ineficaces embargos, la intervención militar directa en lugares concretos deja un desagradable sabor a sospecha, a pedagogía nefasta que más que extender los supuestos valores democráticos y humanistas de occidente muestra la cara más cruel de éste, la de los intereses económicos soterrados y el más puro colonialismo económico.
Defender a esos rebeldes libios de los que apenas sabemos su programa para el país si alcanzan el poder es el hecho más natural para un occidental. Abandonados al sofá o escribiendo estas líneas cómodamente en casa, simpatizamos con esos guerrilleros que combinan la rabia del pueblo y el aire romántico del que se opone a los tiranos. Sin embargo, a la hora de una intervención que ya es apoyo directo, es indispensable dotar de significado y contenido un término hasta ahora ambiguo y desdibujado. Por decirlo de otro modo, es necesario dotar a los rebeldes de un rostro, de una visibilidad de la que hasta ahora, por premeditado interés o no, carecen.
Yo creo que hay una diferencia importante, y al igual que tu considero que todas las guerras son iguales. La diferencia es que aquí ha habido un levantamiento del pueblo libio y si no se produce la ayuda internacional el pueblo libio se quedaría solo ante Gadafi. Además, la intervención ha llegado muy tardía (los intereses económicos en Libia son muy altos). Por otro lado, eso de Rojos, tampoco lo veo muy claro. Sobre todo para aquellos que entiendan el concepto comunista. Y eso de que abanderan a la izquierda tampoco. Entre otras cosas porque el gobierno de Zapatero tiene poco de izquierda. La izquierda en este país no existe o no se ve. Un saludo. Arturo Muñoz Gómez
ResponderEliminarEste comentario anterior iba en referencia al artículo anterior. Arturo Muñoz Gómez
ResponderEliminarUn planteamiento muy certero. No obstante, es difícil. ¿Qué hacemos entonces? ¿Quedarnos sentados como tu dices en el sofá? Y sobre la desinformación que tenemos de los rebeldes, es evidente. Pero, ¿qué hacemos? es dífícil. No obstante, yo creo que la intervención internacinal se ha debido a la presión popular ante los hechos ocurridos, si estos se hubieran sucedido rapidamente y la revolución hubiese sido rápidamente derrotada, Occidente mantendría su silencio y con ello los acuerdos económicos con Libia. Por cierto, ¿ahora se dan cuenta del número de dictadores que hay en el mundo? Para la prensa occidental las únicas dictaduras eran las de Cuba y Corea del Norte. ARTURO ANDRADE
ResponderEliminarPero entonces, qué hacemos? quedarnos con los brazos cruzados?
ResponderEliminar