SAN SEBASTIÁN, CAPITAL CULTURAL 2016
Las cualidades de San Sebastián para ser elegida Capital Europea de la Cultura están fuera de toda duda. Los que la han visitado recordarán el agradable ambiente que se disfruta en La Concha, respirando el Cantábrico a pulmón lleno en un delicado paseo enmarcado por verdes montes que parecen arrojarse al mar.
Un casco histórico cuidado y recoleto, salpicado por iglesias barrocas y locales de restauración donde la cocina se vuelve arte; un ensanche decimonónico propio de las grandes ciudades europeas rematado por un templo neogótico; casonas y palacetes que evocan los tiempos de Victoria Eugenia, casinos y alamedas.
En San Sebastián se vive la tradición y la modernidad y se juega a pelota lo mismo que se acude al Kursaal. El edificio de Moneo, con su geométrica y rotunda figura, otorga el nuevo perfil a la vieja aldea ballenera.
Una ciudad que celebra el glamour de uno de los más importantes festivales de cine y que tiene en la gastronomía uno de los baluartes de su identidad no debiera discutirse como lugar de cultura. Pero eso es precisamente lo que ha ocurrido desde su elección como capital cultural para 2016. Y ha sucedido básicamente porque en este país se hace política con todo, incluso con la cultura y el esfuerzo colectivo de diferentes ciudades.
Lo que ha ocurrido estos días ha demostrado que los criterios políticos han influido, cuando no determinado, la elección definitiva del jurado. Fue el propio presidente del mismo, Manfred Gaulhofer, quien esgrimió como uno de los méritos de la ciudad el esfuerzo para superar su historia de violencia y que su designación podría contribuir al cese de la misma.
Es una opinión subjetiva, claro, porque para lo que algunos puede ser un mérito de la ciudad para otros es la prueba incontestable de que un colectivo que albergó, y desgraciadamente alberga (aunque hoy en menor cantidad) un porcentaje importante de conciudadanos que defendieron, contribuyeron o silenciaron, en el mejor de los casos, la violencia, no merece ser designada capital de la cultura, no al menos de una cultura que contemple la paz como uno de sus valores necesarios.
Es subjetivo decimos, pero el problema es la propia declaración, la asunción manifiesta y explícita del criterio político, lo que indigna a las otras candidaturas. Ninguna de las otras candidatas habrá trabajado menos, habrá diseñado un proyecto menos interesante o tendrá menos atractivos culturales que el municipio donostiarra, pero resulta que lo que las diferencia de éste no eran elementos del proyecto o de la propia vida cultural de la ciudad.
Lo que las diferenciaba era que durante las últimas décadas han sido ciudades pacíficas, donde la violencia callejera sólo era un eco de las noticias de sobremesa y no una realidad cotidiana. Esta valoración puede parecer injusta con la ciudad vasca, pero es importante volver a recordar que fue el jurado europeo quien, con su discurso, ha incentivado todo este tipo de reflexiones.
Continuando con las maledicencias, hace dos semanas el congreso convalidó in extremis, con la ayuda de los nacionalistas, que se abstuvieron, el decreto que afecta a la negociación colectiva. Dijo entonces el portavoz del PNV, Yosu Erkoreka, que nunca se consiguió tanto por tan poco. El gobierno conseguía alargar de forma agónica la legislatura, mientras la oposición, embargada por la frustración, exigía saber el precio a pagar por este apoyo.
Pues bien, ya podemos barruntar una de las contraprestaciones del gobierno, quien podría haber influido en un no tan independiente jurado europeo.
El problema ahora es la duda que se cierne sobre la gestión de un proyecto que ha quedado, casualidad o no, en manos de una formación como Bildu, ella misma en el punto de mira de observadores y jueces. ¿Sabrán los independentistas manejar esta oportunidad para redimir a San Sebastián de su pasado violento, como cree el presidente del jurado? ¿O utilizarán la capitalidad cultural para desplegar su propaganda y fomentar el enfrentamiento? Está por ver.
Mientras tanto, el camino de la capitalidad ha dejado insatisfechas a miles de personas, aquellas que defendían la elección de cualquiera de las otra ciudades candidatas y que ahora se ven más que defraudadas, estafadas, y todas aquellas que creían en la limpieza de una elección que debía tener en la cultura el único criterio posible.
Tienes mucha razón, pero valdría la pena si se acaba la violencia?
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