¿QUÉ ES SER DE IZQUIERDAS?
Apuesto a que han sido muchos los que se han sonrojado con este título. Algunos lo habrán calificado de ingenuo, otros de nostálgico, y no serán pocos los que se habrán santiguado como si de ahuyentar al demonio se tratara.
Acudir a Marx hoy puede resultar políticamente incorrecto, pero al igual que la derecha sociológica no se esconde ni trata de enmascararse en ese escudo ideológico al que denominan “centro”, creo que ya es hora de despertar algunos valores que nutren la tradición de aquellos que nos consideramos de izquierda y que, no podía ser de otro modo, tienen en el pensador alemán a una de sus más frescas y continuas fuentes.
Y es que en estos tiempos de desorientación ideológica, donde hay partidos socialistas que sólo de nombre lo son y donde los sindicatos evidencian una clara desafección de su función reivindicativa, no viene mal recurrir a los orígenes.
Cierto es que vivimos un tiempo de descontento e indignación, pero no nos llevemos a engaños. Esa indignación sólo puede partir desde posturas de izquierda, aquellas que por su propia naturaleza tienen en la crítica a la realidad social su razón de ser. Sin embargo, da la sensación de que la izquierda, en este cambio de siglo, ha perdido la batalla que emprendió contra el liberalismo económico y el conservadurismo social, por lo menos en la calle. Se escucha que la caída del muro de Berlín y la desmembración de la URSS mostraron la verdadera cara del socialismo, que existen regímenes de izquierda que oprimen al pueblo; se lee que es el socialismo el responsable de haber llevado a este país a los cinco millones de parados, que la izquierda está destruyendo España, incluso he escuchado en las últimas semanas que al socialismo sólo le interesa la pobreza.
Al margen del rechazo que me merece cualquier tipo de dictadura, de la que pocas ideologías se han librado, sólo puedo decir que esas opiniones no sólo tergiversan la realidad, sino que interesadamente buscan destruir una contribución esencial a la civilización occidental, negando los logros y la decisiva aportación que el pensamiento socialista ha hecho por la mejora general del nivel de vida de millones de trabajadores y ciudadanos en todo el mundo.
El pasado periodo de prosperidad que vivieron muchos países, entre ellos España, hizo olvidar a muchos las verdaderas contradicciones que constituyen nuestro modelo económico. Millones de personas accediendo a fáciles créditos no impedían que otros miles de millones vivieran en la miseria, explotados desde la infancia, malviviendo como podían allí donde el subdesarrollo se muestra como el reverso inevitable del primer mundo. Y mientras se mataban en guerras financiadas por los países ricos o cruzando en patera la frontera del paraíso, aquí se pensaba que las democracias liberales, donde no existe límite alguno a la iniciativa individual, eran el cenit de nuestra civilización.
No nos percatábamos de que en realidad, mientras las personas sufríamos cada ven más limmitaciones, era el dinero lo único que se movía sin impedimentos. Los capitales iban de un lado a otro del mundo libremente, se podía invertir aquí o allá un día y al día siguiente retirarse con el máximo de beneficios, no había impedimento alguno a la especulación, de hecho, se especulaba con cualquier cosa, en la bolsa, con la vivienda, con bienes de primera necesidad, y evidentemente todo eso lo hacía aquel que tenía capital, aquellos que podían dedicar su dinero para algo más que para llegar a fin de mes. Y resulta que ese neoliberalismo brutal, que venció triunfante al socialismo desde finales del siglo pasado, cuando estalló la crisis y condenó al desempleo y a la ruina al ciudadano medio, se fue de rositas.
Todos sus defensores, políticos, inversores, miembros de consejos de administración, agencias de calificación, no han pagado ni un ápice de la parte de culpa que les corresponde, ni siquiera su responsabilidad moral e ideológica. Esos “mercados” que hoy nos ponen al borde del precipicio, que se permiten derribar economías de países tan democráticos como Grecia, tienen nombres y apellidos, y lo que es más, tienen una ideología que los sustenta.
Marx denunció hace ya siglo y medio esta ideología liberal. Nos señaló que en contra de sus optimistas predicciones, el liberalismo económico condenaba a la pobreza a millones de individuos para permitir que unos pocos se enriquecieran. La última reforma exprés de la Constitución muestra de forma bochornosa que nuestros políticos están al servicio de los grandes poderes económicos. Afirman sin parpadear que la reforma es lo que les exigían los mercados, sin preguntarse siquiera qué es lo que les exige el pueblo.
Ser marxista hoy es reconocer que las condiciones materiales de existencia condicionan la realidad social, que la sociedad se divide en clases en función de su relación con los medios de producción, es decir, que hay gente con capital, propietaria o copropietaria de empresas, y gente que fundamentalmente vive de su trabajo. Ser marxista es reconocer que la riqueza es creada por el trabajo, que el capital extrae sus beneficios principalmente del salario de los trabajadores y por tanto, que ambos grupos tienen intereses opuestos. Estoy seguro de que mucha gente comparte esta opinión sin haberse considerado jamás un marxista.
Ser de izquierdas supone asumir estas convicciones y trabajar por una distribución más justa de los beneficios, por una intervención del estado que impida que el capital campe a sus anchas y que redistribuya la riqueza entre las clases. Ser de izquierdas es defender los derechos de los trabajadores frente a los intereses del capital, hoy defensor de la austeridad y el rigor presupuestario en las cuentas públicas. Sabemos que las recetas neoliberales atentan contra los trabajadores, porque destruyen derechos laborales y limitan el gasto social, única vía para compensar los desequilibrios económicos entre la población. Por todo ello, hoy como desde hace siglo y medio, es necesaria una mirada desde la izquierda, crítica y activa, sin complejos, que ofrezca una alternativa a esta tiranía del capital que nos lleva al desastre. Reivindicar a Marx sin caer en tópicos, alejándonos de dogmatismos y sacralizaciones, y asumiendo los errores, es un buen comienzo.
Genial
ResponderEliminarEn la medida que una ideológica ha sido buena, elevada, efectiva para hacer el bien, en esa misma medida el mal ha puesto más interés en hacerla suya para sus planes. Eso ha sido así siempre, y lo será así por algunos días más, pocos.
ResponderEliminarY los malos de izquierdas, son más malos para la izquierda, que todos los malos de la derecha.
Siempre se podrá ser "marxista", pero no "marxiano".
ResponderEliminarSu fracaso como profeta va unido a su acierto como analista.
Si el capitalismo hubiera seguido y siguiera, hoy, siendo como el del XIX, Marx tendría toda la razón.
El problema surge cuando el capitalismo cambia, y de ser savaje se muestra con una cara menos agresiva.
Ni la Izquierda, ni el Centro, ni la Derecha (como ningún particular) puede/debe endeudarse por encima de las previsiones de disponibilidad.
Porque, al final, quienes van a quedar como benefactores son los políticos, pero quienes van a pagar la deuda somos tú y yo.
De izquierdas es un chaval del barrio.
ResponderEliminarLo que dices es certero pero la clave de todo está en la libertad del hombre. Si creemos que el hombre ha de vivir en libertad, como es lógico, el marco de convivencia será una democracia. Pero las democracias surgen(no se imponen) en sistemas de libre mercado, no lo olvidemos. Lo que hacen falta son normas justas que permitan la igualdad de oportunidades.
ResponderEliminarLa democracia moderna, sin esclavos(al menos en teoría), aparece justo cuando se desarrolla la burguesía que tanto molesta a la izquierda porque en la sociedad aparecen por fin los escalones necesarios para ascender. El fondo de la cuestión son la propiedad privada y la libertad del individuo. Si las admitimos renunciamos al marxismo, si las descartamos nos quedaremos sin democracia. Por tanto democracia y marxismo son casi opuestos aunque no incompatibles si el marxismo ayuda a compensar los excesos del capitalismo: explotación y especulación. Dos clases sociales como bien dices, especuladores y trabajadores, sin olvidar al empresario como dinamizador de la sociedad, con su iniciativa. El problema: las grandes corporaciones acaban con todo y con todos. Por tanto, buscando el equilibrio, todos podríamos convivir sin abusos ¿Está dispuesta la autodenominada izquierda a liberarse de sus prejuicios?