EL DESASTRE DE 1898 Y LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA.FRANCISCO JOSÉ MURIANA GÓMEZ

EDUCACIÓN Y EL DESASTRE DEL 98
El 1 de mayo de 1855, el ministro de Hacienda Madoz promulgó una ley de Desamortización General que pretendía aliviar la desesperada situación de la Hacienda. Se subastaron sobre todos los bienes que pertenecían a los las propiedades comunales de los pueblos (como no eran propiedad privada, sino de todos los vecinos, el Gobierno deducía que no eran de nadie). Hacienda ingresó 5.700 millones de reales, pero los campesinos sufrieron un tremendo revés al perder el acceso a pastos y leña.

Pero a largo plazo la consecuencia más nefasta fue el quitar a los Ayuntamientos la posibilidad de financiar sus escuelas. Según la Ley Moyano de 1857, la instrucción pública en España era obligatoria y gratuita hasta los doce años, pero la enseñanza Primaria tenía que ser financiada por unos ayuntamientos sin recursos tras la Desamortización. En teoría España tenía un sistema educativo muy semejante en su estructura al francés.

Pero mientras los maestros franceses eran considerados “los soldados civiles de la República”, en España la imagen del maestro de escuela muerto de hambre se convirtió en habitual. Como los municipios no podían mantener escuelas, toda la enseñanza estaba en manos privadas, con lo cual solo las personas con recursos económicos podían acceder a ella. Unos gobernantes responsables habrían hecho que el Estado se ocupara de la situación, pero prefirieron no sacar los recursos de otras partidas que beneficiaban a las élites del país.

Las consecuencias fueron devastadoras: la escuela pública, que convirtió a los campesinos en ciudadanos franceses, no logró ni crear en España una conciencia nacional ni la élite investigadora y científica necesaria para incorporarse a la modernidad. Todas las estadísticas (mortalidad infantil, número de nacimientos, esperanza de vida…) nos asimilaban a las zonas más atrasadas de Europa Oriental, como Rusia. Al finalizar el siglo XIX, España era un país débil, sin capacidad para defenderse por su atraso tecnológico, como se demostró en 1898. Bien caro se pagó el hipotecar el futuro.

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