GENTE CON LA QUE TOMARSE UN VINO
PUBLICADO EN DIARIO SUR
Nota uno que desde que nos aplasta visiblemente la crisis a todos y se multiplican las noticias de desesperación, desahucio y mal rollo, aunque sigamos todos calladitos y viéndolas venir, agradecemos que de vez en cuando, por la niebla espesa de la mezquindad que nos ha envuelto, se cuele un poco de generosidad y grandeza, o de rebeldía y orgullo.
Noticias que protagonizan héroes, por decirlo así, a quienes nadie pedía heroicidad pero que la han dado porque sí (o ¿y por qué no?) y emocionan precisamente por eso: porque lucen mucho más en estos tiempos en los que ya no consigue ni reventarnos el alma saber que una directora de banca, a la semana de ocupar su cargo, se había puesto como pensión una burrada de millones de euros, para, además de asegurarse el futuro, asegurarse que el futuro de sus clientes se ennegreciera.
Consuelo Guerry es una investigadora del Centro Príncipe Felipe de Valencia. Obtuvo un premio a su trayectoria de 25.000 euros. Decidió que el dinero inesperado del premio fuera a para a las arcas del centro donde trabaja para que pagaran a los becarios que colaboran con ella y con otros investigadores -los investigadores del futuro-, y que estaban a punto de ser despedidos porque el cCentro había visto muy recortado su presupuesto y los primeros que caen son, naturalmente, los más débiles, los aún no colocados. Lo primero que cae es el futuro. Cuando se le ha preguntado por su gesto heroico, se ha encogido de hombros. Hemos sabido que no era la primera vez, que todo el dinero que le entraba por dar conferencias o asistir a simposios, también iba para esa bolsa mediante la cual podían mantenerse en activo los imprescindibles becarios. Y ha dicho: con la investigación pasa que dos años de parón significan diez años para volver al punto en el que estábamos, porque remontar es muy complicado.
No sé si hay que estar muy concienciado de eso, o muy enamorado de lo que se hace, o muy convencido de que cuando las cosas están negras hay que usar pintura blanca para por lo menos conseguir ponerlas grises, pero el caso es que Consuelo Guerry es de esas personas que nos salvan a todos. No puedo imaginar a un solo escritor que hiciera lo que ella, que después de recibir un premio inesperado, de esos que se dan a una trayectoria, dijera: el dinero para jóvenes escritores que las están pasando putas porque no tienen donde caerse vivos. Que el gesto de la investigadora valenciana se produzca además en unos momentos en los que los recortes en educación están cantados y suscitan huelgas, subraya si cabe la mezquindad de estos tiempos.
No nos engañemos: la educación en España siempre ha importado más bien poco, de ahí que se haya acentuado como lo ha hecho la distancia que hay de la pública a la privada. En mis años mozos, un chaval salía de los Salesianos o de La Salle, y no estaba diez veces mejor preparado que uno que saliera de un instituto público, puede que tuviera mejor inglés, puede que supiera más música porque tenían instrumentos, pero ya está. Ahora la diferencia entre un alumno de uno de esos institutos que le cuestan 1.000 euros mensuales a los padres, y uno de un instituto público es un océano, gracias a los experimentos de pedagogía barata que se han ido haciendo -nunca se lamentará lo suficiente haber sacado a los niños de doce años del colegio para meterlos en el instituto, nunca se echará suficiente de menos a la gloriosa EGB-.
La educación, en España, sólo ha sido, entre los políticos, un tema para practicar la esgrima de la demagogia. Ahí tienen a Esperanza Aguirre, la primera que dijo que a los maestros y profesores había de concederles el estatus de autoridad pública para evitar la violencia en institutos y colegios (es decir, pegarle a un maestro debería ser como pegarle a un juez o a un médico), y la primera que a la hora de recortar se ha acordado de la educación como hermanita pobre, y de los maestros, a los que de autoridad pública quiere transformar en mendigos.
Hacer algo. Eso es lo que Consuelo Guerry quería, en medio de tanta porquería. Hacer algo para ayudar a los que estaban cerca, en la medida de sus posibilidades, gracias a un premio que le había llovido en medio de la sequía. En medio de la corrupción y la mentira y el desprecio, en China, hay un pintor que, cada vez que atrapan a un corrupto del Estado, pinta su retrato y lo cuelga en una sala en la que ya hay miles de retratos: son los rostros de funcionarios corruptos, en el lateral de cada cuadro está escrito el nombre y la cantidad de yuanes que robó.
Quizá en España nos empiece a hacer falta un pintor que se dedique a pintar los rostros para una sala inmensa donde podamos ver esos rostros. Los rostros de la trama Gurtel, los rostros de los listos de Ronda que hicieron millones empleando sus cargos, tantos y tantos rostros de nuestros ladrones. Una inmensa sala que nos sirviese al menos para sacar del cuerpo esta rabia, este odio y esta desesperación que sólo calma, de vez en cuando, gente con la que nos encantaría tomarnos un vino para darle las gracias, gente como la profesora Consuelo Guerry.
Gente de la que queda poca la verdad.
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