¿POR QUÉ NO LA MUJER? II. JOSÉ MANUEL BELMONTE


¿POR QUÉ NO LA MUJER? II
Hemos dicho que tanto la mujer como la sociedad han debido evolucionar, para llegar a ocupar la posición en que hoy se encuentran. Hace apenas un siglo un avance tan importante era inimaginable. Un comentarista anónimo de mi anterior artículo (1), decía textualmente: ”me parece estupendo que se proteja a la mujer frente al machismo, pero creo que hay cosas que es mejor dejarlas como están, como así han estado durante siglos y nunca hubo problema”.  Espero, que pensar se pueda, al menos. Y  constatar  que el mundo se mueve. Hasta no hace mucho era normal tener esclavos o sentirse tal; discriminar a alguien por el color de su piel era normal en algunos lugares de la tierra;  discriminar a la mujer también era normal y lo es aún en algunas naciones y en determinadas religiones. ¿Hay que continuar así  tan solo porque  “así ha estado durante siglos y nunca ha habido problema” o pensamos que la Humanidad y las creencias pueden evolucionar? Creo que la respuesta es clara, porque de lo contrario aún estaríamos en Atapuerrca, o el cristianismo seguiría en las catacumbas.
 
Habíamos hecho una pregunta: ¿Por qué no hay sacerdotisas en la Iglesia Católica? ¿Por qué se niega el sacramento del sacerdocio a la mujer?
Como es natural, la Iglesia Católica, como cualquier institución, tiene su historia y sus normas. Con el debido respeto, vamos a  intentar conocer esas normas. Según me comenta un eminente catedrático de Teología: no se debe identificar el Vaticano con la Iglesia ni la tradición apostólica con la ley. El Derecho en general, es algo más que un código de cualquier conjunto de normas escritas, máxime cuando se trata de encauzar el espíritu y las creencias. También es cierto que los centralismos y absolutismos, sean laicos o religiosos, suelen crear un orden jurídico a su medida, elaborando leyes escritas dimanadas de sus órganos legisladores conforme al aparato jurídico del que se han dotado a sí mismos. Este principio es básico para entender muchas cosas.
El investigador que se acerca a este tema queda un tanto desconcertado. El desconcierto surge  de la aparente contradicción entre la teoría y la práctica; entre los elogios a la mujer y la no aceptación de la misma para recibir las ordenes sagradas.
El Papa Juan XXIII popularizó el deseo de “aggiornamento” de la Iglesia, es decir, de que se actualizara o se pusiera al día. Y mucho se consiguió con el Concilio. Puede constatarse el aprecio y dignidad de la mujer en dos textos: uno, muy esperanzador de Pablo VI en uno de sus discursos: «en el cristianismo, más que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio en no pocos de sus importantes aspectos (...); es evidente que la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en evidencia todas sus virtualidades». Luego, se podría profundizar algo más.
El otro texto, es  toda una carta Encíclica de Juan Pablo II, titulada precisamente “La Dignidad de la Mujer” que se inicia con el mensaje final del Concilio Vaticano II, que decía: «Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga». Hay teólogos que piensan que no se han extraído las enseñanzas ni las conclusiones de estos textos. Sin embargo ni la audacia ni el riesgo han entrado nunca en las categorías de la Iglesia.
De todos modos, si la Iglesia dice tener en tanto aprecio el papel de la mujer, pero no ha concedido el sacramento del sacerdocio a ninguna mujer antes y no lo hace ahora, será por alguna poderosa razón. Parece innecesario advertir que, en la medida que la Iglesia Católica es una institución religiosa, tanto su origen como su actuación, escapan en parte a los parámetros de investigación puramente humanos. La mayoría no disponemos de otros. Pero puede haber algo que escape a las categorías esencialmente analíticas o racionales. La razón y la fe son dos vías que no tienen por qué excluirse, pero tampoco coincidir exactamente. Conocemos muchas más cosas que las que podemos demostrar. Así que admitiendo otros niveles de realidad distintos al físico social, los datos, en resumen, son:
El argumento de la Tradición:
Basándose en que según costa históricamente, Jesús fue un varón  y que además, no eligió a ninguna mujer como apóstol, ni confió a la mujer autoridad especial según los libros sagrados, la Iglesia respeta los hechos y los acata. Sobre esa piedra se asienta y no se mueve.  Su decisión se mantiene inalterable más allá de las modas y se sostiene en citas bíblicas, en documentos y en la Tradición. Los llamados Padres de la Iglesia no cambiaron. En consecuencia, dicen, no es que la Iglesia haya impuesto una ley, sino al contrario; se declara sin autoridad para actuar por encima de lo establecido por Cristo.
Su conclusión pues es, que según la  Biblia y la tradición, no es que excluya a la mujer, sino que no se la incluye. En la práctica viene a ser lo mismo, con un matiz suave: es que no puede. La Iglesia no tendría autoridad para dar el sacerdocio (conocido como ordenación) a ninguna mujer. El mismo Papa Juan Pablo II, lo dejó claro en su carta “Ordinatio Sacerdotalis” (1994): “Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia."(O.S. #4).
Se añade el argumento de fe:
 Pese al carácter “definitivo”, de vez en cuando surgen entre los católicos el debate acerca de  si conviene o no que se inicie la ordenación de mujeres como sacerdotisas, tanto por la carencia real de sacerdotes varones, como por el creciente papel de la mujer en la sociedad y por el aumento del número de comunidades de fieles que no disponen de ninguno y no están en igualdad de condiciones con las que disponen de él. Pero ese amago de debate, se corta de raíz (o por lo menos se intenta).
De hecho, el 25 de octubre de 1995, la Congregación para la Doctrina de la Fe, en respuesta a una consulta del episcopado estadounidense, señalaba que la enseñanza anteriormente descrita, ha sido considerada “infalible por el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia”. Con otras palabras, si es “infalible”, es una verdad segura y sin error. Es definitiva, cualquier consulta no va a hacerla cambiar de criterio. No se ha proclamado la infalibilidad de forma solemne sobre este aspecto nunca; por lo que “infalible” parece darle un carácter de “intocable”.
Riesgo de excomunión.
Cualquier intento de saltarse esa normativa, en la práctica se va a encontrar con la otra línea roja: el riesgo de “excomunión”. Para la Iglesia no puede discutirse que sólo el varón representa adecuadamente a Cristo-varón. Es un aviso, tanto para obispos, como para sacerdotes y fieles, que se puedan prestar a saltar esa norma. De hecho el Joseph Ratzinger (el Papa actual) ya excomulgó en 2002 a  siete mujeres siendo aún Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Resumiendo: nos encontramos con: a) unos argumentos bíblicos, de tradición y magisterio, casi invariables durante veinte siglos; b) con una doctrina y una praxis cuasi-dogmáticas (infalible) y c) con la amenaza de exclusión (excomunión) de la Iglesia a quien afirme o actúe de forma contraria. Con esos parámetros avanzar y evolucionar en esta cuestión es muy difícil. Los dirigentes no han cuestionado “el estatus” para dar entrada a la mujer. Visto desde fuera, lejos de abrirse a la autocrítica sobre la igualdad y a la realidad del crecimiento social, parecen más bien hacer un ejercicio de autocomplacencia.
No cabe la menor duda, de que en la Iglesia Católica hay personas muy capacitadas, y que si algún día tiene que cambiar, tendrán la inspiración y la valentía de hacerlo. Estoy seguro que la mayoría de los sacerdotes y obispos son excelentes. Pero a día de hoy, se diga lo que se quiera a favor de la mujer, la realidad respecto al sacerdocio, es poco proclive a una evolución desde dentro. Si como digo, algún día las cosas cambian, no será sin carisma y sin esfuerzo (y aquí incluyo a la mujer).

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