LOS
DILEMAS DE EUROPA Y DE LA DEMOCRACIA
En un reciente ensayo, el filósofo
Jürgen Habermas reflexiona sobre la crisis política de la Unión Europea y los
dilemas de la democracia actual, prolongando así los trabajos recogidos en su
libro La constitución de Europa, que ahora publica Editorial Trotta. Ofrecemos
aquí la primera parte de este texto inédito, que en breve será seguida por su
segunda entrega.
Durante las cuatro, ya casi cinco
décadas de su carrera académica activa, Claus Offe ha abordado con sistemática
dedicación la teoría democrática desde el punto de vista del Estado, esto es,
tomando en consideración a los encargados de formular la política nacional en
las democracias capitalistas. Su interés se dirige principalmente a los límites
estructurales del campo de acción de estos responsables políticos: a la manera
como consiguen evitar choques deslegitimadores entre los requisitos sistémicos
del crecimiento económico y las reivindicaciones de los ciudadanos
democráticos.
Planteado el problema de este modo, Offe parte de dos supuestos
básicos: primero, que los gobiernos liberales dependen de los impuestos tanto
como de los votos y que, en consecuencia, deben satisfacer tanto los requisitos
legales, infraestructurales y fiscales, a fin de realizar inversiones
rentables, como también las reivindicaciones ciudadanas de libertades iguales,
justicia social, seguridad de estatus y prestación de servicios necesarios y
bienes públicos; segundo, que no existe un mecanismo para lograr el equilibrio
entre estas exigencias, que se hallan en mutua competencia e incluso resultan
incompatibles en tiempos de crisis.
Valga como ejemplo la crisis presente de
la Unión Económica y Monetaria europea (UEM), que Offe ha analizado en términos
de un triángulo de constricciones: por un lado, está la necesidad de salir al
rescate de instituciones financieras en quiebra cuyos clientes preferenciales
son, a su vez, los mismos gobiernos que salvan a los bancos; por otro lado,
está la imposibilidad de subir los impuestos —con la consiguiente carga para
los inversores de la economía «real», productora de valor— recortando al mismo
tiempo el gasto público a costa de la seguridad social o de los bienes y
servicios públicos. Contrariamente a un modelo marxiano de funcionalismo, este
enfoque no prejuzga la dirección de los flujos causales. Para las democracias
capitalistas es una cuestión empírica la de saber si y hasta qué punto la
política o bien puede determinar las condiciones marco del sistema económico o
bien tiene que adaptarse a sus imperativos funcionales.
Los gestores políticos ocupan una
posición especial en el sistema político, aparte de las posiciones de otros
actores diversos. Pero solo en contadas ocasiones pueden actuar en el papel
diferente y más inclusivo de exponentes del sistema político como un todo, por
ejemplo, cuando buscan extender el alcance del poder político dentro de la
sociedad más amplia. Un caso relevante son los fallidos intentos por regular
los mercados globales financieros con el fin de volver a poner bajo control las
operaciones destructivas del sistema bancario (por ejemplo, la introducción de
un impuesto europeo sobre las transacciones financieras). El mayor obstáculo
para tales intentos es la fragmentación política, esto es, la competición entre
los Estados nacionales. Los Estados, que guardan celosamente sus prerrogativas,
se resisten a construir nuevas competencias supranacionales para la acción
política a costa de una transferencia de derechos soberanos.
Este hecho tiene un impacto inmediato en
los dilemas de la democracia, puesto que solo el poder político, y no los
mercados, puede ser sometido al control democrático. Sin embargo, no cualquier
acumulación de poder en los niveles superiores de un sistema político sirve a
la democracia. En la primera parte de este texto quisiera recordar los pasos
dados recientemente por el Consejo Europeo hacia una cooperación más estrecha
entre los Estados miembros, pasos que conducen a un aumento del poder ejecutivo
europeo al servicio de un régimen de la Unión Europea conformador de los
mercados y a expensas de la autonomía de los parlamentos nacionales. En la
segunda parte, quisiera discutir la viabilidad de una improbable alternativa
democrática, que requeriría superar el obstáculo de un ulterior proceso
constitucional.
Numerosos expertos coinciden en las
causas económicas de la presente crisis fiscal. Dado que la devaluación de la
moneda no es una opción viable, y debido a la falta de mecanismos
compensatorios tales como la movilidad de la fuerza de trabajo a través de las
fronteras nacionales o un régimen común en la política social, la diferencia en
los niveles de competitividad entre los Estados miembros ha generado en el
pasado desequilibrios económicos a lo largo y ancho de la Eurozona, y
continuará haciéndolo de forma creciente en el futuro. Estos desequilibrios
solo pueden eliminarse mediante una armonización diferenciada de las políticas
económica, fiscal y social de cada nación. En una respuesta tangencial a esta
necesidad, el gobierno alemán ha presionado con éxito para lograr un acuerdo
sobre los esfuerzos conjuntos en la aplicación de políticas de austeridad
nacional, sobre los procedimientos para una supervisión conjunta de su
implementación y sobre los mecanismos sancionadores en caso de violaciones. Sin
entrar en los detalles de los numerosos y más bien redundantes acuerdos
alcanzados desde marzo de 2011, me permito simplemente resumir tres errores de
importancia:
—
La imposición de políticas de austeridad repite el error estratégico de
apostar ante todo por la estabilidad fiscal. Este tipo de coordinación política
está cortada a la medida para lograr un traslado más efectivo de imperativos
sistémicos a los canales de la política nacional. La estrategia no solo es
errónea por razones económicas, al par que desastrosa a la vista de sus
consecuencias sociales; es, además, contraproducente cuando se trata del
objetivo de tener de nuevo el control político sobre los desenfrenados mercados
financieros.
—
El paso en la dirección de una gobernanza supranacional por medio de la
coordinación de la gestión política nacional conforme a las mismas reglas no es
capaz de eliminar las causas estructurales de los ciclos económicos
destructivos. La idea de que «un sistema de reglas vale para todo» no responde
a la necesidad de programas públicos diferenciados en niveles diferentes de
desarrollo económico y en el contexto de culturas económicas diferentes. La
Ordnungspolitik (política de orden) no es un sustituto de las intervenciones
flexibles por parte de un gobierno económico europeo que ha de obtener la
libertad de acción para disponer de un presupuesto propio, por limitado que
este sea.
—
El pacto fiscal sella definitivamente el modo intergubernamental de
regular y supervisar políticas nacionales paralelas. La arquitectura
tecnocrática de un modo de gobernanza ejercido informalmente por los dirigentes
de los Estados miembros de la Unión Monetaria ya fue introducida por el Pacto
del Euro Plus el 25 de marzo de 2011 (y no es un daño colateral de la posterior
carrera en solitario británica). Con este documento el Consejo Europeo se
arroga el derecho, primero, de determinar objetivos específicos para todo el
campo de las políticas que afectan a la competitividad de una economía nacional
(medida en costes laborales unitarios); y segundo, de supervisar cómo la
Comisión controla su implementación temporal. La retórica no puede disimular la
práctica que se pretende: basándose en acuerdos informales, los dirigentes de
los gobiernos implicados —valiéndose de un claroscuro de presiones y de una
sumisión quiérase o no— imponen su voluntad sobre cada uno de los parlamentos
nacionales.
En caso de que logre evitarse el crac,
deberemos probablemente esperar que la política europea continúe en la
dirección posdemocrática de un federalismo ejecutivo. Si mi análisis se
sostiene, este curso de los acontecimientos agravará más bien que aliviará los
desequilibrios económicos dentro de la Eurozona, mientras sirva al miope
interés de las élites dirigentes consistente en desvincular los acuerdos
europeos complejos y de largo alcance de los sospechosos públicos domésticos.
Hoy día Europa parece estar atrapada en el dilema de la simultánea necesidad e
imposibilidad de una profundización democrática de sus instituciones.
Así es, exactamente como se tienen que explicar las cosas, para que la gente normal, la que sufre y elige estos sistemas democráticos, no se enteren de nada. Y tengan, estas nuestras democracias, en un barullo intelectual, con un aire de sofisticación que nadie se atreve a cuestionar, y que por supuesto no explica lo elemental, lo que todo el mundo entiende (quizás por que la realidad por su sencillez no sea digna de explicar con ese lenguaje y concepto de ideas tan refinado y exquisito) la forma tan burda y pueril con que nos someten, y el engaño y traición que supone toda democracia.
ResponderEliminarPrimas de riesgo, hipotecas basura... todo eso y más para embaucarnos y hacernos creer que los recortes, reformas llaman ellos, son necesarios
ResponderEliminarVerdad que si? Con lo fácil que es decir; que los salvajes recortes, la subidas indiscriminadas de impuestos, que el hundimiento, en definitiva, de nuestra economía, es incompatible con la devolución de la deuda. Pero esta mentes privilegiadas, son capaces de darle la vuelta al asunto, embarullarlo intelectualmente de tal modo, que nos dejan con la boca abierta, nos hace tragar con lo absurdo, con el disparate, y luego nos la cierran. Pero peor es el silencio de nuestro intelectuales, los que dicen defender la justicia social y no descubren la falsedad de estas maniobras
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