SOBRE LA INMIGRACIÓN. BLANCA SÁNCHEZ ALONSO

SOBRE LA INMIGRACIÓN
Caen los salarios de los trabajadores españoles como resultado de la inmigración? ¿Qué trabajadores son los más afectados? ¿Incrementan los inmigrantes los gastos sociales o contribuyen a costearlos? ¿Son la solución al envejecimiento de nuestra población?
La mayoría de los economistas afirmaría que el impacto de la inmigración es ambiguo: varía a lo largo del tiempo, depende de quiénes sean los inmigrantes, de su origen nacional y de los mercados de trabajo en los países receptores.


Hoy sabemos que la inmigración tiene un impacto pequeño en los mercados de trabajo receptores tanto sobre los salarios reales como sobre los niveles de empleo. La razón de ello se explicaría porque muchos trabajadores nacionales terminan desplazándose a otras áreas geográficas o a otros empleos relativamente más cualificados y de más difícil acceso para los inmigrantes, aunque sólo sea por ser extranjeros. Ese 'efecto desplazamiento' se produjo en Miami en 1980, cuando los 45.000 marielitos llegados de Cuba no tuvieron apenas efecto sobre los salarios y los empleos locales. Dada la escasa movilidad de la mano de obra en España, es poco realista pensar que, a corto plazo, se van a producir desplazamientos geográficos de los trabajadores españoles, pero podrían tener lugar a medio y largo plazo. Además, si los inmigrantes ocupan segmentos del mercado de trabajo donde la oferta local es escasa (aceptan empleos que los nacionales no encuentran atractivos), no existe realmente competencia entre trabajadores nacionales y extranjeros. ¿Deben, pues, estar tranquilos los trabajadores españoles respecto a sus salarios y niveles de empleo? No todos. Aquellos que compiten directamente con los inmigrantes (trabajadores no cualificados) sí se verán afectados y se ensanchará la brecha de las desigualdades salariales entre trabajadores con y sin cualificación. Sin embargo, es sabido que en el mercado de trabajo español se producen dos fenómenos simultáneos y aparentemente contradictorios: inmigrantes que vienen a trabajar y españoles que se encuentran en paro. No parece justificado decir, pues, que los inmigrantes vienen a robarnos nuestros puestos de trabajo. Nos guste o no, y es evidente que a muchos empresarios sí les gusta, reciben salarios más bajos y realizan trabajos que nosotros no estamos dispuestos a aceptar.

Admitamos entonces que no nos roban el empleo; sin embargo podemos suponer que los inmigrantes hacen aumentar los gastos sociales mientras contribuyen poco a costearlos. Dado que los inmigrantes ilegales no pagan impuestos, habría que analizar la capacidad de los inmigrantes legales a la hora de contribuir a los ingresos del Estado: no van a pagar impuestos muy elevados porque reciben salarios bajos, pero pueden compensarlo con tasas de participación laboral más altas que los españoles. Pero el argumento primordial en este contexto es que los inmigrantes pueden realizar una contribución neta a la Seguridad Social porque muchos de ellos abandonan el país antes de recoger los beneficios, en especial las pensiones de jubilación que es lo que más nos preocupa. Habría que tener en cuenta entonces la temporalidad de la inmigración, cuál es la estancia media en España de los que regresan, y cuántos se quedan. Alguien pensará que lo que hace aumentar el gasto son precisamente los inmigrantes permanentes, o los que aun estando temporalmente vienen con sus familias (gastos en escolarización y sanidad, principalmente). Si los inmigrantes ya han completado su educación primaria y secundaria estaremos importando capital humano gratis y los beneficios para la sociedad española son evidentes. Los costes de escolarización de los hijos de inmigrantes deben ser contrastados además con los beneficios de tener una mano de obra mejor educada en el futuro, si permanecen en nuestro país. Si retornan, el beneficio es mayor para las sociedades de origen.

Un último interrogante es si los inmigrantes, jóvenes en su mayoría, pueden solucionar el problema del envejecimiento de nuestra población. La conclusión de los demógrafos es más rotunda que la de los economistas: la inmigración no es la solución. La recuperación demográfica pasa ineludiblemente por aumentar la tasa de fecundidad de las mujeres. Incluso si aceptamos que las mujeres inmigrantes tienen y van a tener más hijos que las españolas, el volumen de población inmigrante que deberíamos admitir para paliar el envejecimiento de la población alcanzaría tal magnitud que resulta totalmente inviable. Pero ese envejecimiento de la población española, junto a la incorporación de la mujer al mercado laboral, está modificando radicalmente la demanda de servicios de asistencia a los ancianos, servicio doméstico y cuidado de niños que se nutre a menudo de mano de obra inmigrante. Lo que los inmigrantes realmente modifican es la estructura por edades de la población y su impacto es mayor sobre la población activa que sobre la población total. Sólo con mayores entradas de inmigrantes se puede aumentar a medio y largo plazo la oferta de trabajo. Si ya hay signos de escasez de oferta en determinados segmentos del mercado de trabajo, aun con tasas de desempleo superiores a las europeas, ¿qué pasará cuando alcancemos el ideal del pleno empleo?

Blanca Sánchez Alonso es profesora de la Universidad San Pablo-CEU.

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