EL ÚLTIMO VERANO. FERNANDO SÁNCHEZ SALINERO


EL ÚLTIMO VERANO
 “Cuando un hombre se asoma al abismo, se encuentra sólo, y en ese momento es cuando se forma su carácter y es eso lo que evita que caiga al abismo”. De la película Wall Street.

Hay momentos en la vida que suponen un antes y un después, en que las cosas ya nunca vuelven a ser igual. Cuando terminas tus estudios, por ejemplo, acaba con ellos tu vida de estudiante, tus horarios, tus preocupaciones propias de esa etapa. Un mundo nuevo está ante ti, un mundo que, sólo un mes antes, carecía de importancia. Hay gente que quiere seguir “enganchada” a etapas pasadas e infantiliza sus decisiones, no queriendo dejar de “ser estudiante”, en un contexto que ya le exige ser adulto. Como sociedad también nos ocurre algo parecido en algunos momentos. Quizá estemos ante nuestro último “verano de estudiantes”.


¿No os huele el aire a grandes cambios? ¿A cambios inimaginables? ¿Recordáis el día en que os hicisteis adultos? Para algunos sería cuando acabaron sus estudios y tuvieron que empezar a buscar trabajo, para otros cuando volvieron de la mili, para otros cuando se casaron, para otros cuando firmaron una hipoteca que les acompañaría más que sus hijos, para otros cuando montaron un negocio propio, para otros cuando nació su primer hijo. Hay un día que un resorte hace “click” y uno sabe que su vida será muy distinta.

Sólo se llega a ser adulto cuando uno siente el click y, de forma consciente, adopta decisiones racionales en ese sentido. Es cierto que muchos no maduran nunca, o no sienten el click, o si lo  sienten, viven como si no fuera con ellos. Estos prorrogan sus conductas hasta donde la vida les para los pies. A veces sus comportamientos rayan lo patético, como esos tunos con cuarenta años, que parecen los padres de los estudiantes con los que cantan el Clavelitos. Hay una edad para ser tuno ;-)

Muchas personas viven este cambio de plano como una renuncia. Se les ve cara de nostalgia de un mundo que van idealizando cada vez más a medida que se alejan de él.  Los más sabios aprenden a aprovechar las nuevas delicias que esos cambios traen consigo. Tengo 45 años y creo que he vivido una infancia muy feliz, una adolescencia interesantísima, una juventud increíble y lo que sea hasta ahora, apasionante. No añoro ninguno de esos años, a pesar de que, vistos retrospectivamente, fueron la bomba. Los de ahora también lo son, aunque las realidades sean radicalmente distintas.

Es posible que nuestra sociedad, en conjunto, en su empeño por ensalzar la juventud como paradigma de lo que debe ser la vida, haya cerrado los ojos a lo que está pasando. Vemos a los niños comportarse prematuramente como jóvenes y a los mayores empeñados en parecer lo que ya no son. Y esto, posiblemente, lo estemos trasladando a otras facetas de la vida.

Este verano, probablemente, será el final del mundo que hemos conocido. Hemos terminado “oficialmente” nuestra adolescencia y nos vamos a hacer mayores de golpe. Como si a unos chicos de 18 años un accidente de tráfico arrancara de su vida a sus padres y tuvieran que salir adelante sin abuelos, ni parientes. No comprenderían en ese momento muy bien cómo funcionaba la vida, pero mañana hay que comer, y las cartas con facturas que llegan al buzón hay que pagarlas o nos cortarán la luz. Pues eso es occidente, especialmente los países PIIGS. Al final van a tener razón los mayas  ;-) 

Estos chicos se han encontrado con una hipoteca del copón, viviendo en un chalet sobredimensionado, donde sólo afrontar los gastos de calefacción suponen más de lo que gana mucha gente, con una empleada doméstica a la que no pueden pagar, pero no saben cocinar, salvo cosas muy básicas, tienen los coches sin acabar de pagar, y el negocio de los padres requiere rápidas decisiones estratégicas para que no haga agua por todas partes.

En ese momento, los chicos miran a sus compañeros, los mismos con los que salían de juerga sólo dos semanas antes, y con los que habían planeado darse un voltio por Europa en autocaravana, y sienten que su vida ya nada tendrá que ver con la de ellos. Ahora tendrán que trabajar para pagar las enormes deudas, si no quieren perderlo todo. Si quieren estudiar, lo tendrán que hacer a deshoras y con mucho esfuerzo y sacrificio. De lo de los cursos de idiomas en el extranjero, ¡ya para qué vamos a hablar!

Han entrado en la edad adulta sin paracaídas y sin anestesia.

Habrá chicos en esas circunstancias que se recompongan y salgan adelante de forma exitosa, casi heroica. Muchas de las personas más brillantes que he conocido han tenido escenarios de arranque en la vida muy, muy duros, y han realizado grandes cosas. O sea, que se puede salir. Otros habrá que se paralizarán ante la magnitud del hecho y perderán el tiempo desconcertados, con acciones esforzadas, pero mal encaminadas. Otros se quedarán maldiciendo el destino y la injusticia que la vida esta operando con ellos, que no merecían bajo ningún concepto, buscarán culpables de su situación y generarán amargura suficiente para llenar el resto de su vida. Otros venderán las joyas de la familia y los cuadros de algún valor, desatenderán las obligaciones y se irán a dar ese voltio con los amigos por Europa, como si nada hubiera pasado, y que cuando todo se ejecute, pues que se liquide y “hasta luego Lucas”.

Pues nosotros, tanto a nivel individual, como país, probablemente estemos en esta coyuntura. Quizá necesitemos unos días para desconectar de nuestro “hacer”, para dedicarlos al “reflexionar”.

A nivel individual podemos comprarnos un cuaderno y escribir las cosas que creíamos que iban a caracterizar nuestra vida y que probablemente ya no lo hagan. Nos puede sorprender el capítulo de cosas seguras que ya no lo serán, y, consecuentemente, el número de medidas urgentes que debemos adoptar, con madurez, y asumiendo la situación, para enfrentar correctamente el futuro. También una lista que se irá rellenando el resto de nuestros días de oportunidades que tenemos que descubrir y aprovechar. Esta segunda lista será con la que alimentaremos la ilusión.

En cuanto al país. La cosa es diferente. A lo largo de los años de analizar y vivir situaciones difíciles, críticas o prometedoras, acabas desarrollando un cierto sentido para ver hacia dónde va un colectivo. Llegas a una empresa, hablas con la gente, te muestran sus intereses, sus enfoques, ves dónde cargan las culpas de la situación, escuchas las propuestas que te llegan de todas partes de cómo arreglar o no la situación, y extraes las conclusiones de cómo intentar ayudar o de cómo decirles que aquello está muerto.

Creo, ojalá me equivoque, que España va a ser el ejemplo de cómo no hay que hacer las cosas, y que nos acercamos a un desastre de dimensiones colosales. Igual que la caída de Lehman Brothers (inimaginable sólo dos semanas antes de ocurrir) fue el comienzo del otro mundo financiero en el que viviremos en los próximos años, creo que el caso de España va a significar un antes y un después. No somos Grecia, Portugal o Irlanda por tamaño, ni por fraccionamiento de la población. Las soluciones aquí no se arreglan con unos miles de millones (y eso ya es la pera). Hemos cultivado en los últimos años, una o dos generaciones, demasiado egoísmo territorial, demasiados reinos de taifas del descontrol y el despilfarro, la estructura de los partidos políticos (prácticamente todos) se ha construido en base a una corrupción de la que es imposible dar marcha atrás. Ahí lo dejo. Sé que es mucho más fácil –y  mucho más comercial- decir lo contrario, porque quedas fenomenal, pero a estas alturas de la película…

¿Esto significa que para todos va a ser igual de mal? No, pero es como si nos llegara un tifón superlativo que durara muchos días. Todos tendríamos goteras en casas y negocios, pasaríamos fuertes catarros, habría poco agua potable. Pero mientras unos, a pesar de los daños, se reharían, otros se ahogarían, otros perderían completamente sus formas de vida, y todo el estado tendría que restructurarse porque los empleos, servicios y modelos de organización no servirían, sencillamente, porque muchas cosas no existirían ya más, y habríamos pasado a formar parte de los países asolados por tifones.

Espero equivocarme y que las presiones de empujar al país hacia el precipicio, huyendo hacia delante, porque nadie quiere renunciar a nada de lo insostenible, se detengan. Lo que sí tengo claro es que éste será el último verano de una forma de entender el mundo.

Seguiremos poniéndonos las pilas y exigiéndonos mejorar cada día de nuestra vida, para afrontar ese “tifón” en el mejor estado de forma y ánimo.

Aquí terminamos los post por esta temporada. Muchísimas gracias por vuestras lecturas, votos y comentarios. Hemos tratado de aportar un punto de vista desde la realidad del mundo pyme que nos encontramos a diario, desde el “real world” de tener que buscar soluciones reales a situaciones concretas, de tener que provocar resultados. No son más que opiniones, un punto de vista de los muchos posibles válidos.

Pasad un feliz verano y recargad las fuerzas, si no pasa nada, nos veremos en septiembre.

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