Van dos comentarios sobre la festiva, e
incendiaria, jornada de ayer. El primero lo es sobre la manifiesta falta de
compostura que, durante el orgásmico partido de fútbol, mostraron Felipe de
Borbón y Mariano Rajoy. Una de dos: o bien son poco educados y corteses
--muchos de los presidentes de equipos de fútbol, genuinos mafiosos, son más
correctos en el palco-- o bien han decidido sumarse, sin dobleces, al juego del
fascismo popular. Intuyo que se trata más bien de esto último, y no negaré que
los sórdidos gestos populistas de nuestros gobernantes producen,
desgraciadamente, los efectos deseados. ¿Cuántos de esos jóvenes que anoche
gritaban enardecidos saldrán a la calle para defender unos puestos de trabajo
que no tienen, para contestar los míseros salarios que cobran y para hacer
frente a la ignominia empresarial?
Voy a por la segunda cuestión. Vi ayer
por Madrid alguna bandera republicana. Aclararé que aunque no soy republicano
-- no creo en gobiernos ni en estados--, siento cierto respeto por la vieja bandera
tricolor. Por eso me resulta singularmente molesto que se mezcle con las
celebraciones de estas horas, como si esa gigantesca estafa social que es lo de
La Roja --no emito ahora juicios deportivos, que pueden ir por otro cauce--
quedase redimida cuando se cubre con una bandera republicana. ¿No será éste un
fino indicio de lo que se avecina con una tercera república: la misma miseria
con diferente envoltorio? Pregunto. Sólo pregunto.
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