NO
FALTA COMIDA, FALTA VOLUNTAD
Que miles de seres humanos queden
limitados para toda su vida debido a una alimentación deficiente e incompleta
en su infancia es algo que escapa al sentido común.
Que miles de seres humanos se mueran de
hambre en pleno siglo XXI es indignante. Y que la mayoría de ellos sean niños y
niñas que no pueden sortear este destino por sus propios medios revuelve el
estómago. La desnutrición, en todas sus facetas, la crónica o la aguda, es una
lacra que marca a generaciones y comunidades enteras, especialmente en el Sahel
y en el Sureste Asiático. De nuevo las luces rojas de la desnutrición están
encendidas en Mauritania,Burkina Faso, Malí, Níger o Chad.
De
nuevo, una combinación de malas cosechas, condiciones climáticas irregulares,
métodos medievales de producción, deficiencias de mercado e inestabilidad
política ciernen una sombra de muerte sobre miles de personas. Y también los
precios sometidos a la especulación, que convierten los alimentos básicos en
inalcanzables para muchas familias. Nuestra obligación como médicos y
trabajadores humanitarios es volver a ponernos manos a la obra e intentar, por
todos los medios, que en los próximos meses se pierdan las menos vidas posibles.
Estamos desplegando más equipos en los lugares donde creemos que la falta de
alimentos puede llevar a situaciones críticas en un futuro inmediato. Nuestra
acción no solo intenta evitar los casos de desnutrición aguda severa y
moderada, sino incidir en la diarrea, la malaria y otras enfermedades
infecciosas. Las garantías de que con este abordaje más completo salvaremos más
vidas son mayores. Pero estamos destinados a enfrentarnos a estas crisis
recurrentes una y otra vez, si no cambian elementos críticos del panorama
alimentario mundial.
La ayuda alimentaria debe estar adaptada a los más
pequeños, enriquecida con los nutrientes que precisan, los alimentos
terapéuticos deben de ser accesibles para países y comunidades con presupuestos
exiguos, los donantes deben reaccionar antes y poner fondos y medios a
disposición ante estas crisis. Y lo que es más importante, los precios de los
alimentos, la compra de tierras de cultivo y el acceso al agua deben ser
regulados, ya que familias y comunidades están indefensas ante los
especuladores que no tienen más principios que el del máximo lucro posible. No
menos preocupante es la situación de Montserrat Serra y Blanca Thiebaut, dos
compañeras que se negaron a aceptar situaciones como esta y fueron a la
frontera de Kenia a dar una oportunidad a algunos de los miles de niños
somalíes que huían con sus madres de la guerra y el hambre. Y por ello, desde
hace ya siete meses, siguen secuestradas por gente a la que el futuro de estos
niños, diría que hasta el de los suyos propios, nada les importa.
El daño
personal es ya mayúsculo. El impacto en nuestra organización es grande; estamos
afectados y ansiosos por verlas entre nosotros. Y las consecuencias sobre la
población somalí, al quedar suspendidas parte de las actividades en Kenia y el
resto de los proyectos en Somalia semiparalizados, se pueden medir en vidas
perdidas. Estamos haciendo todo lo posible para que vuelvan pronto con sus
familias y amigos. No quiero dejar pasar la oportunidad de mandar a las
familias un abrazo infinito y de agradecer lo mucho que hemos aprendido de su
entereza, de su paciencia, de su solidaridad. De tal palo, tal astilla. Por
último, quiero presentaros a quien firmará este editorial a partir de ahora.
Joan Tubau toma el relevo en la Dirección General de MSF España a partir de
mayo. Desde 2006 me ha tocado a mí llevar esta responsabilidad. Con buen
criterio, nuestra asociación limita los mandatos de dirección a seis años, así
tenemos un flujo permanente de ideas, sangre y experiencias nuevas, para poder
seguir el ritmo de las crisis y conflictos que se suceden y que exigen nuestra
atención. Hasta siempre, agradeciendo a todos los compañeros su dedicación,
profesionalidad y amistad, y a todos vosotros vuestro compromiso y
colaboración, sin los cuales este proyecto tan potente que es MSF no sería una
realidad.
Nuestro máximo representante en asuntos internacionales es nuestro gobierno, si nuestro gobierno no actúa en la cosas fundamentales que preocupan a sus ciudadanos, en justa representación de ese sentir nacional, como es el hambre y la pobreza de los ciudadanos del mundo, nadie está legitimado a hacerlo. Por cuanto se está manteniendo un problema imposible de solucionar por esa vía, y como única finalidad práctica de acallar consciencias. Nuestro gobiernos son quienes tienen los medios y la responsabilidad de solucionar, y no solo, no los aplican, sino que practican políticas internacionales que sostienen y contribuyen a esta situación de penuria y calamidad. Solo los ciudadanos a través de sus gobiernos pueden actuar, y estas organizaciones altruistas serían mas efectivas si concentrasen sus efectivos en concienciar a la ciudadanía en esa labor, para a su vez exigir responsabilidades a sus máximos representantes.
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