AL
BORDE DE LA EXCLUSIÓN SOCIAL
¿Dónde están esos millones de parados,
ese millón de hogares donde no entra ingreso alguno, ese 27% de personas en
riesgo de pobreza, esas más de 200 familias que pierden a diario su vivienda
por desahucio...?
Es lo mismo que se preguntan perplejos
los analistas desde fuera de nuestro país, cuando contrastan estas cifras con
el hecho de que no se haya producido, hasta la fecha, ni un notable incremento
de las situaciones de extrema pobreza, ni una conflictividad social que
cualquiera de estos datos, por si solos, hace predecir.
La respuesta nos la vienen contando,
desde hace tiempo, muchas trabajadoras sociales de lugares muy distintos, tanto
urbanos como rurales: se están produciendo reagrupaciones familiares, hijos que
tienen que volver a casa de sus padres, a veces con su propio cónyuge e hijos.
Las personas mayores están actuando de salvavidas en muchas familias.
Ahí está la respuesta: apurar al máximo
los exiguos subsidios y ayudas sociales, algo de economía sumergida y, sobre
todo, esa última red de protección social que ofrece la familia.
Cuando tanto se venía hablando de la
fragilidad de las redes familiares, de la crisis del modelo tradicional de
familia, justo entonces la familia tradicional está siendo capaz de soportar
los demoledores efectos de la crisis sobre millones de españoles y sobre el
conjunto de la sociedad. En un estudio reciente se afirmaba que en 2010, las
personas mayores declaraban ayudar a sus familiares económicamente en un 13,9%
de los casos y reconocían ser ayudados por familiares en un 8,4% de los casos.
En 2012 los mayores de 65 que reciben ayuda económica de familiares se habrían
reducido al 6,1% mientras declara ayudar a familiares en un ¡42,2%! de los
casos.
Bien es cierto que lo está haciendo a
costa del extraordinario sufrimiento de una generación que alimentó sus sueños
de progreso poniendo sus esperanzas más en sus hijos que en ellos mismos. Por
eso, a las penurias que esta situación representa para sus exiguas pensiones,
hay que añadir el sufrimiento que supone la frustración de ver regresar a sus
hijos derrotados y con un futuro más que incierto y mucho menos prometedor que
el que ellos mismos tuvieron, a pesar de las adversidades.
Son situaciones dramáticas que padecen
quienes, justo ahora, con su jubilación garantizada y con los hijos ya criados,
podían disfrutar de la mejor situación de su vida. Se les está arruinando,
literalmente, la vida, su merecida jubilación (jubilación viene, no lo
olvidemos, de "júbilo"). El retorno de sus hijos ya emancipados al
hogar está frustrando muchos proyectos vitales y desestabilizando la vida
cotidiana familiar, haciendo aflorar multitud de conflictos y situaciones
angustiosas: cambios de humor, discusiones, agresividad, tristeza, maltrato
psicológico, trastornos ansioso depresivos..., que conllevan pérdidas de
relaciones y de vida social, y un retroceso generalizado en su calidad de vida.
Situaciones que no siempre son
reconocidas a tiempo -se reacciona frecuentemente negando la realidad-, y con
extraordinarias dosis de vergüenza, por lo que cuando llegan a los servicios
sociales suelen estar tan deterioradas, que no cabe otra cosa que parchear con
pequeñas ayudas que, en ningún caso pueden resolver situaciones de tal
gravedad. Si a ello añadimos la desmotivación que acompaña estas situaciones,
es fácil entender la dificultad para superarlas.
Pero, a pesar de todo, ahí están las
familias, los padres ya mayores, los jubilados, supliendo la responsabilidad de
un Estado con unos servicios sociales paupérrimos. Un Estado en el que cada vez
que alguien ha hablado de apoyar a la familia, lo que ha hecho realmente es
trasladarle toda la carga y toda la responsabilidad de atender a las personas
vulnerables, dependientes y, ahora, a sus miembros empobrecidos.
No ha habido en España una decidida
política de apoyo a las familias, para liberarlas de las obligaciones
materiales y de cuidados, y permitir que cada uno de sus miembros pudiera
desarrollar su proyecto vital con libertad, hombres y mujeres, jóvenes y
mayores. Y que desde ese proyecto vital, pudieran disfrutar libremente de la
familia como espacio de convivencia, de afectos y de intimidad.
Los datos anteriores nos impelen a
actuar de inmediato. No son sino la punta del iceberg de la realidad social que
asoma indicándonos que lo que está ocurriendo en millones de hogares españoles
no puede desembocar sino en una seria regresión social de la que costará
décadas recuperarse. Los efectos de esta regresión se prolongarán si no se
aborda la situación con intervenciones competentes y de manera urgente.
Nos preguntamos, con auténtica
preocupación, hasta cuándo esta red familiar y, particularmente, nuestros
mayores, van a ser capaces de soportar esta situación y de suplir las carencias
de un Estado como el nuestro en materia de protección social. Porque el día que
ellos fallen, y resulta difícil imaginar que puedan seguir soportando mucho más
tiempo esta situación, entonces estaremos al borde del precipicio, pero ya sin
red.
PUBLICADO EN MÁLAGA HOY
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