EL
SOCIALISMO Y SU OBJETIVO
¿Puede una ideología que se autodenomine
socialista o socialdemócrata no tener un objetivo a largo plazo? ¿Renunciar a
la "teología del objetivo final" de la que hablaba Willy Brandt? Sin
horizonte de sentido, la política degenera en clientelismo, corrupción y
tecnocracia al servicio de los que más tienen. Las consecuencias de esta
renuncia son la reducción de la política a mera lucha por el poder, la
preponderancia del fragmento, el eslogan, el corto plazo y la mediocridad. Hoy
la política, como la venganza, se sirve fría y en catering precocinado por
expertos. A la pregunta por el futuro, por el final, como a tantas otras cosas
valiosas y necesarias le cayó encima el Muro de Berlín. La dogmática comunista
del paraíso en la tierra fue sustituida por la dogmática neoliberal de "el
fin de la historia".
Con el fin del comunismo comenzaba una
nueva Pax capitalista en el que el capitalismo traería libertad y riqueza a
todos. Las sucesivas crisis y el permanente deterioro se han encargado de
revelar toda la falsedad interesada que encubría este planteamiento ideológico.
El neoliberalismo no es capaz de articular un contrato social ni ecológico que
sea deseable, viable o universalizable. Está intelectualmente derrotado, aunque
su poder mediático, financiero, cultural y religioso todavía le garantiza
viabilidad política. Por eso hoy, más que nunca, se hace necesaria la pregunta
por el proyecto político, por el destino compartido, por los proyectos a largo
plazo para la ciudadanía.
La socialdemocracia consistió en una
adaptación al capitalismo para desarrollar un Estado de bienestar que
permitiera la cohesión social. Las condiciones de la posguerra europea junto
con la presencia real de "la amenaza soviética" lo hicieron posible.
En los años 80 ese contrato fue progresivamente sustituido por el
neoliberalismo de Reagan y Thatcher. Políticas a las que se adaptaron las
terceras vías socialdemócratas. Se acabó renunciando a planteamientos de fondo
y a largo plazo y el socialismo se convirtió en liberalismo social. En una mera
gestión social del capitalismo.
La renuncia al marxismo y la adopción
del neoliberalismo no sólo significó la renuncia a las utopías cerradas,
obligatorias o impuestas o a una interpretación dogmática de la historia, sino
que también se evacuó gran parte del potencial crítico. Se perdió de vista algo
fundamental para las condiciones de posibilidad de la izquierda: el carácter
político de la economía, que pasó a ser un asunto meramente técnico y no
social. El precio a pagar ha sido la pérdida de tono político y la sensación de
que la izquierda no es verdaderamente una alternativa, ni siquiera en el largo
plazo.
Recortes sociales y rescates bancarios
jalonan hoy el cordón sanitario del Estado de bienestar. Cordón sanitario que
no logra evitar la extensión de la peste. El capitalismo se ha convertido en el
límite y la posibilidad del Estado de bienestar. La contradicción está servida.
Y sólo el keynesianismo parece capaz de resolverla, pero sólo en parte. Pero ni
siquiera el capitalismo keynesiano pasa la prueba del tribunal de la justicia
universalista. Al fin y al cabo, lord Keynes se veía a sí mismo como un
conservador moderado, inteligente y con sentido social. Fueron sus políticas
las que al lograr un capitalismo con rostro humano acabaron salvándolo. Fue
para el capitalismo lo que para el bloque comunista pudo haber sido la
Primavera de Praga. La posibilidad de humanizar el sistema.
Sin embargo, eso es lo que hoy está cada
vez más en crisis: la posibilidad de un capitalismo con rostro humano. La
ciudadanía ha acabado interiorizando que vivimos en el mejor de los mundos
posibles, aunque cada vez vivamos peor. Se ha configurado así un escenario de
malestar, cinismo y desencanto creciente, ideal para aventuras populistas,
demagógicas o xenófobas. El futuro no puede ser otro que un contrato social
global, capaz de universalizar y maximizar la justicia social y la libertad en
un marco de sostenibilidad y diálogo intercultural. Un contrato social que
incluye a la Tierra o no será posible.
Asumiendo como horizonte que siempre se
puede mejorar lo existente y que como dijo el poeta "se hace camino al
andar", el éxito de la izquierda política dependerá de su capacidad para
salirse del paradigma neoliberal e ir dando pasos que orienten los cambios
hacia ese nuevo contrato social. Eso no se logrará sin líneas rojas, sin
valores sólidos, sin exigencias de incondicionalidad. Como afirmaba Horkheimer,
una política sin teología, es decir, una política sin objetivos más allá de lo
inmediato, de lo temporal y de lo fáctico, es mero mercadeo.
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