EL SOCIALISMO Y SU OBJETIVO. JOSÉ EDUARDO MUÑOZ NEGRO


EL SOCIALISMO Y SU OBJETIVO
¿Puede una ideología que se autodenomine socialista o socialdemócrata no tener un objetivo a largo plazo? ¿Renunciar a la "teología del objetivo final" de la que hablaba Willy Brandt? Sin horizonte de sentido, la política degenera en clientelismo, corrupción y tecnocracia al servicio de los que más tienen. Las consecuencias de esta renuncia son la reducción de la política a mera lucha por el poder, la preponderancia del fragmento, el eslogan, el corto plazo y la mediocridad. Hoy la política, como la venganza, se sirve fría y en catering precocinado por expertos. A la pregunta por el futuro, por el final, como a tantas otras cosas valiosas y necesarias le cayó encima el Muro de Berlín. La dogmática comunista del paraíso en la tierra fue sustituida por la dogmática neoliberal de "el fin de la historia".


Con el fin del comunismo comenzaba una nueva Pax capitalista en el que el capitalismo traería libertad y riqueza a todos. Las sucesivas crisis y el permanente deterioro se han encargado de revelar toda la falsedad interesada que encubría este planteamiento ideológico. El neoliberalismo no es capaz de articular un contrato social ni ecológico que sea deseable, viable o universalizable. Está intelectualmente derrotado, aunque su poder mediático, financiero, cultural y religioso todavía le garantiza viabilidad política. Por eso hoy, más que nunca, se hace necesaria la pregunta por el proyecto político, por el destino compartido, por los proyectos a largo plazo para la ciudadanía.

La socialdemocracia consistió en una adaptación al capitalismo para desarrollar un Estado de bienestar que permitiera la cohesión social. Las condiciones de la posguerra europea junto con la presencia real de "la amenaza soviética" lo hicieron posible. En los años 80 ese contrato fue progresivamente sustituido por el neoliberalismo de Reagan y Thatcher. Políticas a las que se adaptaron las terceras vías socialdemócratas. Se acabó renunciando a planteamientos de fondo y a largo plazo y el socialismo se convirtió en liberalismo social. En una mera gestión social del capitalismo.

La renuncia al marxismo y la adopción del neoliberalismo no sólo significó la renuncia a las utopías cerradas, obligatorias o impuestas o a una interpretación dogmática de la historia, sino que también se evacuó gran parte del potencial crítico. Se perdió de vista algo fundamental para las condiciones de posibilidad de la izquierda: el carácter político de la economía, que pasó a ser un asunto meramente técnico y no social. El precio a pagar ha sido la pérdida de tono político y la sensación de que la izquierda no es verdaderamente una alternativa, ni siquiera en el largo plazo.

Recortes sociales y rescates bancarios jalonan hoy el cordón sanitario del Estado de bienestar. Cordón sanitario que no logra evitar la extensión de la peste. El capitalismo se ha convertido en el límite y la posibilidad del Estado de bienestar. La contradicción está servida. Y sólo el keynesianismo parece capaz de resolverla, pero sólo en parte. Pero ni siquiera el capitalismo keynesiano pasa la prueba del tribunal de la justicia universalista. Al fin y al cabo, lord Keynes se veía a sí mismo como un conservador moderado, inteligente y con sentido social. Fueron sus políticas las que al lograr un capitalismo con rostro humano acabaron salvándolo. Fue para el capitalismo lo que para el bloque comunista pudo haber sido la Primavera de Praga. La posibilidad de humanizar el sistema.

Sin embargo, eso es lo que hoy está cada vez más en crisis: la posibilidad de un capitalismo con rostro humano. La ciudadanía ha acabado interiorizando que vivimos en el mejor de los mundos posibles, aunque cada vez vivamos peor. Se ha configurado así un escenario de malestar, cinismo y desencanto creciente, ideal para aventuras populistas, demagógicas o xenófobas. El futuro no puede ser otro que un contrato social global, capaz de universalizar y maximizar la justicia social y la libertad en un marco de sostenibilidad y diálogo intercultural. Un contrato social que incluye a la Tierra o no será posible.

Asumiendo como horizonte que siempre se puede mejorar lo existente y que como dijo el poeta "se hace camino al andar", el éxito de la izquierda política dependerá de su capacidad para salirse del paradigma neoliberal e ir dando pasos que orienten los cambios hacia ese nuevo contrato social. Eso no se logrará sin líneas rojas, sin valores sólidos, sin exigencias de incondicionalidad. Como afirmaba Horkheimer, una política sin teología, es decir, una política sin objetivos más allá de lo inmediato, de lo temporal y de lo fáctico, es mero mercadeo.

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